Texto correspondiente a la ponencia presentada por el autor en la Conferencia Internacional «Carlos Marx: vida, ideas, influencia. Un examen crítico en el Bicentenario». La Conferencia fue organizada por el Instituto de Investigación y Desarrollo Asiático (Asian Development Research Institute, ADRI) en Patna (Bihar, India), del 16 al 20 de junio, 2018. La Conferencia se estructura como un guion, con un Primer Tiempo formado por cuatro escenas, un Intervalo que se corresponde a la quinta escena y un Segundo Tiempo que integra las tres últimas escenas. A continuación se presenta la Escena 5 y parte de la Escena 6.

Intervalo

Escena 5 (Sierra Maestra, 1956-58)

El intervalo fue real: una genuina ruptura «epistemológica» podría decirse con un tanto de ironía althusseriana, ya que entre la salida para la expedición del Granma y la conclusión victoriosa de la campaña de Las Villas - que Guevara terminó con la batalla de Santa Clara, donde empezó su «leyenda» - la reflexión filosófica en textos del marxismo y la lectura de los textos mismos se interrumpió. La interrupción siguió un poco más de dos años, comenzando con la salida de Túxpan (adonde el único en tener una anterior experiencia militar fue el italiano Gino Doné, 1924-2008, por su participación en la Resistencia en Véneto), pasando por la ocupación de los dos principales bastiones militares de La Habana - bajo la dirección del Che y de Camilo Cienfuegos (1932-1959) - para terminar con el establecimiento del nuevo régimen dirigido por Fidel Castro. Fueron tiempos de guerra de guerrillas en las montañas y ataques en las ciudades, de huelgas, de la reforma agraria, de las expropiaciones y las nacionalizaciones, de la creación de una nueva estructura del Estado. Por cierto no fueron tiempos de reflexión teórica, de estudio o profundización del legado marxiano.

De los Pasajes de la guerra revolucionaria y de los recuerdos de muchos combatientes uno recibe la percepción de un profundo desinterés hacia los problemas de la teoría política por parte del liderazgo castrista - en eso, de manera muy diferente de lo que sucedió en el primer período de la Revolución rusa – y puede tenerse la impresión de que el Che se cerró en una especie de auto-aislamiento teórico. Él mismo admitió eso, escribiendo al personaje político que personalmente siempre he considerado el más representativo de la revolución cubana (el comandante René Ramos Latour, «Daniel», 1932-1958), que murió en combate, pero después de haberse enfrentado al Che en una controversia que merecería la mayor atención, mientras que, en cambio, para la hipocresía política, siempre queda casi ignorada o disminuida de una u otra manera.

El día 14 de diciembre de 1957, el Che le escribió una larga carta, muy crítica acerca de las posiciones del llano (el M26-7 en las ciudades, donde Daniel fue el líder principal después de la muerte de Frank País, 1934-1957), declarando:

«Pertenezco, por mi preparación ideológica, a aquellos que creen que la solución de los problemas del mundo está tras el llamado telón de acero y considero este movimiento como uno de los tantos provocados por el afán de la burguesía de liberarse de las cadenas económicas del imperialismo (...). Siempre he considerado a Fidel como un auténtico líder de la burguesía de izquierda, aunque su personalidad está caracterizada por cualidades personales de extraordinario valor, que lo ponen muy por encima de su clase. (...). Con aquel espíritu inicié la lucha: honestidad sin la esperanza de ir más allá de la liberación del país, dispuesto a irme cuando las siguientes condiciones de lucha hicieran girar hacia la derecha (hacia lo que ustedes representan) toda la acción del Movimiento» [las bastardillas son mías].

Aquí sería muy largo explicar el objeto de la controversia que, sin embargo, es de mayor interés para entender la dinámica de la revolución cubana, y por otra parte ya lo hice en detalle en otras ocasiones. Pero debe tenerse en cuenta por lo menos un par de aspectos:

  1. Guevara logró considerarse definitivamente parte del mundo comunista (soviético) y como marxista se consideró a si mismo un militante aislado adentro del movimiento democrático burgués y, a pesar de que el M26-7 estaba involucrado en una lucha armada, el Che estaba dispuesto a confiar en ese movimiento sólo hasta cierto punto (era evidente la enseñanza de Hilda Gadea).

  2. Ya en 1957 él creía que no podía agotar su acción revolucionaria dentro del movimiento cubano y anunció, con auténtico espíritu profético, su intención de irse a «otras tierras del mundo», como va a suceder menos de diez años después, si su formación ideológica se hubiera vuelto incompatible con el proceso revolucionario en curso. Fue una prueba inequívoca del espíritu internacionalista que animó su reciente adhesión al comunismo, aunque por el momento coincidió con la orientación soviética.

Eso era mucho, pero también era todo. No hay nada más de interés para nuestra reflexión con respecto a la evolución de su marxismo que pueda extraerse de los años en la Sierra Maestra y la primera formación del nuevo régimen cubano.

Segundo tiempo

Historia ortodoxa

Escena 6 (de La Habana a Moscú, 1959-63)

Como se sabe, el Gobierno revolucionario asignó al comandante Guevara tareas muy importantes, pero todas internas al ámbito económico como presidente del Banco Nacional de Cuba, en una primera fase, y luego como ministro de la Industria (en aquella época unificada en una sola cartera) hasta el día de su renuncia, que entró en vigencia entre finales de 1964 y la primavera de 1965.

Se le confiaron también unas importantes misiones en el extranjero, que él asumió casi como si fuera un real ministro de Relaciones Exteriores — en la ONU, en la OEA (Organización de los Estados americanos), los países del COMECON, los nuevos, las naciones africanas, varios movimientos de liberación nacional, convirtiéndose en una especie de «embajador itinerante» de la revolución cubana. Ese aspecto muy importante de su actividad gubernamental va más allá de nuestra reflexión. Todas las biografías hablan prácticamente de eso, pero para obtener una visión general y un testimonio directo, recomiendo especialmente el libro Caminos del Che, del comandante «Papito» Jorge Serguera (1932-2009) que, gracias a su total identificación con las directivas secretas del Gobierno cubano, desempeñó un papel fundamental en unas operaciones muy «delicadas»: por ejemplo como embajador en Argel en la época de Ben Bella o encargado de las relaciones con Juan Domingo Perón (1895-1974) en el exilio español.

Los años del Che como ministro de la Industria fueron de gran recuperación de sus estudios del marxismo, al igual que de muchos otros argumentos necesarios para el gestión de su Ministerio: un sector en que él tuvo que aprender todo desde cero, pero demostrando habilidades de aprendizaje verdaderamente excepcionales. Es obvio que la naturaleza específica de esa tarea lo llevó a profundizar el estudio de Marx y los epígonos especialmente en la crítica de la economía política. Pero como veremos en la siguiente escena, eso no originó en él desvíos de un género economicista. Ni mucho menos.

Y también su asidua e hiperactiva frecuentación de las fábricas y otros centros productivos no lo transformaron en un obrerista. Desde ese punto de vista, su formación marxista antidogmática y originalmente heterodoxa constituyó una eficaz vacuna en contra de las deformaciones que hubieran sido «naturales» en un neófito del estatismo comunista, a lo largo de una primera etapa admirador del modelo soviético y las obras de sus ideólogos en el sector económico; en Cuba, esos textos comenzaron a circular en español mucho antes de que el país ingresara oficialmente en el Came (COMECON, 1972). Esa parte de la acción y formación económica guevariana fue ampliamente reconstruida por su ex viceministro, Orlando Borrego (n.1936), en el libro Che, el camino del fuego, de 2001 (en específico en los primeros cinco capítulos).

La mejor antología de textos del Che dedicados a cuestiones económicas, en cambio, fue publicado con motivo del vigésimo aniversario de su muerte, por el historiador Juan José Soto Valdespino (Temas económicos, 1988). Obviamente no pudo contener los textos guevarianos dedicados a la polémica con las concepciones económicas soviéticas, cuya publicación fue retrasada por el Gobierno cubano hasta 2006, cuando la URSS ya no existía desde hacía unos quince años (hablaré más adelante de eso). Para un estudio más actualizado de las ideas económicas del Che puede recurrirse a la Introducción al pensamiento marxista, editado por Néstor Kohan por la Cátedra Ernesto Che Guevara de las Madres de la Plaza de Mayo.

Más allá de su compromiso en el sector económico, el Che siguió leyendo, tanto como le fue posible, de Marx y del marxismo oficial, sintiéndose totalmente identificado en esa etapa con la política de acercamiento con los soviéticos que Fidel Castro comenzó en la isla desde los primeros meses después de la victoria revolucionaria. En ese camino, Guevara tuvo un rol de conducción, comenzando con la propuesta a la editorial del Estado de publicar unos textos teóricos producidos afuera del «telón de acero», pero sobre todo en la difícil tarea de «rehabilitar» al Partido comunista local (el Partido socialista popular, PSP). Además de la originaria hostilidad hacia el M26-7 y la ausencia como liderazgo (pero no como militantes básicos) del proceso revolucionario, ese partido también tenía que hacerse perdonar el apoyo brindado al primer gobierno de Fulgencio Batista (1901-1973) en 1940-44 - en que había participado con dos ministros - y los posteriores lazos de colaboración ambigua mantenidos con el segundo Gobierno (después del golpe de Estado batistiano de 1952), llegando incluso a contrarrestar los intentos de derrocarlo, como p. ej. el asalto al Cuartel Moncada.

¿Sabía Guevara de ese pasado colaboracionista del PSP? Es difícil decir en qué medida y hasta qué punto, porque también después de la victoria de 1959 se hicieron desaparecer de las bibliotecas todos los posibles documentos comprometedores acerca del PSP de Blas Roca (1908-1987), como pude averiguar personalmente en 1968. Pero en el período inmediatamente posterior a la toma del poder, la identificación de Guevara con el modelo soviético era tan fuerte como para empujarlo a subestimar ese pasado del estalinismo cubano. Él lo lamentará más tarde con amargura, cuando los ataques más duros a su gestión de la industria vendrán de los antiguos PSP, mientras que el aparato internacional soviético de propaganda comenzaba una campaña de difamación después de su desaparición por supuesta pérdida de la razón, tanto que le convirtieron en... trotskista.

Pero a principios de la década de los 60, esto ni siquiera parecía tener lugar en el horizonte para el ministro Guevara. De hecho, son los años en que su marxismo es homólogo a los estándares dogmáticos y escolásticos del «materialismo dialéctico» de molde soviético - el infame Diamat - empujándole hacia formulaciones empapadas con el evolucionismo vulgar y el mecanismo, que solo después llegará a rechazar.

El texto básico y más famoso de esta reducción «cientificista» del marxismo es «Notas para el estudio de la ideología de la Revolución cubana» (en Verde Olivo, octubre de 1960), donde la adhesión al marxismo en el ámbito de las ciencias sociales se equiparan con la definición que se auto-atribuye el científico en el sector de las ciencias naturales, físicas o matemáticas. Las comparaciones que proporciona Guevara son muy cuantiosas cuando afirma que a un físico nadie irá a preguntarle si es «newtoniano» o si es biólogo «pasteuriano», porque tales asuntos en ellos son por definición y por impulso natural. E incluso si nuevas investigaciones y nuevos hechos condujeran a un cambio en las posiciones iniciales, siempre va a existir un trasfondo de verdad en los instrumentos utilizados para alcanzar presuntas certezas científicas. Y eso es lo que le ocurre a quien se considera marxista y que de hecho es marxista. En la comparación «científico-naturalista» con el marxismo sigue citando Einstein con la relatividad y Planck con la teoría cuántica, que según Guevara nada quitaron a la magnitud de Newton: lo superaron, pero sólo en el sentido de que «el sabio inglés es el escalón necesario» para ese posterior desarrollo (Escritos y discursos, IV, página 203).

Guevara no escapa a una conclusión que puede definirse como determinista y evolutiva al mismo tiempo, cuando afirma que existen «verdades tan evidentes, tan incorporadas al conocimiento de los pueblos que ya es inútil discutirlas. Se debe ser marxista con la misma naturalidad con que se es newtoniano en física, o pasteuriano en biología» (pp. 202-3). Esa es una forma no tan refinada para afirmar una concepción dogmática de la ciencia social, es decir, en el caso del marxismo.

Continuando en la analogía con la matemática en que tuvimos «un Pitágoras griego, un Galileo italiano, un Newton inglés, un Gauss alemán, un Lobačevskij ruso, un Einstein etc.», Guevara afirma que también en el sector de las ciencias sociales podría trazarse el itinerario de un gran proceso de acumulación del conocimiento desde Demócrito hasta Marx - pero eso, agrego yo, en desprecio completo por la discontinuidad que el marxismo atribuye a la dialéctica histórica marcada por rupturas, brincos, recomposiciones y síntesis.

Pero para el Che, Marx ya se había convertido no sólo en el erudito que «interpreta la historia y entiende su dinámica», sino también el que «prevé los eventos futuro», que «profetiza» (más tarde incluso se habla de «predicciones del Marx científico»), que es «el arquitecto de su propio destino» y además de interpretar la naturaleza ya tiene las herramientas para «transformarla». De ahí la obvia referencia a la necesidad de la acción revolucionaria como consecuencia lógica del gran conocimiento científico de la naturaleza, de la historia y del mundo, hecho posible merced el marxismo, considerado del mismo modo que la ciencia.

Esa visión plenamente materialista por cierto se derivó de las interpretaciones muy simplistas de la obra de Engels (Antidühring, Dialéctica de la naturaleza, El socialismo de la utopía a la ciencia) y de Lenin (Materialismo y empiriocriticismo) que no se mencionan en ese texto, pero que Ernesto leyó en Guatemala y México. La equiparación del marxismo con las ciencias matemáticas, físicas o biológicas - que fue muy común para la marxología de la era estalinista - ahora desemboca en el más grosero evolucionismo filosófico cuando Guevara dibuja una línea de continuidad entre «Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao tse-Tung», llegando incluso a incluir los «nuevos gobernantes soviéticos y chinos» en ese esquema piramidal del pensamiento supuestamente marxista (Escritos y discursos, p. 204): de todos ellos, según el Che, se hubiera debido seguir el «cuerpo de doctrina» e incluso «el ejemplo» (pero en relación a Krushchov de pronto habría cambiado su idea...).

Sería muy poco generoso continuar con otras citas de esa ingenua lista de los supuestos méritos científico-naturalistas del marxismo - pero extrañamente nunca le dice «materialismo dialéctico», según lo prescrito por la tradición estalinista - y en este caso si es necesario culpar a quienes (muchos, demasiados) indicaron en ese artículo una de las cumbres más altas alcanzadas por Guevara en su reelaboración del marxismo.

Entre ellos lamentablemente cayó Ch. Wright Mills (1916-1962) que incluyó ese único texto del Che en su famosa antología The Marxists (1962) (Guevara devolvió el honor al incluir entre sus Apuntes de 1966 - de los que hablaremos - varios pasajes tomados de The Marxists).

Con respecto al «marxismo» de Marx no hay mucho más, porque en lo que queda del artículo se lanza en un análisis muy imaginativo del curso de la revolución cubana, que aquí omito sin remordimiento. En su tiempo, sin embargo, me dediqué con cierto cuidado a la forma apresurada con que en ese texto el Che había desestimado unas declaraciones de los dos padres fundadores con referencia a México y a Bolívar. Me limito aquí a transcribir un pasaje de Guevara, pero para mi comentario hago referencia al detallado análisis que hice en Che Guevara. Pensamiento y política de la utopía, pp. 57-63. Con una advertencia: por lo increíble que pueda parecer, el pasaje de crítica a Marx que voy a mencionar fue suprimido, con evidente intención censorial, por los editores de los Escritos y discursos en 9 volúmenes de la Editorial de Ciencias Sociales (que es la colección que por lo normal se ocupa para las obras del Che posteriores a 1957): ver para creer el vol. IV en la p. 203. Después de todo, en el pasado, la Fundación Guevara identificó varias otras censuras en esta colección «oficial» y en otras ediciones cubanas de las Obras del Che, luego haciendo pública la denuncia de esa realidad escandalosa y ridícula (ver CGQF No. 6/2006, pp. 73-84).

Pero, puesto que la mano derecha de la burocracia ignora a menudo lo que hace la izquierda, el pasaje puede encontrarse reproducido de manera integral en la colección de las Obras 1957-1967, editado no casualmente por Casa de las Américas en 1970, en la época en que fue dirigida por una mujer inteligente e inconformista como Haydée Santamaría. De esa fuente lo copio en su totalidad, sea porque es un hermoso pasaje del Che (hecho que no parece haber suavizado la mente de los censores), sea como un humilde homenaje a Marx con motivo de su 200 cumpleaños:

A Marx, como pensador, como investigador de las doctrinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, puede, evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los latinoamericanos, podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo con su interpretación de Bolívar o con el análisis que hicieran Engels y él de los mexicanos, dando por sentadas incluso ciertas teorías de las razas o las nacionalidades inadmisibles hoy. Pero los grandes hombres descubridores de verdades luminosas, viven a pesar de sus pequeñas faltas, y éstas sirven solamente para demostrarnos que son humanos, es decir, seres que pueden incurrir en errores, aun con la clara conciencia de la altura alcanzada por estos gigantes del pensamiento. Es por ello que reconocemos las verdades esenciales del marxismo como incorporadas al acervo cultural que nos da algo que ya no necesita discusión (pp. 93-4).