Hace apenas un par de años, tuvimos la suerte de visitar Campania, esa región meridional de la República Italiana, cuya capital es la tercera ciudad italiana más poblada, Nápoles. Basados por unos nueve días en el simpático pueblo Vico Equense, pudimos visitar otros pueblos de la región, incluyendo algunos en las costas sorrentina y amalfitana, pero también Pompeya, Salerno y Paestum. Desafortunadamente, aunque intenso, solo pasamos un día completo y unas horas extras, en la ciudad capital de la región, Nápoles.

Durante nuestra estadía en Vico Equense, además de tener la fortuna de compartir con nuestra hermana y cuñado, Gisela y Aníbal José, y los sobrinos Gustavo, Antonieta y Stephanie, además de los padres y hermano de Antonieta, Vicente, Olga y Giovanni, disfrutamos numerosas horas caminando sus calles, iglesias, plazas, jardines, y alguna que otra tienda. Igualmente, disfrutamos conversando con algunos de los pobladores, además de poder asistir a una procesión en honor a los patronos del pueblo, San Ciro y San Giovanni.

A la Panetteria Di Giovanni, pequeño «templo» del gusto y el sabor (muy bien surtido de panes, quesos, jamones, embutidos, y una gran variedad de productos locales), fuimos varias veces a comprar algunos víveres y frutas frescas de la estación, a precios definitivamente económicos. El primer día que visitamos el lugar, tuvimos una agradable conversación (entre nuestro mal italiano y su mal español) con su dueño y dependiente, el simpático Giovanni Castiello, consumado fascista (él lo divulga orgullosamente) poseedor de un cuadro con el busto del Duce sobre su caja registradora. Al enterarse que éramos originalmente de Caracas, nos comentó que durante los 1970 había estado en nuestra ciudad de origen, visitando a algún familiar. Este vivió allá por mucho tiempo, hasta hacía relativamente poco. Le pregunté si regresó alguna vez. Inmediatamente me respondió algo así como: «No, per cosa? ¿Perché tornarci se Caracas è uguale a Napoli?» (¿No, para qué? ¿Para qué regresar si Caracas es igual a Nápoles?).

La zona donde se asienta Nápoles siempre estuvo habitada desde el neolítico. A fines de la edad de bronce (~1700-1050 a. C.), grupos griegos pertenecientes a la civilización micénica, asentados en Cumas (la primera colonia griega en la Magna Graecia), fundaron allí un pequeño puerto comercial, Parthenope. El nombre honraba a una de las sirenas de la mitología griega, hija del Dios Aqueloo y la musa Terpsícore. Según la leyenda griega, Parténope, al no poder atraer a Odiseo con sus canciones, se arrojó al mar, ahogándose. Su cuerpo llegó hasta la costa de la actual Nápoles, en la isla de Megaride, justo donde hoy se encuentra el Castel dell’Ovo.

Debido a la abundancia y amenidades encontradas en Parthenope, los regidores de Cumas, temerosos que su ciudad fuera abandonada decidieron destruir esa ciudad portuaria. Tiempo después, los aristócratas de Cumas, luego de la victoria de Aricia en el 507 d. C., serían desterrados por el general y tirano Aristodemus (~550-~490 BC). Esos oligarcas fundarían una «segunda Cumas» a la cual llamaron Neapolis (la ciudad nueva).

El centro original de Parthenope, cercano a la costa y la colina Pizzofalcone, cuyas murallas pueden aun verse en las laderas del monte Echia, sería entonces llamado Palaipolis (la ciudad vieja). La nueva ciudad sería construida sobre una meseta al noreste de la vieja. Sería diseñada como una cuadrícula de calles estrechas formando cuadras rectangulares. Neapolis florecería remplazando entonces a Cumas en el comercio marítimo, tomando el control del mar desde el golfo de Cumas hasta el golfo Napolitano. La nueva ciudad se convertiría en una de las más importantes de la Magna Graecia, conservando su cultura griega hasta mucho después de ser conquistada por los romanos.

Durante el temprano renacimiento, en 1495, Nápoles fue «tomado» por los franceses quienes la retuvieron brevemente hasta que el Imperio español se la apropió en 1504, instalando virreyes quienes gobernarían no solo Nápoles, sino también Sicilia. Todos estos cambios «gubernamentales» se debían a la relevancia de la ciudad que siempre estuvo asociada al comercio marítimo. Era tan importante, que para el siglo XVII era la ciudad más grande del sur de Europa, su población sobrepasaba las 300 mil personas, tres veces más grande que Roma.

El explorador, escritor y poeta George Sandys (1578-1644) viajó por Europa y el Medio Oriente, estimulándolo a escribir una seria de narrativas, en cuatro volúmenes, titulada La relación de un viaje que comenzó el Anno Domini 1610.

La afluencia de diversas naciones a este puerto [de Neapolis], añade abundancia a su abundancia nativa. Apulia [región del sur peninsular de Italia] les envía almendras, aceite, miel, ganado y queso. Calabria [en el Sureste italiano]... seda, higos, azúcar, excelentes vinos, minerales y materiales para la construcción de barcos. Sicilia les apoya con maíz, si en algún momento su propio suelo se muestra ingrato.... África les provee de pieles, España de telas y oro, Elba [isla italiana en el mar Tirreno] de acero y hierro, y nosotros [Reino Unido] de nuestros productos, de modo que nada les falta.

Mientras estuvo gobernada por los españoles, una enorme armada estaba presente en los cuarteles de Nápoles y navíos militares asentados en su costa. La misión primaria de los gobernantes era simple, cuidar los territorios pertenecientes a la corona española y mantener subyugada a la élite napolitana. Las antiguas estructuras sociales griegas y romanas virtualmente desaparecieron y la aristocracia fue despojada de todo tipo de poder político. Al carecer de este, sus pequeños feudos en la periferia de Nápoles no tenían mayor sentido y los aristócratas comenzaron a mudarse a la ciudad para hacerse parte de la corte de los gobernantes españoles. Una dinámica «clase media» comenzó a crecer. Negociantes, contadores, abogados, prestamistas, se hicieron populares. Sin embargo, a pesar de la prosperidad evidente, no había trabajo para todos y la pobreza aumentaba día a día para buena parte de los pobladores.

La población crecía inexorablemente, cada día más personas llegaban a Nápoles en busca de fortuna, pero el desempleo y la pobreza extrema no cesaban. Las autoridades, temerosas que produjera una rebelión (ya lo habían hecho en un par de ocasiones) almacenaban granos y cereales en cantidades, traídas de otras regiones de la península italiana, manteniendo el precio de venta controlado para asegurar que todos tuvieran acceso a esos alimentos. Desafortunadamente, esto atraía más gente y la ciudad se mantenía dentro de un círculo vicioso de aumento de población con el consiguiente aumento de la pobreza.

Esta enorme presión social cambiaría incluso la dieta típica de los pobladores y los alimentos basados en cereales remplazarían a los basados en carnes y vegetales, aumentaría entonces la desnutrición. Los más pobres mendigos serían reconocidos ahora como lazzaroni o lazzari (leprosos) aun sin portar tal enfermedad.

Para controlar el crecimiento de la ciudad, las autoridades comenzaron a introducir ordenanzas de construcción sumamente restrictivas, prohibiendo construir nuevas viviendas fuera de sus murallas (aún hoy algunos trazos de estas pueden observarse). Más personas por unidad de superficie se convertiría en la norma. El centro de la ciudad de los gobernantes y la nobleza estaba dominado por parques, iglesias, monasterios y enormes edificios gubernamentales. Los comunes llenaban el centro poblado, construido por aquellos griegos fundadores de la ciudad. Sus calles eran oscuras y las casas de habitación crecían «hacia arriba» llegando a tener hasta seis pisos, las más altas de toda Italia. Todavía existen, conforman parte importante del llamado «Centro Storico» y los encontramos entre las calles que rodean «Spaccanapoli», apodo de una calle recta que parte en dos esa jungla urbana de edificios. Una zona caótica, ruidosa, de mucho colorido y olores contrastantes, intrigante… un espectáculo definitivamente fascinante.

Luego de pasar por «varias manos», el reino de «las dos Sicilias» (que incluía a Nápoles) desaparece para ser finalmente conquistado por los garibaldinos bajo el comando de Giuseppe Garibaldi (1807-1882), unificando toda la península e islas adyacentes, formado el Reino de Italia.

Sin duda, diferente a otras regiones de Italia (como nos comentaría alguna vez nuestra amiga Emmanuela Rossa y que he podido detectar en las pocas que he conocido), Nápoles posee un encanto inusual. Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), erudito y escritor alemán, viajaría por varios meses a través de Italia, y entre febrero y mayo de 1787 visitaría Nápoles y Sicilia. Caminó sus calles, llegó hasta el Vesubio, visitó Pompeya. Disfrutaría de la alegría napolitana, contrastándola con la solemnidad de Roma y se asombraría de la manera en que vivían los nativos de la ciudad, una manera que él solo podría haber imaginado vivir.

Uno puede escribir o pintar todo lo que quiera, pero este lugar, la costa, el golfo, el Vesubio, las ciudadelas, las villas, todo, desafía toda descripción… Nápoles es un paraíso. Todo el mundo vive en un estado de ebrio olvido de sí mismo, incluido yo mismo. Parezco una persona completamente diferente a la que apenas reconozco.

Nápoles es una ciudad vibrante, desorganizada, tensa, en perenne caos, con un orden particular que solo los napolitanos entienden. La ciudad está llena de tesoros artísticos y arquitectónicos, magníficos museos, hermosas iglesias que en sí mismas son también museos. Al caminar la ciudad pasamos sobre las huellas de la Magna Graecia, el pasado medieval, el pasado renacentista, el pasado marítimo, todos aderezados con la contemporaneidad que trajo el siglo XX y se refuerza en este XXI. Lugar de constante y permanente contradicción.

En su obra Viaje por Italia, Goethe afirmaría «uno puede morir en paz después de haber visto Nápoles, Italia, no hay nada en la tierra que supere su belleza». De tal afirmación nació el adagio: «Ver Nápoles y morir».

Yo soy caraqueño de nacimiento y de corazón. Mi Caracas era viva, hermosa, violenta, absorta, desorganizada, anárquica, intima, absurda, incoherente y lógica al mismo tiempo. A pesar de verse como una contradicción, siempre he pensado que era (¿es?) la mejor ciudad del mundo, posiblemente aun lo sea. Aunque me cuentan familiares y amigos que mi ciudad, hoy, no es aquella en la que crecí, pasé varias etapas de mi vida y dejé atrás hace poco más de 20 años. Por eso, en vez de solo sorprenderme, me sentí transportado a mi pasado, cuando Don Giovanni nos aseguró que Nápoles era como Caracas. Para mí, desterrado (sin querer) de mi país de origen, eso es una razón más para hacerme regresar a la mítica ciudad alguna vez llamada Neapolis, fundada por los desarraigados de Cumas, justo frente al mar, cercana a las laderas del Vesubio.

Notas

Cappaccio, G. C. (1607). Neapolitanae historiae a Iulio Caesare Capacio eius vrbis a secretis et ciue conscriptae. Tomvus Primus. Nápoles: Apud Io. Iacobum Carlinum. 900 pp.
Chenault Porter, J. y S. S. Munshower (2003). Parthenope’s Splendor: Art of the Golden Age in Naples. Papers in Art History, Vol. VII. State College, Philadelphia: Penn State Department of Art History. 326 pp.
Goethe, J. W. (1992). Italian Journey: 1786-1788. Londres: Penguin Classics. 512 pp.
Lancaster, J. (2019). In the shadow of Vesuvius: A cultural history of Naples. Londres: Tauris Parke. 280 pp.
Nava, M. L. (2010). La frequentazione antica delle coste campane allá luce delle nuove scoperte (pp. 99-100). En: Blackman, J. y M. L. Lentini, eds. Ricoveri per navi militari nei porti del Mediterraneo antico e medievale. Atti del workshop, Ravello 4-5 novembre 2005. Bari: Edipuglia.
Sandys, G. (2018). A Relation of a Journey Begun An. Dom. 1610: Containing a Description of the Turkish Empire, of Egypt, of the Holy Land, of the Remote Parts of Italy, and Ilands Adioyning. Londres: Forgotten Books. 314 pp.