En ocasiones, la realidad supera la ficción y cualquier límite que podamos imaginar: la conexión intercerebral entre humanos ya es posible. Sí, ha leído bien: investigadores de la Universidad de Washington han conseguido que lo que piensa una persona pueda ser ejecutado por otra a más de un kilómetro de distancia. Lo que hasta el momento constitutía el principal guión de todo tipo de película intergaláctica se ha convertido en la punta del iceberg de la mejor estrategia de comunicación de un futuro que ya no se mantiene tan lejano. Y ni que decir tiene en cuanto a dinámicas de tinte político, social o militar con las que este fenómeno se puede relacionar; en este sentido, más de uno se estará ya frotando las manos ante lo que se supone un negocio auténtico en el sentido más amplio de la expresión, un plan redondo de verdad.

Pero, en primer lugar, vamos a intentar explicar en qué consiste básicamente la interactuación de estos dos cerebritos determinados. Los investigadores americanos han diseñado un interfaz capaz de interpretar las órdenes de un emisor para que las ejecute un receptor situado a 1.500 metros. Con este objetivo, el primero tiene que llevar instalado en su cabeza un sistema de electroencefalografía (EGG, por sus siglas en inglés) que registra las señales eléctricas de su cerebro; el segundo debe sostener un aparato de estimulación magnética transcraneal (TMS) sobre la zona cerebral que controla las señales motoras.

En otras palabras, el experimento cuenta con un software que descodifica las señales eléctricas del emisor, las envía por Internet y las vuelve a codificar en pulsos magnéticos para que el cerebro del receptor pueda ejecutar la orden. Y, además, en un tiempo record, ya que no se superan los 650 milisegundos. Esta es la piedra angular de uno de los mayores logros comunicativos tras el nacimiento de la world wide web (www), más conocida como la web, en los años 90.

No obstante, la iniciativa estadounidense recuerda la llevada a cabo por el español Giulio Ruffini el pasado mes de marzo. En un proyecto común realizado por la empresa Starlab y las Universidades de Barcelona y Harvard, crearon lo que se puede entender como el comienzo de la era telepática: una persona (el emisor) pensaba en un simple saludo, en un “hola”, y una segunda (el receptor) recibía el mismo pensamiento situada a más de 7.500 kilómetros de distancia. La primera se encontraba en una ciudad de la India, Thiruvananthapuram, y la otra en un laboratorio de Estrasburgo (Francia).

Con esta tecnología, el pensamiento se envía en código binario y se convierte en “flashes” visuales al llegar a la corteza cerebral del receptor. Es decir, el pensamiento del sujeto emisor que estaba en la India, leído como pulsos eléctricos, se codificó para transmitirse por Internet hasta llegar a un aparato que vuelve a convertir esa señal en pulsos que producen una descarga electromagnética sobre la corteza cerebral del receptor, ubicado en Estrasburgo.

Para que nos entendamos, y según explican los expertos, el sujeto emisor lo que hizo realmente fue pensar “hola” en lenguaje binario, en esas ristras de unos y ceros que, en función de su orden y longitud, sirven para representar cualquier información. Así, el hombre que pensó “hola” en realidad saludó a su interlocutor pensando uno a uno los impulsos que se corresponden con los 1 y 0 que se necesitan para componer esa palabra en binario: 01101000 01101111 01101100 01100001.

“Al enviar un 1 al cerebro del receptor, el aparato provoca que sus neuronas le hagan ver un “flash”, una mancha luminosa llamada fosfeno, provocada por la descarga en su corteza. Si no se produce ese reflejo visual, se cuenta un 0, y la operación se repite hasta completar todos los elementos de cada palabra. De hecho, desde que el emisor envía su pensamiento hasta que el receptor lo percibe transcurren unos 30 segundos”, añaden los entendidos.

Según Ruffini, ambas técnicas -la estadounidense y la española- son similares, son tecnologías que interactúan con el cerebro; sin embargo, parece que la principal diferencia radica en que su equipo quiere transmitir la información de manera completamente consciente. "Si estimulas el cortex motor con TMS -como hace la Universidad de Washington- produces un efecto similar al que se provoca golpeando la rodilla: una especie de reflejo motor. Es decir, puedes mover músculos estimulando el cerebro, puedes transmitir información de cerebro a cerebro, pero esa información no llega a la parte consciente del sujeto”.

Por su parte, los investigadores estadounidenses se muestran conformes con esta limitación y, precisamente, quieren ir más allá. "Por ahora no podemos transmitir nada más complejo que simple información motora sensorial, aunque esperamos llegar a algo más interesante en el futuro. Si lo lográramos, podríamos romper la barrera de la lengua y transmitir pensamientos simples sin utilizar palabras o símbolos".

Pero la cuestión no acaba aquí, puesto que se habla incluso de la posibilidad de “inyectar” emociones en el cerebro. ¿Se imaginan, por ejemplo, que una persona paralítica -un tetrapléjico- pudiera compartir, no sólo sus pensamientos, sino su estado anímico con los que le rodean? El nuevo torrente comunicativo permitiría al enfermo encontrar un más que amplio abanico de alternativas que le sacarían del hasta ahora obligado ostracismo. Podría mostrar a sus allegados cómo se siente. Ni más ni menos. No obstante, como agrega Ruffini, “sin lugar a dudas, esto llegará algún día a hacerse realidad, aunque todavía falta mucho tiempo. Estamos en los mismos albores”.

De otro lado, no habría que olvidar que la conexión entre el cerebro humano y los ordenadores abre un nuevo frente tanto en cuanto a posibilidades tecnológicas y científicas como a factores de incertidumbre: ¿dónde empieza uno, dónde acaba el otro, quién dirige, quién ejecuta...? Y, por supuesto, habría que subrayar la ingente cantidad de riesgos que supone la comunicación entre los mismos cerebros humanos. ¿Nos encontraremos en primera línea de fuego con el temible control mental o con algún tipo de automatismo mecánico?, ¿se podrá perder la identidad de ser lo que somos y se impondrán modos de pensamiento o sentimiento como si fueran chips? Sólo el tiempo tiene la respuesta pero, mientras, asistamos con ilusión e interés a lo que ciertamente se ha convertido en uno de los mayores avances de la historia de la humanidad.