El fútbol tiene su historia y sus leyendas dentro y fuera del campo de juego. Una historia de hombres, de esquemas, de esfuerzos, de amistad y el equipo, que fue más historia, más leyenda que muchas otras leyendas, fue el Colo Colo en el último año del gobierno de Allende, en el fatídico y trágico 1973.

Allí jugaban Carlos Caszely, Francisco Valdés, Leonardo Véliz, Fernando Osorio, Alfonso Lara, Guillermo Páez, junto con “Chamaco” que llegó desde el Antofagasta Portuario, Mario Galindo, Rafael González, Leonel Herrera y muchos otros, bajo la conducción astuta e inteligente del entrenador Luis Álamos, que provenía de las minas del carbón de Lota y era, de profesión, maestro de escuela. Este equipo, con su entrenador, también fue la base de la selección nacional del mismo año, que se clasificó para el mundial del 1974 en Alemania, derrotando en ausencia a la vieja Unión Soviética, que se negó a jugar en el estadio Nacional.

El Colo Colo llegó en ese entonces a la final de la copa libertadores, llenando el estadio en un periodo difícil de huelgas y protestas. El mes de abril ganó contra el Botafogo en el Maracaná. La gente llegaba caminando para verlos jugar y entre todos se ayudaban para superar el problema del transporte, organizándose como fuera posible para verlos correr y luchar con sus camisas blancas, que unían el país a pesar de todas las diferencias, conflictos y dificultades.

Un equipo del pueblo, que jugaba para el pueblo en el estadio Nacional. Estadio que, después del golpe, se transformó en un campo de concentración, de tortura y de exterminio. El Colo Colo de 1973 representaba el deporte, la dignidad, la pasión por el juego, la lealtad hacia sus seguidores y la integridad moral de muchos de sus jugadores, además del sacrificio y la solidaridad. Este equipo popular y querido fue un ejemplo de contestación contra la dictadura. Carlos Caszely se negó a darle la mano al dictador y se dice que su madre fue vilmente torturada por los militares. El jugador, atacante de muchos recursos técnicos y físicos, se convirtió en un símbolo de resistencia, hasta que dejó el país para ir a jugar a España.

La popularidad del Colo Colo en ese entonces fue altísima. Antes del golpe, llenaba el estadio y los gritos de las tribunas se escuchaban a kilómetros de distancia, convirtiéndose en un símbolo que superaba los límites de futbol y llegaba más allá del campo de juego y su historia. Como ya sabemos, fue hecho por hombres humildes y su destino y suerte se mezcló inexorablemente con la historia del país de esos terribles años.

Algunos de los jugadores del Colo Colo de 1973 ya se han ido para siempre, otros están ya viejos, pero la historia del equipo y sus gestas, dentro y fuera del estadio, aún resuenan como ecos y su recuerdo, en un país que ha perdido su identidad y un pueblo que no se reconoce como pueblo, tiene el sabor lejano de un pasado más humano, tejido de proezas cotidianas, de sacrificios en nombre de todos y de una generosidad deportiva y humana, que transciende el egoísmo y lo estrechamente personal, cohesionando la nación en un sueño colectivo, hecho de sudor, de camaradería y de objetivos comunes en un campo verde, que fue metáfora viva del país en esos tiempos.