El pasado 24 de mayo pasó en Oviedo algo que, para muchos, fue tanto o más importante que el encuentro electoral. Tras 12 años de infierno, la ciudad entera celebró la vuelta de su equipo a la categoría de plata del fútbol español. Un momento inolvidable.

Y es que fueron años muy duros para la numerosa, e incombustible, afición del Real Oviedo. En unos pocos años, con un flamante estadio apenas utilizado, el conjunto descendió de lo más alto de la Liga española al infierno de la 3ª división, tras una pésima gestión de la directiva, en 2003. Bastantes abandonaron entonces, pero fueron muchos más los que aguantaron y continuaron animando al equipo contra viento y marea, con un club acosado por las deudas contraídas por oscuros personajes, alguno de los cuales está hoy en busca y captura. No solo no hubo apoyo institucional, sino que el Ayuntamiento, dirigido entonces por el ínclito Gabino de Lorenzo, fomentó al Vetusta -remozado como “Oviedo Astur”- en detrimento del equipo de la ciudad, que pronto cumplirá 90 años de historia.

Pero nada pudo parar a los miles de personas que, contra viento y marea, continuaron animando a su equipo de toda la vida, cambiando las ciudades por pueblos, recorriendo los más modestos campos, sin rendirse jamás; pronto se produjo la recuperación, la subida a Segunda División B. No era suficiente, sin embargo: la situación financiera era desesperada y ni siquiera el trabajo de una directiva muy entregada (con nombres de primera fila como el expresidente de la Liga de Fútbol Profesional Toni Fidalgo y el periodista deportivo Pedro Zuazua) más el cable que echaba el Consistorio -que, ahora sí, tenía oviedistas de siempre- podían salvar al club.

Entonces se produjo el milagro. A la ampliación de capital de la sociedad anónima deportiva acudieron no ya miles de ovetenses y de asturianos, sino cientos de aficionados de todo el planeta. Desembarcó la salvación: Carlos Slim -a la sazón hombre más rico del mundo- impresionado por el espíritu de la afición oviedista, se convirtió en accionista mayoritario del club, y a través de sus hombres de confianza, logró, no sin esfuerzo, reforzar el equipo hasta lograr el más preciado objetivo: la vuelta al fútbol profesional. El ascenso a Segunda División el 24 de junio de 2015.

Los más jóvenes nunca habíamos visto a la capital del Principado tan entregada al deporte rey: bufandas por doquier y hasta el agua de las fuentes se tiñó de azul el día anterior -azul PP, recordaron los más avispados-. Todos los bares llenos, ambientazo, alegría en las calles. Cada jugada, cada falta, cada gol debían de oírse hasta en Siero. Alegría, júbilo, celebración de varios días: la ocasión lo merecía, por fin una alegría deportiva. Solo el injusto trato dispensado por el Cádiz a más de cien aficionados que se desplazaron 1.000 km en autobús para ver a su Oviedín del alma y fueron dejados, con entrada en mano, fuera del estadio empañó lo que de otro modo fue una jornada mágica.

El feliz suceso fue obra de Sergio Egea, el ínclito entrenador argentino, y de una esforzada plantilla: Esteban, Cervero, Generelo, Omgba... Pero sobre todo, del jugador más importante, el número 12.