Los artistas Ángel y Fernando Poyón son oriundos de San Juan Comalapa, pueblo kaqchikel, del departamento de Chimaltenango, Guatemala. El principal carácter de su arte es reconocer las fortalezas de su cultura originaria, expresadas con las acentuaciones y discursos de lo contemporáneo; cuadratura portadora del linaje Maya.

Ubico en un perfil paralelo a Benvenuto Chavajay, recordando Chunches [Mololon tak nakun], 2014, en el MADC de San José Costa Rica; y a Sandra Monterroso, con textiles de un carácter minimalista, o videos en los cuales impactan las tradiciones de estos pueblos; tengo en mente Lix Cua Rahro / Tus tortillas mi amor (2003-2004).

Para sustentar la lectura de sus obras en este comentario, recurro a autores, teóricos, críticos, curadores, quienes definen lo objetual en el arte y en particular el de Ángel:

Poyón utiliza la apariencia de los objetos que parecen benignos, cotidianos, solo para corromper su origen como eurocéntricos, coloniales e imperialistas, herramientas de dominación.

(Tatiane Santa Roca. «Al otro lado del trazo», Nueva York. 2018)

Luis Camnitzer introduce a Ángel en un texto publicado por Art Nexus, afirmando que el guatemalteco, consciente del problema que acecha la identidad originaria, traduce ese «lenguaje plástico» para representarlo en clave contemporánea:

Se abre al repertorio hegemónico, pero sin depender de él. Recoge elementos formales pero los pone al servicio de los problemas que su pueblo enfrenta en un proceso de dilución de su identidad que acompaña los esfuerzos de asimilación. En todo el continente, con la idea novecentesca de ¿integración nacional? y las voluntades de ampliación y unificación del mercado, las identidades locales se han ido corroyendo.

(Camnitzer, 2010)

Pero la re-significación de estas herramientas de la práctica artística de los Poyón, no son como ponerse o quitarse una camisa o sombrero. Al ser reconocida la heredad, reinterpretada en el vocabulario actual, incide en que cada uno tenga rasgos muy propios dentro de esa ubicuidad cultural mesoamericana. Francisco Nájera distingue:

Guatemala, como el resto de los países americanos, es un lugar multiétnico y plurilingüe en donde los diversos pueblos que conviven en la región han desarrollado a lo largo de los siglos, en respuesta a las diferentes formas de colonización que les han sido impuestas, poderosos procesos imaginarios y simbólicos. Han forjado así reajustes y re-creaciones culturales que son, no sólo formas de resistencia, sino maneras de afirmar sus visiones de la realidad y de los valores que, como comunidades, sustentan frente al mundo.

(Nájera, 2017)

Las posiciones (des)colonizadoras son procesos sociológicos de quienes afrontan complejas relaciones de poder: Migraciones, marginalización, ocupación y desplazamiento de tierras y productos, (trans)culturalización. Pero el arte cuestiona dichos atavismos abriendo intersticios por donde mirar su presencia:

De ésta modo, las expresiones de un arte sincrético y mestizo, características de nuestro continente, operan no sólo como formas de expresión local, sino como “un proyecto de construcción histórica, un movimiento activo de interpretación del mundo, [una] constitución de subjetividad y afirmación de diferencia” y ofrecen un cuestionamiento de, y a, los “órdenes naturalizados e impuestos por la colonialidad.

(Ticio Escobar, 2011, Culturas Nativas, culturas universales. Citado por Nájera, 2017)

Arte de los hermanos Poyón

Propuestas como la de 2017, La Colección Poyón, investigan y colectan evidencias de lo que se considera maya, cuestionando a los mismos coleccionistas de ese carácter de arte. Rosina Cazali, curadora de esta propuesta, aprecia:

Cada una de sus piezas explora estéticas que se construyen a partir de la exotización y subordinación que se le ha designado a los pueblos mayas en la historia moderna, tanto desde la mirada ladina como de la indígena.

A manera de un gabinete de curiosidades, la colección relaciona de manera temporal postales, libros, fotografías, registros de obras arquitectónicas, esculturas, monedas, trajes, personajes cómicos, audios, extractos de películas y videos de distinto origen, para evidenciar formas de dominación históricas y vigentes.

(Cazali, 2017)

Lo local y lo global

Ángel produce un arte conceptual de sensible tolerancia cultural y natural, dentro de una manifestación del minimalismo, sugestiva y fogosa. Fernando es mayormente aliado de los lenguajes globales, pero ambos son portadores de una fuerza de singularidad; él, Fernando, es quien trabaja con las cartografías como reclamar una heredad secuestrada por el mundo.

El aparato de reloj despertador, no es una carátula con la métrica de horas y minutos. La pieza es un vacío donde cuaja un tiempo quizás fractal, el que experimenta el individuo creativo al sumirse a investigar en el taller, empoderado por los materiales y lenguajes. La noción de dicho tiempo se estira, y avanza hacia una nueva gramática gestáltica que transforma la geometría en valores no cuantitativos, pero sí cualitativos.

La hamaca o columpio Tz’aläm Siwan, barranco o abismo vertical, es eso mismo, un vacío que al soportar el peso de la caída se estira, afectado por el vértigo y el bombeo de sangre por todas las venas y arterias de nuestro cuerpo, al sentir la adrenalina. Se vuelve similar a esa sensación experimentada al leer una nueva teoría, interpretar una obra de arte desestabilizante, un no saber o incertidumbre propia de estos tiempos cuando se divaga en la caída, mientras la memoria (des)ensortija la espiral.

Los jícaros grabados con imágenes de aviones y hasta autos, son metáfora del mundo, Chi q’acho, Chi q’axe’el, «a nuestra casa, a nuestra raíz», 2014. Trae los recuerdos del libro sagrado del Maya-Quiché, donde los árboles, los ríos, las piedras hablan como en una fábula de aquellos gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, paridos por una princesa preñada por «el árbol de la sangre» (Crescenthia cujete). «Esta serie -expresa Ángel-, son objetos naturales para leerlos con el pensamiento». Aborda una andanza en la memoria de la civilización de estos pueblos, buscando el camino de conexión con el espíritu original. Poyón exhibe grandes fotografías de objetos que gravitan como esa metáfora del globo terráqueo, atravesado por el vuelo de un «ave de acero», el cual lo viola, contamina, y deja cientos de marcas (in)visibles, huellas de humo que nadie ve, pero que ahogan.

En el sombrero, de la serie El Retorno, otro avioncito vuela en la oquedad de espirales que conforman el tejido del objeto, un espacio remontado por el tiempo, los anillos concéntricos del árbol de la raza “Axis Mundi”; la nave se eleva en vuelo sobre la trama de intangibles. Es pensamiento puro, poroso como el arte de estos tiempos que incita a reflexionar e intrincar conexiones que permitan reelaborar su potencial comunicante y crítico.

El grabado sobre un machete con la frase Yo no quiero ser un buen mozo, alude a la incertidumbre que provocan las historias de sometimiento o servidumbre colonial, cuando el vocablo mozo es dado a un subalterno o persona de servicio. Y el machete corta ese porvenir, es un objeto utilitario, pero a su vez simbólico en tanto es arma de doble filo. Me recuerda las fotografías de Luis González Palma, como La Mirada Crítica, y discurso (des)colonizador donde prevalece el fuego y la herida de una cultura sin suturar. Aún somos sociedades marginadas donde afecta la politización de lo corrupto. La campante corrupción, es uno de los grandes males contemporáneos, y en particular en este «estrecho dudoso», recordando a Virginia Pérez-Ratton con la importante muestra tenida en varios espacios de la ciudad de San José, 2006.

Suma videos, performances, y otras prácticas creativas, en las cuales clama por atención a problemáticas como la incomunicación y transculturización, grabadas en emblemáticas placas de mármol, «No estoy aquí, pero estoy», aludiendo a la pérdida de valores que caracterizaron a su cultura. Explica: «Esta serie de lápidas surgen a partir de ver como en las comunidades se iban perdiendo la literatura narrativa y como los aparatos con alma electrónica los iban supliendo». Es sabido que, dicha pérdida avanza en males como la drogadicción, el alcoholismo, embriaguez que nos lleva a pisar el filo del abismo.

Fernando Poyón y lo global

Lanza dardos hacia la educación, y afronta a la bestia de los mercados. Partida, 2018, utiliza una motosierra cuyas cuchillas trastruecan en el desfile de criaturas del bosque hechas en cerámica. Refiere jocosa y lúdicamente a otro de los males que afectan la ecología del planeta, cuando son desforestadas sus selvas y bosques, con el peligro de dejar de ver a dichas criaturas para siempre. Es llamada de atención hacia un discurso -aún no gastado-, en tanto urge transformarlo con tácticas de recuperación inteligentes, como las que propone el arte de Fernando Poyón, al reflexionar en la casa de todos.

Con Detector de palabras silenciadas, 2018, el autor utiliza un muro al cual están recostados lápices gigantes con borradores en sus extremos, son un dardo al sistema educativo, que, como todos esperamos, fue constituido para brindar libertad y crecimiento a los ciudadanos; sin embargo, también corre el peligro de volverse mecanismos de domesticación y dominación.

Otra de las piezas que emociona, es una roca de buen tamaño a la cual le fue grabada con laser la cartografía un tanto colapsada y abrupta del mundo: El sitio, 2010. Los bordes fronterizos son borrosos, condicionados por otros lenguajes y costumbres, como también lo es la ciudad que engendra la paradoja: la hacemos, pero a la vez, esta nos hace. Por otro, Firm ground, world down, 2018, es una cortina de baño que le fue impreso el mapamundi, un abordaje recurrente en él, colgada de tubos de aluminio que se empotran en una esfera negra, y a su vez sujetada a la pared, implica reflexionar sobre lo que vemos y la posición ocupada.

Poyón utiliza los mapas para reordenar las iconografías. Si los mapas en general se consideran como productos neutros del conocimiento científico, fue a través de ellos que la mentalidad colonial buscó «organizar» y controlar el territorio. Los mapamundis de Poyón son rompecabezas incompletos o trozos de tierra colapsados, superpuestos.

(Tatiane Santa Rosa. Nueva York. 2018)

«¿Armas equívocas?»

Para los hermanos Poyón dichos instrumentos de poder son el pensamiento crítico, conjugado con lo irónico, lúdico, pero portador de un aguijón venenoso -similar a un rifle chocho que nadie sabe hacia donde lanzará el tiro-, pero puede volverse contra sí mismos, como el título de la muestra de Priscila Monge en el Museo Tamayo, ciudad de México, 2002. Cuestionante, el arte contemporáneo asemeja a la urbe, cautiva pero también incómoda, amable pero violenta, «instiga a la discordia», como la tildó el sociólogo Alexandre Mitcherlich en el Fetiche Urbano, años setenta del siglo pasado. Son discursos que entrañan esos monstruos que intentan doblegar la cultura, con el ojo contralor del big brother, ya no el situado por Orwell en su novela, sino el de Trump (evóquese el reciente tratado migratorio firmado por Guatemala y Estados Unidos, el cual quiere encajar al resto del istmo).

De alguna manera también motiva a rememorar la historia regional, al filibustero Walker, y aquel intento poscolonial de apropiarse de estos territorios. Discurso critico que apuntaló Estrecho Dudoso, 2006, co-curado por Pérez-Ratton y Tamara Díaz. William Walker fue un general «surista» -describió Virginia-, abogado quien defendía la telaraña del Destino Manifiesto, cortina de humo para disfrazar el sistema esclavista que intentó apoderarse de Centroamérica.

La cala de abordajes a lo contemporáneo -y con esto cierro la aproximación al trabajo de los Poyón-, son pivotes que activan otras memorias del istmo que nos tocó por casa y mirilla de estudio. Este es un discurso de caminantes, migrantes, de un pueblo carente de oportunidades y en busca de tierras donde mejor caliente el sol, desplazamientos que empezaron a ser sensibles al revés de como transitan hoy en día. En el siglo IX y X, las migraciones provenían del centro de México y norte de Mesoamérica, hacia el Sur, debito a choques sociales y políticos en dos grandes culturas de América: la mexica y la maya. Producto de esas tensiones expandieron su cultura, técnicas de la cerámica policroma, e iconografías como la serpiente emplumada, que en adelante aparecieron en las manifestaciones creativas de nuestros pueblos, como el Chorotega, y que el arte evoca y constituye en herramientas de poder.