Miles de imágenes se amontonan en mi cabeza cuando alguien pronuncia la palabra Nepal, y en todas ellas hay sonrisas. Cuando llegué a Kathmandú en diciembre de 2014, con la intención de quedarme una larga temporada en el país, mi primer pensamiento fue: “cómo todo el país sea así yo no aguanto ni un día”. Antes de emprender mi viaje hacia Nepal había leído sobre sus hermosos paisajes, sus montañas, el misticismo de sus templos, pero nadie me había hablado de la locura de tráfico, gente, ruido y contaminación que es la ciudad de Katmandú. La capital de Nepal, con más de un millón y medio de habitantes y situada a 1.317 metros de altura, está llena de templos y palacios budistas e hinduistas deteriorados por los terremotos y la contaminación. Un lugar curioso pero muy impactante: inmenso, sucio, desordenado, estresante, abarrotado de cosas, de edificios viejos, comercios y de gente por todos sitios. Un auténtico desastre, pero sin duda una ciudad llena de vida. Desde que el movimiento hippie la acogiera como símbolo en los años 70, a Katmandú no han parado de llegar turistas que pasan el día intentando esquivar motocicletas y buses en estrechas calles sin asfaltar. Al pasear por Kathmandú, la contaminación y el polvo te nublan la vista, el ruido del claxon de los coches y el gentío te confunden y tienes la sensación constante en la boca de estar masticando arena. Las casas están construidas sin ningún ordenamiento ni planificación urbana, son viejas, estrechas y pequeñas, y a nadie parece preocuparle este caos. ¡Ke garne! (¡qué remedio!) me decían mis amigos nepalíes cuando les preguntaba que cómo podían vivir así.

El último gran seísmo cerca de Katmandú fue en 1934. Muchos vecinos del lugar llevaban años advirtiendo de que volvería a suceder en cualquier momento. En un país de los llamados desarrollados, las autoridades hubieran intentado prepararse para lo que pudiera venir. El gobierno de Nepal es corrupto e ineficiente, el país ha tenido una guerra civil, un regicidio, un nuevo rey que luego fue derrocado y al que le siguió una república que cambia cada dos por tres de representantes. Desde los años 90 son muchas las ONGs internacionales que han destinado fondos a la construcción de uno de los países más pobres del mundo, donde alrededor del 80% de la población vive en zonas rurales y dependen de la agricultura de subsistencia para sobrevivir. En mi país, España, los ciudadanos solemos quejarnos de la ineficiencia del gobierno desde el cómodo sofá de casa, gritándole a nuestra televisión de plasma, arropados por el calor de la calefacción de gas y la luz de una lámpara que no se apaga hasta que lo decidimos. Tenemos nuestro sistema de seguridad social que nos proporciona atención sanitaria, pensiones, derecho a subsidio por desempleo, tenemos carreteras, transportes y escuelas públicas, y diremos con razón que lo tenemos porque lo pagamos. A Nepal puedes viajar con dinero, pero eso no te va a asegurar conexión a internet, agua caliente y electricidad las 24 horas del día. Además, los nepalíes tienen un sentido del riesgo, del confort y de las necesidades básicas diferente al nuestro. La mayoría sigue pensando que la suerte de una persona depende de designios divinos y que de poco sirve intentar cambiar las cosas, es más, para muchas familias esto podría ser contraproducente, ya que dejar de ser pobre en esta vida te podría traer mal Dharma y obtener una vida incluso peor después de la reencarnación. Yo trabajaba en una ONG y me dedicaba a sensibilizar a la población sobre su derecho a tener una vida mejor. ¿Cómo le explicas a alguien de una cultura hinduista de castas que cree que el cosmos decide su destino que puede tener una vida mejor? ¿Cómo le explicas a las personas que forman parte del gobierno de Nepal que deberían invertir en un sistema sanitario, en la construcción de carreteras y en suministro de agua y electricidad para su país?

En todo el año que estuve allí, nunca oí a ninguno de mis amigos nepalíes quejarse de que se habían tenido que duchar con agua fría o de las pocas horas de electricidad que habían tenido el último mes. Sin embargo, todos los extranjeros nos quejábamos constantemente. Recuerdo en especial un día en el que estaba totalmente desesperada, era una noche de monzón, no paraba de llover, hacia un calor horrible, tenía los brazos llenos de picaduras de insectos, las calles se habían convertido en una piscina, cruzaba de una acera a otra con el agua por las rodillas, y de repente se fue la luz, las farolas se apagaron, miré a mi amigo Sankar y le volví a preguntar como tantas otras veces: "¿Cómo podéis vivir así? ¿Por qué nadie en tu país hace nada por intentar cambiar esto?" Y él me miró y con su mejor sonrisa me contestó: “Porque entonces esto no sería Nepal”.

Y así es, los nepalíes son fuertes, están acostumbrados a buscarse la vida, a sobrevivir con lo mínimo, a malvivir, a no recibir protección social por parte del gobierno. Y aún así son las personas más alegres y optimistas que jamás he conocido.

Según Naciones Unidas, desde el terremoto, más de 8 millones de personas se han visto afectadas y alrededor del 90% de las personas que viven en zonas rurales cerca del epicentro han perdido sus casas y el ganado. El número de muertos asciende a casi 7.000 y se espera que alcance los 10.000. Por el momento se han contabilizado 8.000 heridos, se cree que alrededor de 400.000 casas están dañadas o completamente destruidas, y se esperan alrededor de 4.000 personas desplazadas.

Los deslizamientos de tierra han creado el caos en las zonas rurales. Mientras que la ayuda llega a la capital, en especial alimentación, suministros médicos, tiendas de campaña y perros entrenados para labores de rescate, en los pueblos de alrededor están sin agua, sin electricidad y sobreviviendo con los alimentos que han rescatado de los escombros de sus casas, sin ninguna ayuda externa. El tiempo se acaba para encontrar a supervivientes y las tareas de rescate se suspenden porque no se puede buscar con una vela en la mano. ONGs, particulares y gobiernos de todo el mundo se están volcando para conseguir medicinas, equipos, médicos, comida, agua, mantas, tiendas y equipos de rescate para enviar a Nepal, pero el caos se ha adueñado del aeropuerto internacional, lo que ralentiza la llegada de la ayuda. Muchos aviones cargados de suministros han tenido que volver a la India, Dubai o Dhakar porque no les han dado paso para aterrizar. Uno de los grandes miedos son las enfermedades y las epidemias, ya que la gente está viviendo en campamentos sin condiciones higiénicas adecuadas. Las carreteras están bloqueadas y los suministros de combustible son escasos. Ayudar a la gente a reconstruir sus vidas va a ser una de las principales tareas a largo plazo de muchas organizaciones internacionales y locales.

Se ha criticado mucho la lentitud en la respuesta del gobierno de Nepal, que abrumado por las circunstancias no ha tenido la habilidad de actuar de forma eficiente. Muchos podrían pensar que es más eficaz dejar el proceso de reconstrucción en manos de actores occidentales más organizados y no contar con las autoridades y la población local, relegándolos al papel de víctimas incapaces de manejar la situación. Sin embargo, ha quedado demostrado por experiencias anteriores como la del terremoto en Haití que en situaciones de crisis humanitaria es fundamental coordinar los esfuerzos de las ONG y los organismos internacionales con el gobierno para asegurar que tengan sistemas adecuados y contribuir así a fortalecer la administración. El terremoto ha tenido tal impacto en Nepal porque el país ya era pobre y vulnerable. Los procesos de reconstrucción son una oportunidad para atajar problemas anteriores de desarrollo. Ahondar en las causas de esta vulnerabilidad y crear estrategias integrales de desarrollo humano en las que los locales tengan el poder de decidir cual es el futuro que quieren es fundamental para que la reconstrucción sea efectiva.

Las agencias de donantes internacionales deben trabajar en estrecha colaboración con organizaciones locales, las autoridades y la sociedad civil, sean cuales sean sus limitaciones. Los nepalíes son fuertes, resistentes y capaces de hacer frente a las adversidades. Mis amigos de allí se han organizado en grupos de voluntarios[1] para llevar comida y tiendas de campaña a los pueblos más remotos, están ayudando con las tareas de rescate, y recaudando fondos para comprar mantas y comida. Las organizaciones locales[2] se están volcando en las tareas de auxilio y reconstrucción.

Las nuevas generaciones de jóvenes nepalíes, alejados de supersticiones religiosas, están listos para ser los protagonistas de su propia historia y participar de forma activa en el proceso de toma de decisiones sobre que tipo de país quieren tener. He estado hablando estos días con mis amigos nepalíes y ninguno me ha dicho “ke garne”, ni parecen estar dispuestos a abandonarse a su suerte, sino que me cuentan todo lo que están haciendo para ayudar a las víctimas. Están dispuestos a mirar al futuro, construir un nuevo Nepal y decidir cómo será este futuro. Es a estos jóvenes luchadores a los que dedico este artículo y les doy toda mi fuerza y energía.

Enlaces de interés

[1] https://missiongorkha.wordpress.com/
[2] http://right4children.org/