Tengo la impresión que todos los seres humanos hemos experimentado la desagradable sensación de haber sido picados por algún zancudo o mosquito. La picada de estos pequeños animales causa irritación debido a una reacción alérgica de nuestro cuerpo a la saliva del insecto. Sin embargo, lo peor no es la picada sino la posible transmisión de enfermedades como la fiebre amarilla, la malaria, el dengue, el zika o la encefalitis del Nilo, entre otras. Pero no podemos olvidar que los zancudos también han sido responsables, directa o indirectamente, de eventos que también podemos considerar relevantes.

Aunque Alfred Russel Wallace (1823-1913) se correspondía con Charles Darwin (1809-1882), a quien admiraba, él no sabía que Darwin llevaba décadas investigando y escribiendo un manuscrito sobre la evolución como producto de la selección natural. Wallace, en 1855, ya estaba convencido de que las especies evolucionaban «por efecto del proceso ordinario de reproducción» y ya había publicado una nota al respecto, la cual pasó desapercibida por los investigadores de la época. Sin embargo, gracias a un ataque reincidente de malaria, contraída originalmente mientras recolectaba material zoológico en el Amazonas, que lo postró en 1858 en las selvas de Malasia, estuvo cavilando sobre las conclusiones de Thomas Robert Malthus (1766-1834) presentadas en el libro An Essay on the Principle of Population.

Entre fiebre y reflexiones le vino la idea de la «supervivencia de los más adaptados», asunto que previamente había discutido con su amigo, el naturalista y mariposólogo Henry Walter Bates (1825-1892), en 1845, años antes que ambos se embarcaran a explorar las selvas tropicales de Suramérica. Las lucubraciones motivaron a Wallace a escribirle una carta a Darwin, explicando sus «maquinadas» ideas y esperando que dicho concepto fuera tan interesante para el recipiente como lo era para el remitente.

Tiempo después fue sorprendido ya que independientemente Darwin había llegado a la misma conclusión alrededor de 1844 y era ese el proyecto en el cual había estado tratando por tantos años, intentando desarrollar la idea y exponerla en un tratado. La misiva de Wallace motivó a Darwin a acelerar la publicación en su On the Origin of Species. ¡Y podemos decir que tal cadena de eventos comenzó gracias a algún zancudo que le transmitió la malaria a Wallace!

Pero hablando de zancudos, especialmente aquellos transmisores de enfermedades, los científicos han desarrollado numerosos métodos para recolectarlos y poder estudiarlos. Sin embargo, el método más efectivo de recolectar tales bichos es con Human Landing Catches o HLC. Este es un método simple que podría ser incluido en una larga lista de posibles torturas. El sistema consiste en utilizar las extremidades expuestas de seres humanos como carnada y recolectar al insecto que se pose en las mismas una vez comience a succionar sangre. Sin duda, podríamos calificar a este método de insatisfactorio ya que potencialmente expone a las personas a una variedad de enfermedades transmitidas por esos bichos. Ciertamente, algunos investigadores han utilizado a terceros, pero otros, como quien les escribe, nos hemos “vestido” de carnada alguna vez, a fin de recolectar estos minúsculos «vampiros».

Durante noviembre de 1989, varios investigadores y exploradores venezolanos pertenecientes a la Fundación Terramar apoyábamos a un equipo de Geo Films liderado por el fotógrafo Uwe George y el documentalista Volker Artz. Durante esta expedición tomaba notas y estudiaba las relaciones entre plantas carnívoras del género Heliamphora y diversos artrópodos que son atraídos por ellas y que le sirven de alimento, así como de otros, capaces de vivir dentro de las «jarras» que sus hojas forman.

Habíamos pasado casi un mes explorando las cumbres del Kukenam y el Roraima, y ahora nos encontrábamos en el Auyantepui. A la caída del sol de cada día preparaba algunos frasquitos con etanol y me retiraba por un corto tiempo a la zona menos iluminada del campamento, muy cercano al lugar en el que el río Auyán termina para convertirse en el majestuoso Salto Angel. Ya sentado y en labores de recolecta estiraba mis piernas y uno de mis brazos para esperar la llegada de los zancudos a picarme y con la otra mano trataba de atrapar los que pudiera.

Este no tan agradable trabajo lo realizaba para el Dr. Pablo José Anduze Díaz (1902-1989), quien días antes, en reunión preparatoria para salir de expedición me había pedido encarecidamente recolectar cuanto zancudo pudiera, ya que él se encontraba estudiando una especie que sospechaba encontraríamos en la cima de este imponente tepuy. Arriba, al comunicarnos una de las tantas noches con nuestros contactos en Caracas, escuchamos la lamentable noticia de la muerte de Pablo. Días antes habíamos celebrado con caipiriña la caída del Muro de Berlín.

Pablo Anduze era médico, entomólogo, antropólogo, etnólogo, geógrafo, biólogo, explorador, políglota y hasta político. Yo he tenido la fortuna de conocer a varios sabios de envergadura, pero jamás había conocido a alguno que reuniera tantos conocimientos, entre los que debo agregar su gran erudición sobre la Amazonía venezolana y los indígenas de esas tierras. Pascual Venegas Filardo (1911-2003), escritor venezolano y hombre al hablar de Pablo, asegura que:

«Pocos hombres de ciencia en Venezuela tienen un conocimiento más completo y más consciente del sur misterioso y desolado de nuestro país, que el doctor Pablo J. Anduze. [...]. Siempre con su caudal de conocimientos, y sobre todo, con esa devoción por nuestras tierras más abandonadas y desatendidas, y por su habitante, buen número aún en estado de dramática marginalidad».

Pablo, hijo del súbdito francés de origen corso Pablo Anduze de los Ríos y la venezolana María Díaz Muñoz, nació en Puerto España, capital de Trinidad y Tobago, el 21 de agosto de 1902. La familia se mudaría a Yaguaraparo, estado Sucre, Venezuela, donde el infante cursaría estudios de primaria. La secundaria la realizaría en primera instancia en el Maison de Melle, en Ghent, Bélgica, para luego asistir al Saint George’s College, Surrey, Inglaterra.

Con tal preparación regresa a Venezuela integrando el personal que formará parte del Servicio de Profilaxia de la Fiebre Amarilla (SPFA) y luego el Instituto Nacional de Higiene, adscritos al Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. En 1937, Pablo sería encargado de dictar el Primer Curso de Malariología organizado en Venezuela a 13 médicos y 23 estudiantes del último año de medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV). En 1938 es enviado a los Estados Unidos a la prestigiosa Cornell University. Cursará estudios de especialización en entomología médica, parasitología, bacteriología y zoología en la Escuela de Agricultura y en la Facultad de Medicina Veterinaria. En 1940 se dirige al Instituto Gorgas de Panamá para aprender sobre enfermedades tropicales. En 1941 regresa a Venezuela donde será designado jefe de la sección de Entomología del SPFA. Luego será nombrado jefe de Entomología del Instituto Nacional de Higiene. Durante este tiempo formará parte de la comisión Nacional para el Estudio de la Oncocercosis.

Ya involucrado en investigación como parte de sus actividades regulares, se contacta con investigadores de diversas instituciones incluyendo a los entomólogos Charles Ballou (1890-1961), primer profesor de Entomología a nivel universitario en Venezuela, y Rene Lichy (1896-1981), explorador, entomólogo, pintor. Anduze, Ballou y Lichy, junto a Enrique Guillermo Vogelsang (1897-1969) y Félix Pifano (1912-2003) fundarían el Boletín de Entomología Venezolana en 1941.

En 1946 describe al zancudo Culex beauperthuyi basado en adultos y larvas recolectados en Borburata, estado Carabobo, en una ciénaga de aguas salobres de la zona costanera. Anduze le dedica la especie al ilustre médico y naturalista francés, nacido en Guadalupe, Louis Daniel Beauperthuy (1807-1871).

«Dedico esta especie a la memoria del Dr. Louis Daniel Beauperthuy, médico francés que vivió desde que iniciara su carrera profesional en Venezuela, que fue su patria de adopción. A él le debemos los primeros conceptos sobre el papel de los insectos en la transmisión de enfermedades y debe considerársele como el verdadero padre de la Entomología Médica».

Apasionado admirador de Beauperthuy, años después escribiría:

«Dos emociones profundas he sentido en mi vida profesional, una, el día que pasé el umbral de la casa del sabio Linneo, en Upsala, y la otra, el día que tuve en mis manos los residuos del material entomológico de Beauperthuy, con sus propios datos y reseñas y sus manuscritos genuinos.

»Este último evento, me brinda la oportunidad de enderezar un entuerto histórico y de hacerle justicia a uno cuyo nombre debe estar escrito en letras de oro en los anales de la ciencia. […] Tuve en mis manos los documentos manuscritos … en los cuales … Beauperthuy expresó la teoría de la transmisión del virus amarílico por «tipularios» que hoy sabemos eran Culicinos. Tuve entre mis manos … los residuos de insectos coleccionados por él … entre esos insectos hay un Aedes en relativo estado de conservación, testigo mudo de los hechos. Por si esto no fuera suficiente, Beauperthuy lo describe a cabalidad, en forma tan clara, que solo su detractor más enconado puede negarlo.

»Beauperthuy fue el primero en exponer tal teoría. No fue Finlay quien descubriera tan trascendental acontecimiento. Hay datos indiscutibles que inducen a creer que Finlay conoció las teorías de Beauperthuy, porque en un momento de sus vidas, sus caminos y sus ideas se cruzaron».

Desde el año 1946 y hasta 1951 sería contratado como jefe de Entomología Médica por la empresa petrolera Creole. En 1947, sus experiencias en el campo de la entomología médica lo hacen merecedor del Sillón XV cuando la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales lo acepta como Individuo de Número gracias a su trabajo Contribución al estudio de los vectores de la fiebre amarilla en Venezuela.

«Mi incorporación como miembro de esta Ilustre Academia, me brinda estímulo para el futuro de mis actividades».

En 1948 haría una pasantía de investigación en el Museo Británico de Londres.

Coincidiendo en las reuniones de la Academia, Lichy y Anduze discuten la idea de establecer unos estatutos a fin de crear una Sociedad de Entomología. Igualmente conversan la idea de Lichy y Marc de Civrieux (1919-2003) de realizar un viaje de exploración a las fuentes del Orinoco. Propósito similar ya había cruzado por la mente de Anduze, quien a estas alturas era gran conocedor de numerosas regiones del país incluyendo pueblos y zonas aisladas al Sur del mayor río de Venezuela.