Como aficionado al buen baloncesto me cuesta no escribir unas líneas sobre el reciente Campeonato de Europa, o Eurobasket, que pudimos ver y en el que la otrora todopoderosa selección española ha finalizado con un meritorio bronce, que supone una especie de broche final a una de las etapas más doradas que el deporte español recuerda.

Con más de diez medallas desde 2003, España ha sido durante más de una década ese coco al que nadie quiere ver ni en pintura, un rival a evitar, pero. a la vez, sin caer nunca en la imagen arrogante que quizá si llegó a proyectar la de selección fútbol en sus días dorados, y eso tal vez sea por la irrupción de la gran selección NBA de los Estados Unidos, un coloso inaccesible que hacía que España mantuviera el toque romántico y épico del eterno aspirante que siempre se levanta, y con quien los nuestros mantuvieron épicas batallas en las grandes finales olímpicas de 2008 y 2012, e incluso en las semifinales de Río 2016, siempre cayendo, pero también siempre asustando al gran gigante dormido y forzándolo hasta el límite.

En este reciente torneo por el cetro del Viejo Continente, España volvía a soñar con el oro y empezó bien, pero sus prestaciones fueron bajando por lesiones y por el conocimiento de la selección que unos rivales con más hambre y más jóvenes demostraron poseer. Se superó la primera fase con pleno de victorias, pero tras un serio aviso de Croacia. Ya en los cruces, Turquía y Alemania superaron a España tácticamente y ambas acabaron sucumbiendo porque la por entonces vigente campeona de Europa seguramente aún tenía, y tiene, demasiada artillería para selecciones de segundo nivel.

Las semifinales contra Eslovenia fueron otra historia; los balcánicos son una selección joven, vigorosa y llena de talento. e infringieron a los nuestros un correctivo difícil de olvidar gracias a su juego eléctrico y a un acierto en el tiro que rozó lo irreal. Cierto es que en la mayoría de días el partido hubiera ido muy diferente, como en todas las grandes derrotas y decepciones, pero ese día no, y ese día quizá marcó el fin del dominio español en el baloncesto europeo.

El ocaso de nuestros ‘dioses’, en particular de Pau Gasol y Juan Carlos Navarro, los estiletes de la gran generación de nuestro baloncesto, supone el volver a tocar con los pies en el suelo, dejar de soñar con desbancar a USA y también el no mirar a lo más alto del podio como objetivo plausible e incluso normal en cada Eurobasket. España no es un país que digiera bien el final de sus épocas gloriosas, sean en el ámbito que sean, y esa es una era que muy pronto recordaremos con nostalgia.