Observar y analizar la condición humana desde la tierra de los ideales es una liberación, un ejercicio de libertad que el sistema-mundo reprueba e intenta evitar por todos los medios. Permítaseme escribirlo desde el inicio de esta reflexión: no es el poder, secular o religioso, ni la ideología, ni la política, ni la economía, ni un líder, ni un grupo humano, ni un partido político o una iglesia, lo que justifica la historia universal. ¿Qué justifica entonces el trajinar de cada día? ¿De dónde surge la espera y la esperanza en una aldea global que al decir de Ernesto Sábato es experta en anunciar paraísos al mismo tiempo que crea horrores, injusticias, traiciones y genocidios? Al observar el escenario político global encuentro las mismas tendencias, y los mismos lenguajes que caracterizan la política local. Esto es desalentador porque evidencia, por enésima vez, que el psiquismo humano genera volúmenes ingentes de manipulación informativa, odio, violencia y exclusión. Basta observar el lenguaje utilizado en los movimientos políticos, mediáticos y religiosos para comprobar esta decadente realidad. El sistema-mundo se encuentra dislocado y atormentado por los odios que produce; esto ocurre bajo las banderas de la progresía y del conservatismo, ambos son rostros del mismo sistema-mundo.

El cambio de época de los años ochenta

Para mejor entender la situación global conviene retrotraer la mirada a la década de los años ochenta. En aquel tiempo tuvieron lugar seis cambios fundamentales: primero, desaparecieron la Unión Soviética y las tiranías políticas vinculadas al Consejo de Ayuda Mutua Económica y al Pacto de Varsovia; segundo, se relanzó el liberalismo en sus distintas vertientes y se consolidó, bajo su hegemonía, la idea de la globalización económica; tercero, se intensificó la revolución científica y tecnológica hasta llegar a la creación de una «mente universal electrónica» concebida como un conjunto descentralizado de redes de comunicación interconectadas; cuarto, desaparecieron el sistema colonial y los regímenes dictatoriales de seguridad nacional en América Latina; quinto, se inició el crecimiento exponencial de la conciencia ambiental y ecológica; y sexto, se colocaron las bases de lo que en pocos años sería una geopolítica internacional basada en esquemas multipolares de poder. Estos cambios se ramificaron, consolidaron y desarrollaron durante la década de los años noventa, y fue entre los años 1990-2000 cuando se hizo notoria, en los cambios indicados, la presencia de narrativas ideológicas fanáticas y desequilibrantes, hablo en especial de dos: el reduccionismo economicista del anarco-capitalismo que concibe a la sociedad humana como una simple combinación de propiedad privada, dinero, mercado y consumo, cuando en realidad se trata de algo bastante más complejo que incluye aspectos sociales, jurídicos, éticos y culturales; y las corrientes del totalitarismo ideológico, herederas del nazismo, el fascismo, el comunismo y el fanatismo religioso que marcaron el siglo XX.

Retorno de los fantasmas seductores

El exceso del reduccionismo economicista del anarco-capitalismo se queda sólo con La riqueza de las naciones, de Adam Smith, pero olvida su Teoría de los sentimientos morales, desatendiendo un hecho antropológico clave que Smith tenía muy presente: la persona es siempre unitas multiplex, compleja unidad de variables económicas, políticas, sociales, culturales, educativas, éticas, psicológicas, espirituales. En lo que se refiere al nazismo, el fascismo y el comunismo, es claro que estos movimientos experimentaron repliegues coyunturales (el nazi-fascismo en los años de la inmediata posguerra, y el comunismo entre los años 1989-2000), pero nunca desaparecieron del escenario global, se camuflaron y ramificaron.

La beligerancia actual, en todo el orbe, de movimientos sociales centralistas, proteccionistas, nacionalistas, neototalitarios, despóticos y autoritarios, de distinto signo ideológico, evidencia que las tendencias referidas están presentes y se combinan muy bien con el ascenso de los más diversos odios religiosos y seculares, el descrédito y deslegitimidad social de las élites políticas, político-partidarias y religiosas, y la guerra mediática global que impide al ciudadano forjar sus opiniones sobre la base de informaciones equilibradas. Vivimos un tiempo en el que han retornado los fantasmas seductores del irracionalismo político y emocional expresados en el neo-nazismo, el neo-fascismo, el neo-comunismo, el anarco-capitalismo, la tiranía mediática y los fanatismos religiosos. Estas corrientes crecen en número de adherentes, se expanden en las sensibilidades culturales contemporáneas y envuelven la vida global en lenguajes divisivos y acciones que violentan los derechos de las personas…y todo esto lo hacen en nombre de los derechos de las personas, es decir, la incoherencia y el cinismo son monumentales.

Los tres rostros del irracionalismo contemporáneo

En la circunstancia histórica actual sobresalen tres rostros del irracionalismo:

  • El primero, heredero del reduccionismo economicista del anarco-capitalismo, se caracteriza por un globalismo unilateral que añora el dominio total de las mercancías, del consumo infinito, de las plutocracias tecnocráticas y de élites políticas desacreditadas.

  • El segundo hereda y continúa las narrativas ideológicas de las tecnoburocracias estatistas y neoestatistas, y brega a favor de la irracional antiutopía de la insurrección antiglobalista.

  • El tercero es el «fascismo eterno» que refiere Umberto Eco, y que idolatra las razas, las exclusiones sociales, los nacionalismos, lo anticientífico, lo premoderno y la oposición al humanismo secular.

En estos tres irracionalismos pululan los odios más feroces. Odio a las mujeres, a los hombres, a los extranjeros, a los ricos, a los pobres y marginados, al bienestar y a la riqueza, al que piensa y siente distinto, a las poblaciones sexualmente diversas, al pluralismo.

Se oculta en estos odios el demencial propósito, reiterado durante milenios, de alcanzar la uniformidad completa de todas las prácticas, todas las mentes y todas las emociones.

No creo que los irracionalismos logren su cometido. La diversidad de experiencias, intereses e ideas es consustancial a la condición humana, y por eso fracasan los intentos de centralizar, controlar y uniformar vidas y haciendas, objetivos que conducen a anular todos los derechos de las personas.

La fortaleza de las sociedades abiertas reside en desarrollar la mayor cantidad posible de iniciativas, sean privadas, colectivas, estatales, no estatales, autogestionarias y de autogobierno. Esta diversidad experiencial es el núcleo generador de las libertades, frente a ella cualquier totalitarismo, del signo que sea, se convierte en nada.

¿Qué hacer? ¿Qué hoja de ruta trazar?

Dada la circunstancia histórica descrita en las líneas previas parece claro que se debe disminuir la incidencia social de los irracionalismos políticos, y crear un ambiente centrado en la racionalidad científico-humanista y el sentido común. ¿Cómo hacerlo? Sugiero una hoja de ruta que incluya lo siguiente: Re-inventar las élites, crear redes sociales de promoción y protección de los derechos humanos, en especial aquellos relacionados con los derechos económicos, políticos y sociales de las personas; propiciar la transformación de los partidos políticos en instancias no feudalizadas, gestadas desde los intereses ciudadanos y no desde las cúpulas internas; estimular la transformación de las religiones para que estas dejen de ser un cúmulo de dogmas que se imponen, y por el contrario promuevan las capacidades autónomas de las personas en su relación con lo divino; y plantearse el objetivo de hacer desaparecer el complejo militar-industrial.

Pero bueno, como estos cambios no son fáciles y llevará siglos alcanzarlos, quizás sea inevitable que la burbuja en la que navegamos siga estallando en millones de fragmentos, y como ha ocurrido muchas veces en la historia de la especie, continúe vomitando sangre y mortandad por todos lados, para después, en algún incierto momento, volver a reconstituirse, y después de eso saltar de nuevo por los aires en millones de fragmentos, y así por los siglos de los siglos. Esta parece ser una conclusión en extremo pesimista, y lo es, ciertamente, pero se trata de un pesimismo que marca el inicio de una liberación, porque no es posible liberarse de las cadenas sin antes haberlas identificado. Y no es posible alcanzar la auténtica alegría cuando se vive prisionero en las falsas alegrías, teñidas de sangre inocente, que se cultivan en la burbuja perversa del sistema-mundo.