Casas edificadas en medio del campo, en Cataluña, con una clara referencia a sus predecesoras, las villas romanas. Surgidas después de la romanización, forman una unidad de trabajo y de producción agrícola familiar con un régimen jurídico propio –el hereu- que ha mantenido íntegra la propiedad. La vida en el campo ha sido históricamente difícil, no solo por el trabajo durísimo y el aislamiento. Los conflictos de cada época han añadido inseguridad y dureza. El vasallaje feudal a cambio de protección, el bandolerismo, los malos usos del poder después de la liberación de los remences y toda clase de insensateces son algunos de los ejemplos más destacados. Sin embargo, a pesar de las dificultades, la masía tuvo una implantación ascendente y contribuyó a definir el carácter y la arquitectura de la sociedad rural catalana.

La arquitectura de la masia facilita la vida en un medio inhóspito, con mucho sentido práctico y poco sentimentalismo. Su formación es una consecuencia literal de las circunstancias: protección del clima, defensa contra las brutalidades, productividad de los cultivos, materiales disponibles para edificarla, necesidad de ampliación...Y, como todos los fenómenos que se rigen por la razón, la masía no ha estado nunca acabada del todo, incluso las señoriales muestran su riqueza renacentista, barroca, modernista o novecentista, con un pragmatismo abierto a nuevas situaciones.

El abandono del campo ha llevado a las masías al estado de deterioro que todos conocemos. Las segundas residencias y el turismo rural han tomado el relevo adoptando el romanticismo urbano de fin de semana, similar al espíritu nostálgico y ramplón del neoruralismo. Se mal interpretan los valores que han motivado la decisión de habitar una masía, mientras se exaltan la quincalla objetual y el primitivismo de la piedra, que el campesino siempre ha ocultado. Las masías son un testimonio vivo de historias personales y sociales que no deben frivolizarse. Han forjado carácter y una identidad sólidamente arraigada surgida de la interacción entre un territorio y su gente. Su formalización ha sido una cuestión vital. En consecuencia, las experiencias espaciales que les añadimos tendrían que continuar el genio que las ha configurado y potenciar la vida de hoy en su marco antiguo.

Intervenir en una masía abandonada es sumar su realidad física a la topografía del lugar. Es actuar sobre un territorio que ha disuelto una construcción más o menos devaluada en sus curvas de nivel. Esta nueva realidad indiscutible permite explorar alternativas inequívocamente contemporáneas y transformar el lugar dejando sentir los estímulos de la memoria acumulada, sin nostalgias. Una casa en buen estado, intacta, será una buena ocasión para aproximar lenguajes distintos sin tenerse que supeditar el uno a la lógica del otro. Es necesario encontrar una conciliación que entienda el compromiso con el tiempo que nos ha tocado vivir. Un buen proyecto siempre contiene el componente cultural del tiempo que se redactó, el de la contemporaneidad que anuncia el futuro. La masía no ha de ser un escenario costumbrista que impone obligaciones innecesarias, sino el espacio que aporta su bagaje para hacer un viaje con parámetros actuales.

En la remodelación de la masía, por atrevido que parezca, la masía no es el modelo, nadie está obligado a vivir como antes. El modelo aún no tiene forma, en cada caso el conjunto de circunstancias que forman la realidad actual, repensada en un proyecto responsable, es lo que acabará determinándolo. No existen reglas, las reglas no generan pensamiento.