¡Maldito seas, Palermo! Me tenés seco y enfermo,
mal vestido y sin morfar, porque el vento los domingos
me patino con los pingos en el Hache Nacional.
Pa' buscar al que no pierde, me atraganto con la Verde
y me estudio el pedigré, y a pesar de la cartilla
largo yo en la ventanilla, todo el laburo del mes.

Berretines que tengo con los pingos, metejones de todos los domingos
Por tu culpa me encuentro bien fané. ¡Qué le voy hacer, así debe ser!
Ilusiones del viejo y de la vieja van quedando deshechas en la arena
por las patas de un tungo roncador. ¡Qué le voy hacer si soy jugador!

Todavía esta muy fresco en mi memoria ese recuerdo de niño, de andar por la Avenida Juan B. Justo los domingos por la tarde, en el Ford Falcon de mi papa, con mucho calor y sin aire acondicionado, alternando en la radio entre el partido de Boca Juniors y algún tango. De pronto, en un semáforo un joven vendiendo revistas de color rosa y le pregunto a mi papa: «¿Qué es eso?». «Es para ir a las carreras de Palermo, y conocer las historias de los caballos que corren», me dice mi papa. Llegando al Hipódromo de Palermo por Av. Juan B. Justo se veía un montón de gente entrando y saliendo, todos aquellos que los porteños llamamos burreros.

Burro era una definición simpática de los caballos. Podría pensarse que cuando un caballo era malo y no podía ganar, era un burro, pero también estaba la gente que amaban a los burros, y estos son los burreros. El interés del porteño creo que no tenia nada que ver con la afinidad con el animal, como tenían los gauchos por estas latitudes, se dice y con razón, que la patria se hizo a caballo, pero la concurrencia a los distintos hipódromos del país no constituía un homenaje a este noble animal, sino que la misma respondía y responde, al deseo de ganar unos pesos apostando a las patas de algún burro.

De todas formas, cualquiera sea la razón de esa pasión, entre los temas más transitados por las letras de tango están las carreras de caballos, ya que las mismas fueron el desvelo de muchos de los personajes más entrañables del mundo del tango, comenzando por el propio Carlos Gardel, que frecuentaba, no sólo los hipódromos, sino también los studs y mantenía una estrecha amistad con los principales personajes de ese ambiente. Si hiciéramos una lista de tangos en los que se refleja esta temática, la lista sería interminable.

El término turf no forma parte del diccionario de la Real Academia Española, pero en Buenos Aires se llamaba turf a la actividad hípica y a la apuesta de dinero en dicha actividad. El turf nació unido al tango. Casi se puede decir que fueron paridos juntos. La historia del tango señala su nacimiento arrabalero a mediados del siglo XIX entre los conventillos y el puerto, y sólo pocos años después se inauguró el hipódromo de Palermo. Juntos nacieron y crecieron, con tangueros escribiendo sobre las carreras, jockeys y pura sangre dándoles alegrías a grandes estrellas del tango.

Carlos Gardel e Irineo Leguisamo, inseparables amigos, son la imagen más representativa de esta hermandad. Gardel tuvo varios caballos de carrera y siempre fueron montados por «El Pulpo» (Ireneo Leguizamo). A su vez, el Zorzal Criollo (Carlos Gardel) cantó varios tangos al turf y uno, Leguisamo solo, especialmente dedicado a su amigo:

Alzan las cintas; parten los tungos
como saetas al viento veloz...
Detrás va el Pulpo, alta la testa
la mano experta y el ojo avizor.
Siguen corriendo; doblan el codo,
ya se acomoda, ya entra en acción...
Es el maestro el que se arrima
y explota un grito ensordecedor.

«¡Leguisamo solo...!»
gritan los nenes de la popular.
«¡Leguisamo solo...!»
fuerte repiten los de la oficial.
«¡Leguisamo solo...!»
ya esta el puntero del Pulpo a la par.
«Leguisamo al trote...!»
y el Pulpo cruza el disco triunfal.

Carlos Gardel, era dueño del pura sangre «Lunático» e Irineo Leguisamo su jinete. Un animal que teniendo a su alcance todo el cuidado necesario, la barra que seguían «La Fija» decían que era de «medio pelo» y sabiamente para ajusticiar las palabras refieren su campaña: debutó perdiendo el 26 de abril de 1925, luego siguen derrotas y diez triunfos pero no obtuvo ningún clásico; sin embargo, no siendo un campeón como «Old Man» o el famoso «Botafogo» fue el preferido en los comentarios, quizás porque su jinete fue «El Pulpo» y su dueño Carlos Gardel.

A pesar de dedicarle todo tipo de cuidados, había caballos que no podían ganar. Sin embargo, sus dueños se ocupaban de mejorar todos los detalles que le rodeaban cuidando sus patas, su alimentación, su sueño. Pero todo era inútil, el pingo (el caballo) no reunía las condiciones de un crack. En N.P (No placé), Francisco Loiáconoy Juan José Riverol dicen:

Me pasé una temporada, al cuidado de tus patas.
Te compré una manta nueva. ¡Y hasta apoliyé en el box!
Relojeándote el apronte, la partida a palo errado…
Yo no sé quien me ha engañado, si fuiste vos o el reloj.

Una situación completamente opuesta se producía cuando el caballo era un ganador. Las palabras de elogio y agradecimiento eran una constante, y más aún, cuando la victoria lo «salvaba» de la catástrofe, como en Polvorín, de Manuel Romero y José Martínez:

Parejero de mi vida, lindo zaino de ojos vivos,
me salvaste de la ruina y te estoy agradecido,
Polvorín, mi noble pingo tan querido.
Tu recuerdo irá conmigo a través de mi existencia;
para mí sos un amigo y en las vueltas de la vida, Polvorín,
te llevaré en mi corazón.

Las épocas de abundancia y derroche en el escolaso (juegos de apuestas) y en los burros, no eran duraderas ya que lo bueno dura poco, y la cuestión era conformarse con lo que se daba. El público ubicado en la tribuna popular, llamada la perrera, apostaba en su mayoría el mínimo de “uno y uno”, en espera de un milagro. Lo refieren en Uno y uno, Lorenzo Traverso y Julio Pollero cuando dicen:

Se acabaron esos saques, de cincuenta ganadores;
ya no hay tarros de colores, ni hay almuerzo en el Julien…
Ya no hay Paddock en las carreras, y hoy, si no te ve ninguno,
te acoplás con uno y uno… Qué distinto era tu tren.

La fija era un dato que conocían pocas personas, en general, ligadas a los studs. Estaban informados de las características del caballo, sus aprontes, estado de salud, si había comido bien, que monta lo corría, como había descansado, todos datos que permitían elaborar un pronóstico. El tango Preparate pa’l domingo, de José Rial y Guillermo Barbieri, lo dice así:

Preparate pa’l domingo si querés cortar la yeta,
tengo una rumbiada papa que pagará un buen sport,
¡Me asegura mi datero que lo corre un gran muñeca
y que paga por lo menos treinta y siete a ganador!
vos no hagás correr la bola, entre gente que palpita,
porque estos datos pulentas se brindan por amistad.

Nadie conoce mejor al caballo que el peón que lo cuida, lo pasea, lo acompaña en el box, estableciendo una relación muy especial peón-caballo. En Bajo Belgrano, de Francisco García Jiménez y Anselmo Aieta, lo cuentan así:

Bajo Belgrano, como es de sana tu brisa pampa de juventud
que trae silbidos, canción y risa desde los patios de los studs…!
¡Cuanta esperanza, la que se nos viene, la del peoncito que le habla al crack:
Sacame ‘e pobre, pingo querido, no te me manques pa’l Nacional…!.

Apostaban todo a las patas de un caballo, que fue para muchos el final de su época de esplendor. Era la oportunidad soñada para dar el gran salto, pero una mínima diferencia en el marcador era lapidaria y todo lo apostado se hacía humo. Carlos Gardel y Alfredo Lepera lo contaron así en Por una cabeza:

¡Cuantos desengaños por una cabeza! Yo juré mil veces, no vuelvo a insistir;
pero si un mirar me hiere al pasar, sus labios de fuego otra vez quiero besar.
¡Basta de carreras! ¡Se acabó la timba! ¡Un final reñido yo no vuelvo a ver!
Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo, yo me juego entero
¡Qué le voy a hacer!. Por una cabeza...

En esos tiempos de ebullición de la poesía tanguera, era frecuente presentar situaciones de la vida cotidiana como si se tratara de una carrera de caballos, con todos los aditamentos que habitualmente la rodeaban. Esta comparación burda podía ser dirigida tanto a la mujer como al varón. En este último caso, Pan comido, de Enrique Dizeo e Ismael Gómez, lo detallan magistralmente:

Sos un caído de la cuna, un pobre diablo, un maleta.
En los handicaps corridos siempre quedaste parao.
No servís pa’ acompañarme ni siquiera en la partida.
No tenés chance ninguna… Pa’mi que sos roncador…
Nunca marcaste buen tiempo, Es muy pobre tu corrida.
Cuando no se abre en el codo se me manca en la tendida
Te falta más performance pa’ salir de perdedor.

Las referencias a la mujer no se quedaban atrás. Las comparaciones con las carreras eran burlonas y despreciativas como en Canchero, de Celedonio Flores y Antonio De Bassi:

Para el record de mi vida sos una fácil carrera,
que yo me animo a ganarte, sin emoción ni final.
Te lo bato pa’ que entiendas, en esta jerga burrera
que vos sos una «potranca» para una »penca cuadrera»,
y yo ¡che vieja!, ya he sido relojiao pa’l Nacional.

Y un párrafo aparte para los fanáticos que no pensaban otra cosa que no estuviera relacionada con las carreras de caballos. Preparar todos los pasos con la suficiente anticipación y jugarse hasta el alma por el dato conseguido vaya a saber en donde y cómo:Soy una fiera, de Francisco Marino:

Los domingos me levanto de apoliyar mal dormido y,
a veces, hasta me olvido de morfar por las carreras;
me cacho los embrocantes y mi correspondiente habano
y me piyo un automóvil para llegar más temprano.
Cuando alguno me da un dato, es casi un caso clavao
que si no larga parao, O en la largada hocicó, o, si no, alguna rodada
o porque se abrió en el codo y nadie manya que va de salida, muerto en todo.

Podría seguir citando a mas de 100 tangos dedicados al turf, y seria sorprendente darse cuenta cuán ligado estaban el tango y el turf, pero voy a terminar este articulo con un tango que todos los aficionados al tango conocemos y bailamos tan felizmente, creo que expresa totalmente lo que pasaba un domingo de sol en Buenos Aires. El tango es El Yacare de Mario Sotto y Alfredo Attadia

Es domingo, Palermo resplandece de sol,
cada pingo en la arena llevará una ilusión.
En las cintas los puros alineados están
y a la voz de «¡Largaron!» da salida un afán.
En el medio del lote, conteniendo su acción,
hay un jockey que aguarda con serena atención,
ya se apresta a la carga... griterío infernal.
Emoción que desborda en un bravo final.
¡Arriba viejo Yacaré! Explota el grito atronador.
Todos castigan con rigor, pero no hay nada que hacer,
en el disco ya está Antúnez. Sabés sacar un perdedor,
ganar un Premio Nacional... Muñeca brava
y al final el tope del marcador, siempre es tu meta triunfal.