Me han enviado un libro escrito por una bióloga inglesa llamada Alanna Collen. El título es: 10% Human y fue publicado en 2016. El ensayo afronta un tema interesante: gran parte de lo que consideramos nuestro cuerpo consiste en bacterias, virus y hongos, reduciendo lo estrictamente «humano» al 10% del total de las células que habitan «nuestro organismo». El porcentaje puede ser discutible, probablemente es un poco más, pero la afirmación es innegable: somos menos humanos de lo que pensamos y mucho de lo que sucede en nuestro cuerpo es el resultado de la actividad de organismos ajenos y esto no incumbe exclusivamente en la digestión, sino que además en nuestro peso, estado de ánimo, salud, enfermedades y comportamiento.

Las implicaciones de estas observaciones son muchas e imponen una redefinición de nuestra naturaleza como humanos e individuos, ya que nuestros huéspedes son parte de una comunidad abierta o una red que transciende nuestros límites y siéndolo ellos, lo somos también nosotros. Desde otro punto de vista, el material genético que controla los procesos bioquímicos que «forjan nuestro organismo» es en una ínfima parte humano. Estos procesos incluyen también el metabolismo de neurotransmisores como dopamina, serotonina, adrenalina, oxitocina y junto a ellos, hormonas y otras substancias relevantes para nuestra vida.

Nuestro cuerpo, más que ser una unidad es un navío. Pensando en las posibles implicaciones de esta realidad, cae otra ilusión histórico-cultural, la del libre albedrio, ya que considerando las causas detrás de nuestro comportamiento y conociendo la influencia de los parásitos en éste, no podemos afirmar que somos seres independientes capaces de controlar todo lo que hacemos. Jamás lo hemos sido. Basta pensar que el toxoplasma está cuatro veces más presente entre las personas que causan accidentes de tráfico y así es también el caso en muchos disturbios comportamentales como esquizofrenia, obsesión compulsiva y problemas de atención, siempre más presente en los niños. El mismo toxoplasma causa alteraciones demostrables en los hombres y las mujeres, siendo estas diferentes en los dos sexos. Los hombres infectos tienden a ser menos predispuesto a las interacciones sociales, más sospechosos y arremetedores. En vez, en las mujeres la sociabilidad aumenta, haciéndolas más congeniales y agradables.

La imagen y expectativas dominantes de lo que significa ser humano corresponden a siglos ya pasados y los conocimientos acumulados por la ciencia nos obligan a pensar que estos conceptos ya han sido superados. Pero toda la sociedad, las leyes, lo que consideramos justo e injusto depende de esto y, al final, no somos más que peones del juego infinito que llamamos vida, que cambia, evoluciona y se altera de manera autónoma a nuestra insignificante voluntad. Aspectos como criminalidad, preferencias alimenticias, sexo y muchas otras son sólo en parte nuestra directa responsabilidad.

El capítulo concerniente a la interacción entre bacterias y virus que habitan nuestro organismo y lo que queda de nosotros mismos, marcará enormemente nuestro entendimiento de las enfermedades y salud representando un cambio de paradigma no solamente a nivel biológico, fisiológico y patológico, sino que además filosófico, ya que nuestra humanidad tendrá que ser redefinida. La pregunta es si la microbiota, es decir el reino de los microbios, es parte de nosotros o nosotros somos parte de ella.