El sudeste está de moda. La popularidad de este destino crece debido a sus playas de impressión, su sabrosa y exótica comida y, admitámoslo, por sus inigualables precios. Esta zona del globo esta cada día mas presente en las opciones de muchos viajeros gracias al boca a boca y a los paquetes vacacionales. La oferta turística para visitar las islas de Tailandia y las playas de Indonesia, los mercados flotantes de Vietnam, los templos del norte de Camboya o para disfrutar del lujo asiático de Singapur cada día es mayor. Sin embargo, si observamos el mapa, queda un lugar relegado por los viajeros y que casi da pena promocionar por miedo a que pierda su esencia: Malasia. No hay fallo. Quien visita este país se enamora.

Malasia fue un enclave de paso para los primeros navegantes portugueses que se aventuraron ya en los albores del siglo XV a establecer una colonia en Malaca. Los británicos fueron los que se asentaron definitivamente y terminaron de impulsar el territorio como puerto mercantil y punto clave en el comercio entre Europa y Asia. A lo largo de su historia, lo que más ha marcado este país es su tan bien integrada multiculturalidad, herencia, precisamente, de haber sido punto de llegada y partida durante siglos. Por aquí pasaban trabajadores chinos, indios, filipinos e indonesios en busca de un futuro mejor, atraídos por la actividad comercial que habían traído consigo los europeos. Puntos como Singapur, Malaca o Penang fueron convirtiéndose en un hervidero de culturas donde cada grupo étnico se establece en una zona, manteniéndose casi herméticos a las demás culturas hasta casi el día de hoy. Pero lo que hace a Malasia tan especial es cómo este crisol cultural se amalgama con los malayos, musulmanes y con una lengua, comida y tradiciones diferentes, transformando la identidad del país. Muestra de esta coexistencia pacífica es, por poner un ejemplo muy práctico, el cine. Dos líneas de subtítulos, en indi y cantonés, por ejemplo, sin que ello despierte resquemor. Por supuesto que en este país hay conflictos territoriales, como el que disputan con Filipinas por algunas zonas en Borneo, pero lo cierto es que es uno de los pocos países donde es difícil delimitar cuál es el grupo étnico mayoritario y eso, precisamente, ha sido la base del crecimiento económico y cultural del país.

Esta riqueza social te atrapa desde todos los sentidos en casi cualquier rincón, ya sea en una gran ciudad como Kuala Lumpur, ciudades más pequeñas pero de importancia como Penang o Johor o en un pueblo cualquiera como Mohar, a pocos kilómetros de Malaca. La India entra por el olfato, con sus puestos de comida por doquier y sus templos de olor a ceniza. China te llega por el gusto, con cientos de restaurantes de comida cantonesa, e impregnando los platos de comida malaya. También por la vista con templos de enormes budas dorados en cada esquina y los numerosos ejemplos de arquitectura tradicional china, como la mansión de Cheong Fat Tze, magnate asiático que patrocinó parte de las obras más importantes en Penang y muy valorado por la comunidad china.

Malasia está en los colores de la ropa y los originales y variados hiyabs de sus mujeres. Está en el sonido de las llamadas al rezo desde las mezquitas que insisten en recordar que se encuentran ahí, escondidas entre el colorido de los templos hindúes y la serenidad grandiosa de los templos budistas.

La influencia de tantas culturas ha provocado que el recetario malayo sea infinito y lleno de contrastes. Como ejemplo encontramos el Laksa, una sopa que, aunque de sabor difícil y ultrapicante y no apto para todos los públicos, vuelve loco a los comensales locales. Los malayos son golosos y podemos encontrar en los numerosos mercados de comida una interminable variedad de postres como el roti boom, una masa dulce frita con azúcar caramelizada, o el inigualable cendol. Esta sopa de helado con gelatina y judías pintas da repelús a primera vista, pero si superas la primera impresión comprobarás que es un postre nutritivo y refrescante a la par que dulce y no te dejará indiferente. Para probar la mejor comida del país, Penang es ineludible. Es la capital gastronómica de Malasia y lo entiendes después de dar un breve paseo. A eso de las siete de la tarde, la rutina es salir a comer. Como sucede también en Tailandia, comer es un deporte nacional. Cuando el calor aprieta un poco menos, la gente sale de casa y se pasea por los mercados de comida y eso será lo que, como buen turista, todo el mundo tendrá que hacer en cualquiera de las ciudades que visite en Malasia.

Este país es el destino perfecto por muchos otros motivos. Sus precios, a pesar de que no llega al nivel de Vietnam o Camboya o ni siquiera al de Tailandia, siguen siendo muy competitivos para los bolsillos occidentales. El inglés, que habla casi todo el mundo, pone las cosas muy fáciles a la hora de moverte y el civismo y la amabilidad de los locales hacen de la visita mucho más agradable. Es fácil entablar una conversación y conocer de primera mano algunas de las costumbres de la zona.

Para una ruta perfecta por Malasia, completa y sin que se nos quede lo fundamental, esta debería incluir.

  1. Perhentians, el paraíso. Nada que envidiar a las playas del sur de Tailandia o de Indonesia. Aguas de transparencia cristalina y una arena blanca impecable que, además, cuenta con fondos inmejorables para los amantes del submarinismo.
  2. Penang. Punto de referencia para los turistas culinarios, los que busquen tranquilidad y... arte urbano. Los graffitis en esta ciudad se esconden como niños traviesos transportándote de repente del pasado al presente en un segundo. La oficina de turismo local ha sabido sacar partido al asunto y lo más común es que el turista acabe conociendo Penang mientras busca curioso dónde se esconde el siguiente graffiti.
  3. Kuala Lumpur. Rascacielos y negocios. La capital se enorgullece de serlo y nos recuerda que Malasia crece, y mucho, y que se abre paso en la economía global. No es, ni por asomo, lo más destacable del país y sobre todo estando tan cerca de Singapur, una capital financiera mucho más impresionante.
  4. Malacca. En este enclave del sur todavía se puede visitar una colonia portuguesa en vías de extinción y numerosos edificios de origen colonial. Karaokes nocturnos y abarrotados mercados de comida coronan la visita, mejorada notablemente si la hacemos en bicicleta y, si tienes suerte, durante el Ramadán.
  5. Cameron Highlands. Los paisajes de verde infinito de las colinas tapizadas por los campos de té muestran una realidad completamente diferente de la península, especialmente tras pasar algún tiempo en las urbes. En la zona se pueden conocer en primera persona aldeas habitadas por aborígenes, hacer un trecking por la jungla o por las montañas más altas de la Malasia peninsular, además de visitar el impresionante templo budista de Sam Poh.

Con más tiempo, Malasia puede regalarte mucho más, ya que este artículo ha dejado al margen los territorios que lindan con Indonesia y la increíble parte de jungla y naturaleza casi irreal que esconde. Explicada la parte cultural y urbana, otro artículo debería seguir a este para explicar las miles de maravillas que se han quedado en el tintero.