El mundo vira políticamente hacia un neoliberalismo sin límites y el fútbol no podía ser ajeno. Cada vez más, los movimientos de la FIFA responden a los intereses de los grandes capitales y a la búsqueda de mayores rendimientos, mientras que la pelota pasa a ser cada vez más claramente, una mera excusa.

No sólo ya los Derechos Humanos pasaron a un segundo plano -sino a un tercero- y se organizan torneos importantes en países que no cumplen con los menores requisitos, sino que cada vez está más claro que se le otorga todo al mejor postor.

Las claves de esos movimientos de la FIFA aparecen con el innecesariamente apurado otorgamiento de las sedes de los dos próximos Mundiales, los de 2030 y 2034, a la triple candidatura de España, Portugal y Marruecos en el primer caso, y a Arabia Saudita en el segundo.

Lo llamativo de este anuncio es que quedaba un año de plazo para resolverlo y para ello iba a reunirse en el último trimestre de 2024 un congreso extraordinario, compuesto por los representantes de las 211 federaciones nacionales, que votaría entre las dos candidaturas, la finalmente ganadora a dedo (España, Portugal y Marruecos) y la sudamericana, compuesta por Uruguay, Argentina, Paraguay y Chile, que tenía como basa que se conmemoraban justamente cien años de la organización del primer Mundial en Uruguay 1930 y que lo mejor era que el torneo volviera, un siglo después, a donde todo comenzó.

Pero la FIFA no puede esperar. Negocios son negocios y al comprobar que Sudamérica no está en condiciones de organizar un Mundial desde el punto de vista de la economía, la capacidad hotelera y la seguridad, lo que hizo Gianni Infantino, el presidente ítalo-suizo de la entidad madre del fútbol, fue otorgarle a la Conmebol la dádiva de un partido de la primera fecha de la primera rueda de un torneo de 48 equipos divididos en 12 grupos, a la Argentina, Uruguay y a Paraguay, para pasar a jugarse todo el resto del campeonato en Europa y África, del otro lado del Océano Atlántico.

Esto, que a todas luces es un disparate, fue aceptado por la Conmebol -hasta la exclusión de Chile, al explicar la FIFA que no había lugar para cuatro países, sin tener muy claro el por qué- y hasta festejado, al citar sus dirigentes que el Mundial se jugará en seis sedes (cuando en realidad la FIFA sólo acepta tres, las europeas y la africana) y que Sudamérica albergará el partido inaugural (que no es cierto, porque aunque esos tres partidos se jueguen primero, la ceremonia inaugural se realizará más tarde en territorio español). ¿No hubiera sido más lógico que Uruguay rechazara esta oferta y organizara un Mundialito como el de 1980, en el cincuentenario del torneo de 1930, invitando a todos los campeones del mundo en un torneo con dos grupos de cuatro equipos, teniendo la venta de entradas y derechos de TV? Pero nadie se atreve a decirle que no a la FIFA.

Pero no termina allí: la FIFA, durante 2023, decidió quitarle el Mundial sub-20 a Indonesia por no aceptar la participación de la selección israelí en su territorio, por más que haya conseguido una legítima clasificación. Se postuló entonces Argentina, cambió la sede, e Israel pudo jugar y hasta realizó un más que digno papel. Lo insólito es que apenas meses más tarde, Indonesia acababa organizando el otro Mundial juvenil, el sub-17, ganado por Alemania, en el que, claro, no participaron los israelíes por no haberse clasificado.

En otras palabras, la FIFA lo que hizo fue esconder la cabeza como el avestruz: no es que sancionó a Indonesia, sino que le sacó la patata caliente de un problema político y entonces, cuando Israel no estuvo, le devolvió la sede. Nada de sanciones a un país que no admite al seleccionado de otro porque no le gusta. El show debe seguir.

Tampoco dio explicación por otorgarle a Chile el Mundial sub-20 de 2025, justo cuando quedó excluida de un partido del Mundial 2030, en lo que suena a recompensa por aquella acción. En su momento, Infantino explicó a los dirigentes de la Asociación Nacional del Fútbol Profesional (ANFP) chileno que los tres partidos mundialistas de 2030 se le otorgaban a Uruguay por haber sido el país organizador un siglo atrás, a Argentina, por ser campeón mundial, y a Paraguay, porque en este país se encuentra la sede de la Conmebol, pero que no había lugar para un cuarto.

Por supuesto que tampoco hay informaciones abiertas sobre por qué la FIFA piensa instalar su sede administrativo-financiera en los Estados Unidos, para lo cual dejará apenas museos y pocas cosas más en su vieja sede de Zúrich. Todo indica que este cambio está relacionado con una mayor exención impositiva en Norteamérica, luego de haber sido presionada por la Justicia suiza.

Claro que entonces no parece casual que en 2025 se celebre el primer Mundial de Clubes de 32 equipos justamente en los Estados Unidos, y que, al año siguiente, el mismo país, junto a Canadá y México, organicen el Mundial 2026, y si le sumamos la Copa América de mediados de este año, en la que también será local, está claro cuál es el intento de beneficio de la FIFA en estos años. Un auténtico acuerdo al más alto nivel.

Si esto ocurre con la FIFA, el pasado 21 de diciembre se conoció el fallo del Tribunal de Justicia europeo, por el que se indica que la UEFA no puede seguir teniendo el monopolio de la organización de torneos en Europa, y esto abre, por fin, las puertas a que sean los propios clubes poderosos los que puedan instituir nuevos campeonatos que ellos mismos regenteen, y así fue por años la idea de una Superliga, encabezada por Real Madrid, Barcelona y la Juventus, aunque muchos de los demás clubes fuertes se fueron retirando, en algunos casos por considerar elitista al proyecto (que en principio partía de la invitación y no del mérito deportivo), como el PSG y el Bayern Múnich, y otros, por presiones políticas del entonces primer ministro británico Boris Johnson al Top Six (Manchester City, Manchester United, Liverpool, Chelsea, Tottenham y Arsenal), y de sus socios e hinchas, que no aceptaron este torneo. Finalmente, se alejaron el Atlético Madrid, el Inter y el Milan.

Sin embargo, desde la Superliga confían en ir convenciendo a los dirigentes de toda la élite de la conveniencia de volver al proyecto, especialmente haciendo entender que detrás hay un sponsor como el banco JP Morgan, con 15.000 millones de euros a repartir y con la posibilidad de emitir todos los partidos vía streaming y de manera gratuita, lo que reventaría el mercado televisivo de las cadenas privadas.

La UEFA, conocedora de la frustración de varios clubes poderosos por jugar muy pocos partidos con el actual formato de Champions, modificó el torneo que desde 2024/25, en vez de ocho grupos de cuatro equipos, tendrá cuatro grupos de ocho, por lo que cada uno se garantiza al menos siete partidos europeos, pero la saciedad hace que no alcance, aunque nadie piense qué será de las ligas locales si hay tantos partidos continentales. ¿Qué ocurrirá con los clubes de clase media para abajo, condenados a jugar por un campeonato en el que los fuertes mirarán hacia otros horizontes y pondrán suplentes en esos partidos?

Peor es el caso de la Serie A italiana, que se acaba de encontrar con la quita, desde el gobierno nacional de la presidente Giorgia Meloni, del llamado «Decreto Crescita», o «Ley Beckham» a la italiana, por el que los extranjeros contratados, o los nacionales que estaban jugando en el exterior por más de dos años, pagaban sólo un tributo del cincuenta por ciento. Así fue como llegó Cristiano Ronaldo a la Juventus en la temporada 2018/19 y tantas estrellas más hasta 2023, pero ahora, no habrá favores y todos deberán pagar los mismos impuestos, lo que para algunos dirigentes será «la muerte del Calcio», mientras que para la agrupación de jugadores locales, será de gran ayuda para que los clubes -ahora muchos con capitales norteamericanos- tengan que volver a recurrir a futbolistas nacidos en el país, o a sus divisiones juveniles, luego de dos Mundiales sin clasificarse, y otros dos en los que los azzurri no pudieron pasar de la fase de grupos.

Por si faltara poco, el nuevo presidente argentino, Javier Milei, no quiso dejar al fútbol en su primer paquete duro de 664 Decretos «de Necesidad y Urgencia» y dictaminó que los clubes, que hasta ahora son todos sociedades sin fines de lucro y con presidentes votados por los socios, deberán tener la posibilidad de convertirse en sociedades anónimas, algo que ya fue rechazado por la Federación (AFA), apenas Milei ganó las elecciones, como advirtiendo de la situación.

Inmediatamente, Milei dijo que el Chelsea estudiaba la posibilidad de comprar un club en la Argentina, mientras River Plate y Rosario Central salían a la cancha a disputar el Trofeo de Campeones de 2023, cada uno de los dos equipos con una bandera que decía «el fútbol no tiene necesidades ni urgencias», y el ex jugador e ídolo de Boca Juniors, Juan Román Riquelme, defensor del modelo de clubes para socios, vencía en las elecciones presidenciales al ex mandatario argentino Mauricio Macri, y socio neoliberal de Milei, por un 65 por ciento.

Los que mandan en el fútbol quieren ir decididamente al mundo de los negocios sin importarles nada más, pero todavía hay quienes se resisten y les marcan la cancha, habrá que ver si conseguirán parar la pelota, o esta avanzará con rumbo desconocido.