En los tiempos que corren, donde todo ha adquirido un ritmo sumamente acelerado, donde las relaciones sociales se han estancado y han dado paso a formas de servidumbre moderna, debemos ser conscientes de la importancia de detener, tal vez solo por un momento, nuestro camino y plantearnos cuan necesario es contemplar el mundo desde un nuevo paradigma. No hablamos, por supuesto, de cambiar radicalmente nuestro mundo, sino de contemplarlo desde otra perspectiva. Simplemente unos minutos de respiración de forma consciente pueden darnos las pautas que necesitamos para afrontar con garantías ese problema que quizá no lo sea tanto.

Desde que nos levantamos y afrontamos un nuevo día, todo aquello que suceda lo hará con un alto ritmo de exigencia, especialmente si estamos empleados y debemos cumplir las expectativas laborales que otros tienen depositadas en nosotros, y cuya consecuencia lógica es una remuneración salarial que, en la mayor parte de los casos, ya está destinada a un consumo desaforado e inconsciente y que también en buena medida esta predeterminado al pago de tasas, impuestos, alquileres o hipotecas. Obviamente el lector considerará que no descubrimos nada nuevo con estas afirmaciones, pero el cometido de ellas es hacer una reflexión acerca de nuestras formas de vida: queremos cumplir expectativas que, en la mayor parte de los casos, en nada benefician nuestras metas y anhelos más profundos, sino que se trata de reproducir pautas de vida estandarizados y considerados como un dogma, especialmente en la sociedad occidental.

Todas estas pautas acaban generando multitud de trastornos mentales como estrés, problemas para conciliar el sueño, fatiga, insatisfacción en todos sus niveles e incluso problemas cardiovasculares. Ello sin contar que ese ritmo de vida acaba promoviendo hábitos nada saludables, desde lo que comemos y cocinamos hasta el sedentarismo, pasando por una vida carente de estimulos creativos y participativos. Todo aquello que escape a nuestra rutina, a nuestros hábitos, exige escapar de ese centro gravitatorio que es nuestro día a día. Y esa gravedad (como fenómeno físico) hace muy difícil querer despegar y abandonar nuestro espacio de confort. Pero solo es cuestión de preguntarnos a nosotros mismo si es así como queremos desarrollar el resto de nuestra existencia. En caso de que dudemos, tenemos a nuestro alcance nuevas pautas que pueden hacer que nuestra rutina cambie tanto como deseemos. No se trata de abandonar el trabajo y marcharse a vivir al campo, alimentándonos de hortalizas de nuestro propio huerto y bebiendo agua de manantial, pese a que cada vez más personas optan por esta arriesgada pero valiente opción. Se trata de enfocar nuestro entorno desde una perspectiva más respetuosa con nosotros mismos y con aquellos que nos rodean.

Un primer gran paso es dedicarnos tiempo a nosotros mismos. Esto no consiste en ir al cine o incluso leer un buen libro. Se trata de estar con nosotros mismo y hay infinidad de herramientas para desarrollarlo. Entre ellas encontramos algunas terapias ancestrales, especialmente de origen asiático, como la meditación, el yoga, el tai-chi o tantas otras. En todas ellas, crearemos un espacio de introspección, de reflexión y de recogimiento en el que deberemos ser conscientes de nuestra auténtica realidad y que, aunado con técnicas como la respiración consciente y controlada de nuestro ritmo respiratorio, conseguiremos llegar a estados de relajación realmente agradables que nos alejarán de los peligros del estrés continuado que sufrimos. La respiración consciente, como su nombre indica, consiste en tomar consciencia de cada uno de los procesos que forman parte del fenómeno de la respiración, desde la inhalación hasta la exhalación, visualizando el proceso y estando alerta de cada uno de estos momentos, teniendo presente la entrada del aire por nuestras fosas nasales hasta que finalmente exhalamos hasta el último de nuestros alientos en este proceso cíclico.

Respirar de forma consciente como apoyo a herramientas como el yoga o la meditación nos permitirá regular nuestras emociones y recuperarnos de nuestras alteraciones, al mismo tiempo que restableceremos nuestra capacidad de reaccionar de forma coherente con nuestros deseos y romper con los pensamientos circulares que nos atrapan ante cualquier problema, por mas insignificante que sea. Y es además la mejor herramienta con la que contamos para combatir una de las peores lacras de nuestro tiempo: el estrés. Se trata de un mecanismo natural y químico que desarrolla nuestro cuerpo como reacción a peligros físicos o emocionales, a los cuales nos enfrentamos cada día. A saber: inestabilidad laboral, relaciones tóxicas, presión económica, criticas o juicios de valor, competitividad, etc. Es en estos casos cuando nuestro organismo desactiva las funciones fisiológicas que no considera relevantes en ese momento de supervivencia: se detiene la digestión, el normal funcionamiento del sistema inmunológico, disminuye el torrente sanguíneo al cerebro, no permitiendo reflexionar con claridad y un sinfín de anomalías que dañan nuestro organismo, que terminan por hacernos enfermar y merman nuestra calidad de vida.

Es por ello que la respiración consciente, recordemos, vinculada a hábitos saludables como la meditación o el yoga, nos permite centrarnos en esa respiración propia y abandonar esos pensamientos circulares que nos acechan. Hay ciertas pautas que ayudan a ello, como el hecho de concentrarnos en un punto de nuestro cuerpo, especialmente de la cara. Llegamos así a a un estado en el que prevalece solo nuestra parte más natural, más instintiva o primaria y que deja de lado cualquier distracción fugaz y sobredimensionada de problemas tan vanales como el hecho de que se nos rompió la pantalla del móvil o que perdió nuestro equipo de fútbol.

Somos conscientes de las dificultades que esto entraña en una sociedad tan acelerada y competitiva. Pero también sabemos que dedicar entre 2 y 5 minutos de quietud a nuestro ritmo de vida no desbaratará nuestros planes diarios y es el tiempo que debiésemos dedicar a oxigenarnos adecuadamente. Se trata de técnicas que parecen requerir de un recogimiento físico en la intimidad de nuestro hogar o al borde de un acantilado, pero que pueden desarrollarse en cualquier momento del día: mientras espera su cita con el dentista, antes de un examen o una entrevista de trabajo, o en general antes o después de cualquier actividad que requiera una exigencia emocional o física.

Unas pautas

Si finalmente nos animamos a realizar estos ejercicios, no es necesario un gran esfuerzo o aprendizaje. Se trata, paradójicamente de lo más natural, reiteramos, lo más natural de nuestra naturaleza humana (valga la redundancia). Por cada espacio de tiempo que empleemos en inhalar aire limpio usaremos el doble de ese tiempo en exhalar ese mismo aire desde nuestros pulmones. Inspiraremos por la nariz y acto seguido retendremos brevemente ese aire en el interior de nuestros pulmones, como si se tratase de una pequeña apnea. Acto seguido, exhalaremos por nariz o boca empleando para hacerlo el doble de tiempo que usamos para inhalar. Y nuevamente realizaremos una breve apnea justo antes de iniciar el proceso de nuevo.

Esto es así porque activamos el sistema nervioso parasimpático, el cual se encarga de nuestra recuperación tras un proceso estresante y devuelve a nuestro organismo a un estado de equilibrio. Dicho de otro modo, restablecemos el correcto funcionamiento de nuestro aparato digestivo, cardiovascular, respiratorio y de regulación del metabolismo. Sin olvidar la trascendencia de nuestro sistema nervioso parasimpático en nuestra energía y nuestra relajación ante situaciones de estrés. De hecho, como atestigua el monje budista Richard Tellstein, “nos permitirá conectarnos con el momento presente”, algo desgraciadamente poco habitual en los tiempo que corren, en los que la nostalgia del ayer y la incertidumbre del mañana nos impiden disfrutar plenamente de lo único que es real: el ahora.