Después de tantas idas y vueltas con los sistemas tácticos, cada vez más preocupados por cubrir todos los sectores de la cancha y por cuidar el resultado, haciendo al fútbol cada vez más eficiente al compás de un capitalismo creciente, con los entrenadores durando cada vez menos en sus puestos, dependiendo de la dictadura de los resultados, venimos a descubrir que uno de los mayores ganadores de este tiempo, el catalán Josep Guardiola, que lleva siete temporadas en el Manchester City, ha vuelto a la WM, el viejo sistema de Herbert Champman en la década de los años Treinta del siglo pasado.

La WM no es más que un sistema con tres defensores, dos volantes por delante, y otros dos por detrás de tres atacantes, lo que, uniendo los puntos, termina conformando las dos letras, algo considerado antiguo por la mayoría de los modernistas. No es necesario jugar siempre así, por supuesto. Y el primero que lo sabe bien es el propio Guardiola, ganador, desde 2008, cuando se hizo cargo del primer equipo del Fútbol Club Barcelona, de 37 títulos, entre los locales (26) y los internacionales (11) entre sus tres etapas, la primera, que ya fue citada, hasta 2012, la segunda en el Bayern Munich, entre 2013 y 2016, y la tercera, en el Manchester City, entre 2016 y la actualidad aunque su contrato tiene mayor duración y luego ya se propone sólo dirigir a seleccionados nacionales, según ha manifestado su amigo, el ex periodista catalán y actual miembro del City Group, Joan Patsy.

Guardiola ha sido, primero que entrenador, un gran futbolista. Más allá de sus condiciones técnicas y su habilidad para el buen pase como volante, sostiene que aprendió el oficio cuando tuvo la suerte de contar con Johan Cruyff como entrenador, quien al verlo con un físico esmirriado y flaco, le advirtió que así jamás podría ganar un choque con la características de los colegas del puesto que iban apareciendo: macizos físicamente, con un enorme despliegue, y con mucho más músculo para ir en busca de la pelota. Sin dudas, “Pep” debía tratar de evitar la colisión con sus rivales. ¿Cómo hacer para conseguirlo? Anticipándose a la jugada, llegando un segundo antes a la pelota, pasársela rápido a un compañero al primer contacto, antes de que llegaran los rivales. Así aprendió que para jugar mejor, hay que leer la jugada, hay que comprender a qué se está jugando, hay que estar atento al partido y a todo lo que rodea y en lo posible, hay que pensar lo que se va a hacer con la pelota antes de que llegue a sus pies.

Guardiola, entonces, es el producto de varios hechos: los consejos de Cruyff, que antes, en los setenta, el propio Cruyff haya sido ídolo de la afición azulgrana marcando al club como pocos lo habían conseguido antes al provocar una revolución: había que dejar de mirar siempre a Madrid para colocarse en el centro de la acción, sentirse seguros, apostar a lo propio sin victimizarse. Ya como entrenador, consiguió cuatro ligas españolas seguidas y antes de que su equipo saltara al campo de Wembley en Londres para la final de la Copa de Europa de 1992 ante la Sampdoria, dijo a sus jugadores en el vestuario “salid y disfrutad”, y el Barcelona consiguió su primer torneo continental.

Por más que el Manchester City, un club sin tradición ganadora, vaya en busca de su cuarta liga inglesa consecutiva y sea el vigente campeón de la Champions League, hoy por hoy sea considerado uno de los mejores equipos del mundo, no es el único que puede desplegar un juego vistoso. El Liverpool de Jürgen Klopp también lo ha conseguido con otro sistema y otras ideas, y lo mismo puede decirse del Arsenal de Mikel Arteta, que ha despertado ya hace dos temporadas de la mano de quien fuera ayudante de campo de Guardiola.

Si con Guardiola, llevando su sistema al terreno de la música, se lo considera más cerca de lo clásico -podríamos representarlo como si fuera escuchar a “The Beatles”-, con Klopp podría acercarse a la expresión del rock pesado, con mucho más ruido, pero sin perder jamás la estética. Si para Guardiola, el mediocampo es una zona fundamental para la gestación del juego, para Klopp, es apenas un lugar de tránsito y los tres cuartos finales del campo se convierten en fundamental: lo más importante es llegar, no tanto estar allí. Lo de Arteta en el Arsenal, en cambio, es mucho más parecido a lo de Guardiola y no por nada es un DT surgido de su riñón. Los tres equipos, Manchester City, Liverpool y Arsenal, vienen dominando el escenario del fútbol inglés y en buena manera, el europeo.

Sin embargo, el hecho estético del fútbol parece hoy un acto de resistencia ante el avance de los estudios científicos que quieren transformar un juego en una suma de cálculos con el único objetivo de conseguir resultados: algoritmos que sugieren jugadores para contratar, mapas de calor que muestran las imágenes de los partidos para determinar por qué lugares del campo pasó más la pelota y aquellos en los que ni se acercó, indumentaria debajo de las camisetas para medir los kilómetros recorridos y tantos otros objetos que van apareciendo para, supuestamente, mejorar a los deportistas.

En cuanto a lo táctico, sorprende que se considere “ingenuos” o en el mejor caso “románticos” a los equipos que atacan con más de dos jugadores, pero son “equilibrados” cuanto mayor es el número de volantes y defensores detrás de la línea de la pelota.
Es extraño: en un equipo compuesto por once jugadores, el “equilibrio” llega pese a que puede haber ocho defendiendo y tres atacando, pero es todo lo contrario si hubiera ocho atacando y tres defendiendo.

Volviendo a Cruyff, antes de comenzar una temporada en la liga española, el presidente del Barcelona, Josep LLuis Núñez le manifestaba su temor porque el entrenador había pedido casi todos atacantes para contratar, pero no defensores, por lo que el equipo podía sufrir muchos goles en contra. La respuesta, que no terminó de convencer al dirigente, fue que “si nosotros marcamos cinco goles y nos marcan dos, ganaremos todos los partidos”, pero el sistema no parece estar preparado para comprender racionalmente algo tan simple, acaso porque la industria sólo prepara para la eficiencia y ésta se nutre de un discurso específico y de una producción en serie de jugadores iguales.

Si ya como jugador, el brasileño Mario Lobo Zagallo deslumbró en el Mundial de Suecia 1958 retrocediendo a recuperar la pelota cerca de los volantes para luego volver a sumarse como un delantero más, cambiando la concepción del juego que había en ese momento -al punto de que un jovencito Pelé sostuvo que sin Zagallo difícilmente él habría podido brillar en aquel torneo-, doce años después volvió a sorprender, ahora como entrenador, cuando decidió llevar al Mundial de México 1970 a cinco jugadores en la misma posición en distintos equipos de su país, la de volante creativo izquierdo (el legendario “número diez”), y los colocó a todos de titulares en los cinco puestos del ataque.

Así fue que Jairzinho (Botafogo), Gerson (Fluminense), Tostao (Cruzeiro), Pelé (Santos) y Rivelino (Corinthians) conformaron acaso el mejor equipo de la historia, dejando espectaculares recuerdos de jugadas maravillosas, únicas, y por supuesto, humillaron en la final a la Italia del Catenaccio, los reyes de la invulnerabilidad. Sin embargo, hay otro dato escondido varias capas adentro, y es que ese Brasil nunca dejó de ganar un solo partido desde el proceso de clasificación al Mundial hasta la final que ganó. Nunca siquiera empató un partido. ¿Más ejemplo de eficiencia?

Pero no. El sistema industrializado de hoy, con multinacionales futboleras compuestas por los mismos dueños de un grupo que tiene clubes en países de distintos continentes, necesitan disciplina, control y eficacia, dentro de un contexto que sea lo más científico posible, alejado de toda manifestación romántica, al punto de que un jugador pueda ser amonestado, y hasta expulsado, por festejar un gol más de la cuenta.

Hace unos años, se debatió en la Argentina cuál es “el fútbol que le gusta a la gente”.
Fue en el contexto del cambio de paradigma alrededor de la selección argentina luego de que César Luis Menotti -recientemente fallecido- terminara como entrenador, en 1982, un ciclo de ocho años que mucho más allá del primer título mundial para la albiceleste, generara en la misma una filosofía que se la denominó de “regreso a las fuentes”, un intento, con herramientas modernas, de retomar aquella manera de jugar con la que el fútbol argentino brillara en los años treinta y cuarenta del siglo pasado, cuando célebres delanteras arrasaban a todos los rivales y los partidos eran una fiesta del disfrute y la estética.
Carlos Bilardo, que reemplazó a Menotti en el cargo, comenzó a propalar que se podía ganar “con muchos sistemas” y que no había una única manera de conseguir el objetivo. Los dos tuvieron sus defensores y sus detractores.

Aún hoy, el fútbol se sigue debatiendo en el mundo sobre si se encamina cada vez más a la ciencia, o si se podrán imponer esos focos de rebeldía que insisten con el romanticismo, haciendo ver que éste, aunque no parezca, sigue siendo eficaz.

En 1975, un ex jugador de los años treinta del siglo pasado, Carlos Peucelle -después maestro de futbolistas y descubridor de talentos en la Argentina- publicó un libro, Fútbol Todotiempo, en el que escribió una frase lapidaria:

Todo lo que veo, ya lo vi. Todo lo que vi, ya no lo veo.

Tal vez, con la WM, Guardiola esté haciendo el intento de recuperar aquellos tiempos que parecen tan lejanos.