¿Escribes?, me preguntó. Y antes que pudiera responder, me dijo: ¿y para qué sirve la literatura? Lo miré, casi sorprendido, no por las preguntas, sino más bien por la seriedad con que las hacía, como si realmente buscara una respuesta. Le dije con calma: los seres humanos tienen consciencia y lenguaje. Pueden imaginarse otros mundos y estos les sirven como espejos para visualizar aspectos, temas, problemáticas, que aún desconocen y leyendo entran en un dialogo, que les ofrece preguntas, como las tuyas, y posibles respuestas, ya que la literatura es el reino de escenarios y dramas imaginarios, pero no por esto menos reales.

¿Has pensado, por ejemplo, cómo vivía la gente en la Edad Media, cuáles eran sus valores, creencias y actividades cotidianas? Y si lo has hecho, piensa que tienes que explicarlo a una persona más joven y que al hacerlo, tienes que motivarla para que siga leyendo o escuchando. Si lo piensas bien, llegaras a la conclusión de que el método mejor es contarle una historia, como las que conocemos por la Biblia. Estos cuentos nos presentan situaciones y conflictos, que nos hacen reflexionar y la vez nos dan o insinúan una posible respuesta. Esto es la literatura, crear espejos para reflejar nuevas realidades y poder considerarlas para aprender más sobre la vida y nuestros problemas actuales.

Piensa por ejemplo en un pueblo que no tiene historia ni escritura y que para aprender algo nuevo tiene que verlo. Piensa en los esfuerzos, que haríamos para explicarles lo que es un imán, que atrae con fuerza los metales. Gabriel García Márquez lo narró, hablando de Macondo y las visitas de los gitanos y del viaje increíble para ir a descubrir el hielo y al hacerlo nos presentó la condición del continente latinoamericano y de sus dificultades para escapar del pasado.

Mientras le hablaba de estas cosas, abría los ojos sorprendido, creyéndome y no creyéndome al mismo tiempo. Le conté la historia de un amor imposible y de cómo el protagonista, para conservarlo, por décadas interminables, escribía ardientes poemas a su amada, mientras vivía su vida cotidiana, esperando el momento justo para hablarle nuevamente y hacerle sentir todas sus pasiones y deseos. Él exclamó: ¿eso es verdad? ¿Cómo es posible?, y le mencione El amor en los tiempos del cólera, diciéndole que la historia incluía muchos otros detalles, como la vida en Cartagena de las Indias hace más de un siglo atrás y de las bellezas de la ciudad y del rio Magdalena.

Agregué que personalmente nunca había visitado Colombia, pero que seguramente reconocería inmediatamente muchas de sus ciudades. Me miró nuevamente un poco incrédulo y me preguntó: ¿Y tú escribes? Le respondí positivamente, diciéndole que escribía poesía y me preguntó: ¿qué es la poesía? Y riendo le comenté que era la luz y el fuego que tienen vivos los sentimientos y nos hace más humanos, más conscientes de nosotros mismos y del lenguaje. En realidad, le dije, somos o sabemos ser a través de nuestras historias y estas son nuestra prisión y libertad, ya que podemos siempre cambiar de página.

Quedó pensando un momento, cabizbajo y quieto, como si no respirase y después me confesó que estaba enamorado y yo le recité Desnuda de Neruda y después de escucharme atentamente me dio las gracias, diciendo que ahora entendía mejor lo que le pasaba y cuáles eran las palabras para expresarlo.