El madrileño barrio de La Latina posee un diminuto pulmón verde, desconocido por algunos madrileños y también por infinidad de turistas que visitan la capital sin la oportunidad de conocerlo. El Jardín del Príncipe de Anglona goza de gran belleza y merece la pena acercarse a disfrutar de su vegetación, sobre todo en primavera. El parque es de propiedad municipal y abre de marzo a septiembre de 10 a 22 horas y de octubre a febrero de 10 a 18 horas, pero, para muchos, sigue siendo un secreto.

Este remanso de paz verde de 500 metros cuadrados es dieciochesco. Lo construyó en 1761 el arquitecto y paisajista Nicolás Chalmandrier. El jardincito estuvo vinculado a la casa-palacio del Príncipe de Anglona, que tuvo ilustres habitantes a lo largo de su historia. El jardín, tal y como está hoy, fue un encargo de los marqueses de la Romana al pintor y paisajista J. De Winthuysen en 1920. Su estilo original es una mezcla de neoclásico y árabe.

En realidad, la existencia del edificio que preside el jardín se remonta aún más en la historia, hasta 1530, cuando fue construído como residencia del consejero de los Reyes Católicos Francisco de Vargas.

El Jardín del Príncipe de Anglona está situado entre uno de los extremos de la Plaza de la Paja y la Calle de Segovia. Tiene unas maravillosas vistas, sobre todo, al atardecer. Desde él podemos contemplar la torre de la iglesia de San Andrés y todos los bellos tejados y fachadas de la zona, que dibujan una postal de colores ocres, naranjas y rosas.

Al atravesar la puerta de entrada, te encuentras en un recuadro de gran frescor, rodeado por una tapia y, en algunas zonas también por una celosía. El recuadro está formado por setos de boj y ocupa el centro del jardín. Esos setos forman también cuatro caminos que se cruzan en el punto medio, donde se alza una fuente de granito.

Por el lado que da a la calle Segovia hay una rosaleda colocada en un gran arco y que forma un túnel de hermosa vegetación. Hay también dos bancos de piedra y, en una esquina, una fuente más. En la otra hay también un pequeño escenario y un templete donde uno se imagina perfectamente un pequeño concierto para unos pocos privilegiados.

Este pequeño jardín escondido es un lugar ideal para descansar, leer, escribir o, simplemente hacer un regalo a todos tus sentidos. Muy recomendable para hacer un alto en el camino en los recorridos por el centro de Madrid.

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