“El cadáver exquisito tomará el vino nuevo” concluían Breton, Tzara y compañía en aquella famosa reunión de arrebatados surrealistas en las que el juego de las palabras se convirtió en arte, emoción y conciencia compartida. Corrían los años veinte. Por aquellas fechas, mientras las cunetas de la vieja Europa rebosaban de cuerpos cercenados, Al Capone dirigía con mano de hierro el crimen organizado de Chicago y, a la vez que sembraba las calles de víctimas, en Estados Unidos se iniciaba una profunda reestructuración metodológica que convirtió a la autopsia en el camino para la enseñanza de la medicina. Los restos mortales, libros que se estaban empezando a aprender a leer, daban multitud de pistas sobre las vidas que habían llevado y sobre las causas de sus muertes.

Desde las primeras incisiones en cuerpos sin vida en busca de todo tipo de datos hasta las potentes recreaciones que aparecen en la mesa de los forenses de la serie CSI han pasado unos dos mil años y el interior del cuerpo humano, ese microcosmos que hace nada escondía tantos misterios como el Universo que contemplamos cada noche, ha dejado de ser un secreto gracias al avance de la ciencia. Prueba de ello es la muestra Human Bodies, que ocupará la sala de exposiciones Sabadell Herrero de Oviedo hasta el próximo 25 de octubre y en la que el visitante puede recorrer el contenedor de nuestra conciencia de forma milimétrica, y esta última frase es literal.

Todo gracias a la plastinación, una técnica inventada en 1977 por el médico con alma de artista Gunther von Hagens, que consiste en sustraer el agua y las grasas del cuerpo y sustituirlos por un polímero que hace posible la conservación y observación sin las evidentes desventajas de la descomposición. El procedimiento, que se sirve de técnicas de vacío y congelación, permite ofrecer una visión exhaustiva de cada rincón de esta máquina precisa en la que viajamos, ya que ha sido diseccionada dejando al descubierto todos sus detalles.

La exposición nos permite, al mismo ritmo que podríamos recorrer cualquiera de las salas de El Prado, disfrutar de prácticamente una autopsia y cumplir con la etimología de dicha palabra: acción de ver con los propios ojos. Y es que no todos los días podemos mirar de cerca un corazón, un hígado o un sistema arterial reales.

Las piezas expuestas, totalmente alejadas del morbo y lo escabroso, no impactan por su condición de cadáveres o restos de los mismos, ya que debido a su aspecto plastificado parece que estemos ante maquetas, sino que impresionan al dejar al descubierto la complejidad de nuestra relojería, así como su vulnerabilidad. Muestra de ello son los pulmones ennegrecidos de un fumador que se pueden contemplar al lado de unos sanos o el corte sagital de la columna vertebral que termina en un cerebro que ha sufrido un infarto cerebral y cuya zona dañada aparece oscurecida, como si de un hardware chamuscado se tratara. Impresiona la visión de un feto -apenas quimera- de pocas semanas, así como el cráneo de brillo hipnótico de un niño de cinco años o las garras descomunales de un oso que se yergue poderoso al principio del recorrido, recordándonos que todo lo que vamos a ver no es más que tejido animal. Impresiona el reducido tamaño del seso y la indefensión del sexo que, sin vida, parece negar su pasado como -junto al dinero- motor de las pulsiones humanas. Impresiona el color de la carne, no distinto al que hayamos tantas veces visto en chacinerías. Pero, por encima de todas las emociones que pueda generar la muestra, el valor de la misma está en la humildad que podemos asimilar, ya que los cuerpos que se desnudan ante nosotros, todos procedentes de personas chinas fallecidas sin identificar (inquieta que la fábrica del mundo facture incluso cadáveres), no son diferentes de los de reyes, aristócratas, estrellas de Hollywood, deportistas de élite, ni por supuesto del de nosotros, que tan insoportables nos volvemos de creer que tanto valemos. Y, para qué nos vamos a engañar, los hay que ni para estar muertos en un expositor sirven.

Id y disfrutad -no olvidéis a vuestros hijos, por pequeños que sean- de estos cuerpos exquisitos, verdadera medida de todas las cosas. Para los que no os atreváis, aquí os dejo este otro cadáver: “El amor muerto adornará al pueblo”. A buen entendedor surrealista pocas palabras bastan.

Enlaces de interés:

La exposición
Surrealismo
Jugando a los cadáveres exquisitos
La Revolución surrealista