En el contexto actual, tanto en México, Estados Unidos y el resto del mundo, parece trivial, incluso soez, escribir sobre fútbol. La falta de seriedad en momentos decisivos puede ser, mínimo, una imprudente distracción, máximo, la más grande distracción y falta de responsabilidad ciudadana. Sin embargo: ¿para qué queremos evitar y resolver los conflictos y en paz sino para poder disfrutar y reflexionar sobre nuestros ocios? Un mundo que funciona y justo solo tiene sentido en la medida que podamos disfrutarlo en aquellas actividades que nos vuelven humanos.

Además, una de las grandes claves para entender una sociedad es fijarse en qué gasta su tiempo libre.

En el fútbol mexicano, más allá de los gritos de los “comentaristas deportivos”, motivados más por el rating, no existe un clásico o superclásico. Vivimos un fútbol poco trascendente, que no logra salir del ruido de las canchas. Vayamos por partes.

¿Qué es un partido o rivalidad clásico? “Expresión cultural de mayor plenitud de una civilización digno de imitación”. Un clásico perteneciente a una clase, en particular a una clase superior respecto de otras inferiores. En pocas palabras, lo mejor de su clase. Entre las rivalidades deportivas, un clásico no puede ser cualquier enfrentamiento. No es suficiente la competición por triunfos ni campeonatos ni roces propios de grandes partidos. Estos elementos solo definen rivalidades importantes, históricas o enconadas. Pero para ser un partido clásico, el enfrentamiento debe tener una carga simbólica que trascienda lo meramente deportivo.

Un ejemplo, fuera del deporte, de una expresión cultural serían los tacos en la gastronomía. No solo son deliciosos, prácticos y típicos. Son un símbolo de la historia y rasgos de las distintas regiones de México. El maíz prehispánico y la carne del viejo mundo, y las variaciones en sabores, especias, formas de la tortilla, tipos de maíz e incluso el uso de harina de trigo en lugar de harina de maíz responde a características propias de las distintas regiones de México.

Volvamos al fútbol. El simbolismo dentro de las rivalidades deportivas se puede dividir en dos: naturales y artificiales. Las rivalidades naturales son el resultado espontáneo o emergente en las relaciones sociales. No son rivalidades planeadas o dependientes de una burocracia centralizada, sino consecuencia de la interacción natural y no intencionada de los sujetos sociales. Ejemplos de este tipo de rivalidades serían Red Soxs - Yankees, que refleja la rivalidad entre dos de las ciudades más Importantes de la Unión Americana desde la época colonial, o Lakers - Celtics, dos estilos radicalmente diferentes de ser americano.

Por otro lado, hay simbolismos artificiales diseñados y comunicados desde las élites de una sociedad. Estos inventos son transmitidos por los métodos de propaganda explicados por Edward Bernays en su libro “Propaganda” de 1928. Sobrino de Sigmund Freud, Bernays describió los métodos para manipular o influir no en los individuos, sino en los grupos humanos.

Mientras Freud estudia la mente de los individuos, Bernays estudia la mente de las masas. El grupo tiene características distintas a las de los individuos. La mente colectiva se forma por impulsos, emociones y hábitos, no por ideas ni facultades intelectuales. Mientras Freud fue quien cuestionó la visión antropológica moderna del hombre como un ser racional, Bernays llevó ese cuestionamiento a la psicología de grupos. “El pueblo no puede tomar decisiones ni crear ideas”, diría el padre de la propaganda.

Bernays dice que la democracia es una farsa, que toda democracia en el fondo es una oligarquía. La masa, los ciudadanos, no tienen la capacidad de entender por sí mismos la complejidad y totalidad de los temas de economía, política, entre otros, ni tampoco de manejar la cantidad de información y variables relevantes, por lo que les es imposible llegar a una conclusión. Los temas y problemas son muy complejos y difíciles para la mayoría de las personas, por lo que es necesario que una élite, una oligarquía llamada por Bernays “invisible goverment” haga una preselección o prerracionamiento para el pueblo.

El “invisible goverment” debe reducir las alternativas a una proporción práctica para que la población tome una decisión. La libertad es una ilusión, pues solo se elige entre las opciones que el “invisible goverment” ha decidido que usted puede optar. El “invisible goverment” es la expresión del deseo de poder de las élites que debe transmitir sus decisiones a través de la propaganda. La propaganda es el executive arm del “invisible goverment”.

La propaganda es la creación de símbolos, estereotipos, historias y narrativas; instituciones y líderes de opinión encaminadas a determinar las ideas y decisiones de los ciudadanos agrupados en conjuntos heterogéneos.

Este es el caso del, supuesto clásico nacional, Club América versus el Club Guadalajara. Se nos han presentado como equipos antitéticos, rivales antagónicos que representan visiones opuestas de México. El capitalino engreído, adinerado y cosmopolita contra el provinciano bueno, esforzado y tradicional. Nada más lejano de la realidad. América y Guadalajara son dos caras de la misma moneda: son los equipos de las élites y narrativas del poder posrevolucionario. Ambos son parte de los productos propagandísticos de la dictadura de partido único del PRI.

Por un lado, el Club Guadalajara y su xenófoba tradición son un producto propagandístico para el nacionalismo revolucionario y su desprecio a lo extranjero. La nacionalización de la industria petrolera, el mensaje del muralismo mexicano, el impulso a una monolítica y discriminatoria identidad nacional, son, junto con las Chivas Rayadas, parte del discurso propagandístico del PRI. Por su parte, el América intenta marcar distancia del Guadalajara al ser un equipo de dinero, arrogante y con jugadores extranjeros, los mejores de México, pero una mirada más profunda saca a la luz un detalle: la historia del América inicia con la compra del equipo por Emilio Azcárraga Milmo, el empresario más importante en el rubro de las telecomunicaciones en México, el brazo mediático del priísmo y uno de sus principales instrumentos ideológicos.

Emilio Azcárraga y su emporio empresarial es una de las máximas expresiones del capitalismo de compadres, sistema económico y de control del estado monopólico posrevolucionario. Los grandes empresarios hacen su fortuna al amparo, a la sombra del estado. El estado garantiza los ingresos y la impunidad, mientras que los empresarios son soldados del PRI y del presidente. Si uno en México quiere éxito económico, debe estar cerca, alineado y conectado al estado. Lo público y privado, lo identitario y empresarial son parte del estado monopólico y monolítico.

Guadalajara y América son dos instrumentos ideológicos del poder, son herramientas ideológicas del “invisible goverment” mexicano que transmiten el mismo mensaje: fuera del estado y del Partido Único, no hay nada. Y de esa ominosa sombra no se escapa ni nuestra identidad ni nuestro fútbol.