Tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac… tandas de un ruido sordo e invasivo se van y regresan a intervalos que no sabría medir. Al principio cuesta relajarse dentro de aquella cámara de hibernación que pareciera llevar destino hacia un feto suspendido en la inmensidad del espacio. Cierro los ojos, pero rápido los vuelvo a abrir, todo es bóveda, luz blanca y moscas volantes correteando por el interior de mi ojo. Pienso en esos ataúdes equipados con sistema de seguridad para el caso en que te dé por despertar después de muerto e intento imaginar cómo sería la experiencia de estar enterrado. También pienso en Uma Thurman. Me relajo de nuevo y por una pirueta extraña estoy bajo una arboleda en Azinhaga, donde una voz melosa me susurra…

Cualquier neoliberal que se precie sabe que cuando Karl Marx murió fue derecho al Infierno, lo que casi ninguno conoce es lo que pasó después: en cuanto el autor de El capital llegó a la tierra del eterno tormento, lo que no es de extrañar dada su indecorosa afición a mostrarse a favor de la igualdad entre los hombres (¡a quién se le ocurre!), organizó sindicatos para mejorar las condiciones del lugar; ante la presión, el Demonio, totalmente desbordado, decide llamar por teléfono a San Pedro para que le eche una mano y le pide que acoja al alemán en el Cielo durante una temporada porque él ya no puede más, ya que no para de organizarle huelgas y está todo el personal del Averno muy revolucionado. El guardián de las llaves del Paraíso accede y le dice que se lo mande para allá. Pasado bastante tiempo, el Diablo, seguro de que Marx pondría patas arriba el Cielo, se extraña de no recibir noticias, así que decide llamar a San Pedro: “Oye, ¿cómo va todo por ahí?” “Bien, sin novedad.” “¿Sin novedad?... ¿no tenéis problemas?” “No, todo tranquilo…” “¿Seguro? ¿Y Dios que opina de todo esto?” “Camarada Satanás, Dios no existe”.

Esta anécdota, que con infinita más elegancia e ironía me cuenta la voz cantarina de Saramago, desde ese lugar indefinido en el que espera a la mujer de su vida, aparece también recogida en el libro José y Pilar. Conversaciones inéditas, editado por Alfaguara en 2013, una obra bella que nace de horas y horas de conversación, muchas de las cuales no tuvieron cabida en un documental dirigido por Miguel Gonçalves Mendes, quien durante cuatro años filmó al escritor portugués y a su mujer, Pilar del Río, tanto en la intimidad de la casa de ambos en Lanzarote como en su interminable periplo por el mundo, durante el que el premio Nobel hizo lo que mejor sabía, además de escribir: aprovechar cada acto para defender las causas nobles y dar voz a los más débiles. Al igual que otro caso paradigmático, el de Julio Cortázar, Saramago creía obligatorio el uso de la dimensión pública y la fama adquirida por un artista para reivindicar esa Justicia que siempre es deficitaria.

Tanto el libro como el documental, que comparten título, son un diálogo continuo con la pareja sobre los grandes temas que afectan a la existencia humana: el amor, el medio ambiente, la familia, la política…, pero, sobre todo, en el caso de Saramago, la muerte, quizás debido a que veía cerca la última puerta, que cruzó el 18 de junio de 2010, apenas seis meses antes del estreno de la cinta en los cines españoles.

El genio portugués, quien, con esa lucidez que lo trascendía todo, entendía que lo malo de la muerte era pensar “estoy aquí, pero un día ya no estaré”, nos brinda una reconciliación con ese momento fundamental de la vida que nos empeñamos en ignorar debido a nuestro miedo a lo desconocido y a las erróneas concepciones heredadas de la religión, ese instrumento verdaderamente maligno, utilizado por las élites para dominar a la masa de pobres ignorantes sin acceso a la educación que han vivido durante siglos cegados por la amenaza del castigo eterno. Por suerte creo que la cosa, al menos en Europa, está cambiando, pero ¿cuánto tiempo ha sido necesario para darnos cuenta de que ninguno de nosotros conoce a nadie que se haya quedado ciego por masturbarse?

El libro recoge unas palabras del luso fundamentales en el convulso contexto en que vivimos: “Cualquier persona que quiera afrontar la realidad de los hechos llega a la conclusión de que es mucho más fácil aceptar que las religiones nunca han servido para nada, porque nunca sirvieron para lo que fundamentalmente deberían: aproximar a las personas, a unas con otras”. Quien tuviera duda de esta afirmación se topó el pasado siete de enero (escribo estas líneas apenas cuatro días después de la locura que ha sembrado París y Europa de terror en nombre de Alá y que, dada la velocidad de la información, sonará ahora como algo lejano) con el asalto a la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo, durante el que fueron asesinadas doce personas, entre las que había nueve trabajadores del semanario y dos policías que se enfrentaron a los terroristas en su huida. Al día siguiente, otro fanático religioso conectado con los anteriores, que previamente había asesinado a una agente de Policía en otra zona de la capital francesa, se atrincheró en un mercado judío de la ciudad. La tarde de la jornada siguiente fue abatido en una operación en la que fallecieron cuatro de los rehenes que tenía retenidos. Casi a la misma hora, una unidad especial terminaba con la vida de los dos autores materiales del atentado -que perpetraron encapuchados y fusil en mano- contra la revista y que habían logrado huir para esconderse en una nave industrial. Al Qaeda y el grupo Estado Islámico podrían estar detrás de estas acciones violentas, excepcionales en el corazón de Europa y casi diarias en muchos de los olvidados países árabes o africanos donde mueren miles de musulmanes inocentes en mercados, plazas y otros lugares concurridos, pero nunca sabremos más allá de lo que organizaciones como el MI5, la CIA o el Mossad, por poner algún ejemplo, quieran filtrar a los medios.

La muerte como frontera natural no es nada comparable con el horror que implica el acto de matar, sea por la causa que sea, de ahí que me provoque tanto pavor el auge de la extrema derecha de Jean Marie Le Pen, que reclama el cierre de fronteras y la instauración de la pena capital, como la amenaza yihadista hacia una publicación crítica, irreverente, hija del espíritu del 68, alejada del clientelismo… en otras palabras: necesaria, que llevaba varios años en el punto de mira por caricaturizar a Mahoma. El atentado, en el que murieron cinco dibujantes, entre ellos el editor jefe de la revista, es un brutal ataque a la libertad de expresión que inundó internet del mensaje de solidaridad “je suis Charlie”, que me parece un gran homenaje, pero que derivó en urticaria cuando tuve que leer editoriales de todos los diarios del mundo prácticamente clamando al cielo. Es lógica y deseable la condena de los asesinatos, pero me causa estupor que todos los medios que habitualmente censuran artículos para no herir la “sensibilidad” de sus anunciantes y amigos, se indignen en nombre de la quimérica libertad de expresión. Y de esta incoherencia no se salva nadie, a excepción de islas como la revista Mongolia. En cuanto a las muestras de apoyo institucionales, el propio Bernhard Willem Holtrop, uno de los dibujantes más antiguos de la publicación francesa, no lo podía decir más claro al asegurar que vomitarían sobre sus "muchos nuevos amigos: el Papa, la reina Isabel II, Putin,... Tengo que reírme. Marine Le Pen seguro que estaba encantada cuando supo que había islamistas disparando". Como muestra de este sentimiento, nuestro botón, ya que entre el medio centenar de representantes mundiales que asistieron a la manifestación de repudia celebrada en París, se encontraba Mariano Rajoy (impulsor de una ley de seguridad ciudadana en España conocida como “ley mordaza”), el líder de un país que, en 2007, con Rodríguez Zapatero en el poder, albergó el secuestro de los kioscos de varios miles de ejemplares de la revista El Jueves (conservo el mío con orgullo) por un delito de injurias al Príncipe Heredero, recogido en el artículo 491.1 del Código Penal. En junio del pasado año, ocho dibujantes abandonaron “la revista que sale los miércoles” -que en 2012 lanzó un número dedicado a Mahoma para apoyar al semanario francés- como protesta por una nueva censura a una portada centrada en la figura del rey. Cada cual que saque sus conclusiones… Creo en los cerca de dos millones de personas, entre las que había musulmanes, cristianos, judíos, negros, blancos y de todas las clases sociales, que han recorrido las calles parisinas para gritar contra la barbarie, pero repudio la hipocresía de los que nos gobiernan. En serio, ¿qué pueden defender los dirigentes de países como Gabón, Rusia, Turquía o Egipto?

Tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac… Una nueva descarga de lo que se asemeja a una metralleta lejana intenta franquear el caparazón de mis auriculares. Abro los ojos y el cerrajero que devino en escritor sigue hablándome desde el fondo del túnel inundado de luz: me recuerda que el primer revuelo internacional a consecuencia de la representación de Mahoma tuvo lugar en septiembre de 2005, cuando el periódico danés Jyllands-Posten publicó, entre otras, la famosa caricatura del profeta con una bomba por turbante. Meses después, Estados Unidos y Reino Unido, que el pasado 11 de enero acompañaron a Hollande y Merkel por las calles parisinas, calificaban la publicación como un "inaceptable incentivo al odio religioso y étnico", además de "insultante e insensible". ¿En qué quedamos? En cambio, en febrero de 2006, Charlie Hebdo sacaba a la a calle un número especial que, bajo el título “Mahoma desbordado por los integristas”, reproducía las doce caricaturas aparecidas en el diario danés, muestra que Chirac tildó de “provocación manifiesta”.

Tac, tac, tac, tac, tac…, abro los ojos y estiro la mano hacia José, quien, en la bruma, me dice que el que mata en nombre de dios, convierte a dios en un asesino, pero, que de todas formas no me preocupe, que un día el sol se apagará, la Tierra desaparecerá y el universo no sabrá que Homero escribió la Ilíada .¡Inmenso José!

Mientras tanto, si llegaran a desaparecer todas las Charlie Hebdo y todos los Saramago del mundo, el mal habría triunfado. Los terroristas sanguinarios lo intentarán a través de las armas y los moderados a través de sus ministerios de Educación. Hasta que llegue el momento en que los libros vuelvan a quemarse en las plazas públicas y las mujeres sean un trozo largo de tela andante, tenemos a nuestra disposición, en esos templos laicos llamados bibliotecas, en los que no hay falsos dioses adornando las paredes, el mejor entrenamiento del espíritu crítico: las palabras del portugués, de Cortázar, de Sampedro, de Shakespeare.

Tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac…, última tanda, que cesa segundos antes de que una chica completamente vestida de blanco (¿es un ángel?, ¿estoy finalmente muerto?) se acerque y me diga que la resonancia se ha terminado, que el traumatólogo me espera en abril y que ya puedo vestirme. Aturdido, paso al cuartucho contiguo, me pongo la ropa y las gafas, cojo mi reloj y mi último número de la revista Mongolia y salgo de allí pensando que, a pesar de todo, es bonito vivir en este mundo.

Enlaces de interés

Entrevista a José Saramago en 2006 tras la publicación de las caricaturas de Mahoma: http://elpais.com/diario/2006/02/09/internacional/1139439607_850215.html
http://www.revistamongolia.com/
http://www.charliehebdo.fr/index.html
http://www.eljueves.es/
http://espanol.josesaramago.org/