A veces
se siente el silencio,
y en ese instante
la luz se hace
infinita,
y en la profundidad
de cada palabra
resuena
la esencia
de lo que somos.

(Giuseppe Ungaretti)

En un mundo donde la realidad a menudo se entrelaza con lo inasible, surgen reflexiones sobre la condición humana que trascienden lo cotidiano. Las experiencias oníricas, esos momentos efímeros que nos transportan a paisajes de ensueño, revelan las capas ocultas y más profundas de nuestra existencia. En la danza entre lo tangible y lo metafísico, nos encontramos en un constante viaje de búsqueda y conexión, anhelando comprender lo sagrado de nuestra existencia. En esta exploración, la pintura de Jem Perucchini (Tekeze, Etiopía, 1995) se convierte en un espejo de esta búsqueda: encarna la introspección y el anhelo espiritual en una representación figurativa.

Perucchini, con raíces etíopes, trae consigo una rica herencia cultural impregnada de influencias bizantinas que han marcado la tradición artística de su país de origen. La pintura etíope refleja un diálogo constante entre lo sagrado y lo cotidiano en sus frescos vibrantes y su simbolismo profundo. Esta herencia se combina con su formación en Italia, donde estudió en la Academia de Brera, permitiéndole fusionar elementos de su cultura natal con las técnicas y conceptos de la historia del arte renacentista y del Novecento italiano.«Nací en Etiopía, un país de una riqueza histórica extraordinaria y ligado con Occidente. Crecí y me eduqué en Italia, de gran significancia en la historia del arte. Estos dos aspectos de mi vida convergen en mi obra»Así, su obra se convierte en un cruce de caminos, donde la espiritualidad de la iconografía etíope se entrelaza con la historia del arte italiano y la modernidad, creando un lenguaje visual único que invita a la contemplación y la reflexión sobre la condición humana.

Un puente entre culturas

El arte de la pintura no es solo una técnica; es un reflejo del alma humana, una búsqueda de la belleza que reside en la verdad. A través de la luz y la sombra, el pintor da vida a sus visiones, creando un universo donde lo divino se encuentra con lo cotidiano.

(Leon Battista Alberti, “De pictura” 1435)

El arte italiano, a lo largo de los siglos, ha experimentado un redescubrimiento profundo de la antigüedad clásica y del humanismo. Artistas como Piero della Francesca (ca. 1415-1492), Fray Angélico (1395-1455) y Giovanni Bellini (1430-1516) fueron esenciales en el desarrollo de técnicas que enfatizaban la perspectiva, la anatomía y el uso del color para crear profundidad y realismo. Leon Battista Alberti (1404-1472), en su tratado sobre la pintura, subrayó la importancia de estos elementos, conceptos que han sido adaptados por artistas contemporáneos como Perucchini al integrar figuras de diversas herencias culturales en escenas clásicas, lo que fomenta un diálogo entre el pasado y el presente.

A medida que el arte italiano recorría el siglo xx, buscó reinterpretar la tradición clásica en un contexto contemporáneo, con artistas como Felice Casorati (1883-1963), Carlo Carrà (1881-1966), Adolfo Wildt (1868-1931) y Medardo Rosso (1858-1928), quienes combinaban esta tradición con estilos modernos. Este movimiento promovió la figuración y la monumentalidad a través de una síntesis entre lo antiguo y lo contemporáneo.

El colonialismo italiano en África, especialmente durante la invasión de Etiopía en 1935, dejó una huella significativa en la pintura, ya que utilizó el arte como propaganda para legitimar su presencia. Este contexto político influyó en la producción artística, promoviendo ideales de grandeza y poder. Artistas del Novecento italiano operaron en un entorno donde se esperaba que el arte sirviera al Estado reforzando la ideología fascista a través de la exaltación de un pasado glorioso y un presente heroico. Margherita Sarfatti (1880-1961), crítica de arte cercana al régimen, abogó por un retorno a la forma clásica y monumental que prescindía de elementos ornamentales innecesarios. Este enfoque estético se hacía ecode la política colonial, que imponía en las representaciones visuales un relato en el que la civilización occidentalera superior, y que había de manifestarse no solo en la pintura, sino también en la arquitectura y las artes decorativas, buscando una síntesis de formas puras y composiciones armónicas que evocaran la grandeza del pasado grecorromano en un contexto imperialista contemporáneo.

En este complejo entramado histórico, los conceptos de Joseph Campbell (1904-1987), quien exploró el entrelazado de historias e iconografías a través de diversas culturas,de mitos y arquetipo adquirieron relevancia al proporcionar un marco teórico que permitía entender cómo las narrativas artísticas reflejan las experiencias compartidas de la humanidad no tanto por imposición o superioridad de unas culturas sobre otras, sino por proceder del mismo magma original. «Las historias que contamos son un eco de la experiencia humana compartida», escribe Campbell.

Así, el trabajo de Jem Perucchini utiliza la iconografía cristiana del Renacimiento, con ese halo de sacra intimidad, plasmada con técnicas pictóricas que van desde el puntillismo al sfumato y un encuadre carente de perspectiva, que da a sus obras un aspecto de altares, para retratar personas negras vestidas con batiks o telas de cera en la más pura tradición textil africana, sin ninguna intención política o ideológica, sino con el único afán de integrar diversas herencias culturales y ofrecer un relato nuevo que trascienda a los predominante a través de una conversación que persigue ese significado ontológico central en la obra de Campbell. «La interacción entre culturas, los arquetipos, la pintura del Renacimiento, los procesos neurológicos motivados por las imágenes que provocan emociones y visiones son aspectos fundamentales de mi pintura».

Rebirthof a nation, tanto por su carácter público como por sus múltiples significados, es un mural de grandes dimensiones realizado para la iniciativa Art on the Underground. Situado en la entrada del metro en el emblemático barrio de Brixton londinense, «amalgama de culturas e historias», como lo ha definido el propio artista, y conocido desde 1940 por un alto porcentaje de población afroamericana, se erige como una poderosa declaración artística que celebra la rica y multifacética historia del barrio, a la vez que es un canto al «escasamente conocido pasado de una comunidad y a la esperanza en un futuro más igualitario e inclusivo».

A través de un despliegue de colores intensos y de figuras evocadoras, Perucchini alude a la herencia cultural de Brixton, un barrio que se transformó en refugio para migrantes excoloniales tras la Segunda Guerra Mundial, cuyo espíritu indomable de resistencia contra el racismo y las convenciones sociales occidentales es una de sus señas de identidad. El título de la obra es ya una declaración de intenciones al hacer una referencia directa a The birth of a nation [El nacimiento de una nación], película de 1915 dirigida por David W. Griffith, cuya «intención claramente racista y engañosa sobre a formación de Estados Unidos […] me golpeó por la glorificación de sus intenciones». No es menos intencionada la relación de su figura central con la Ivory Bangle Lady [la Dama del brazalete de marfil], como se conocen los restos de una mujer negra de cierto estatus en la Britannia romana, hallada en una tumba del siglo IV en el centro de York.Ambos, título e iconografía, corrigen el relato histórico para señalar el origen mucho más antiguo de lo que suele señalarse de la comunidad negra en Gran Bretaña y a los excluidos en la historia norteamericana. Este mural es un altar secular que nos aguarda en un lugar cotidiano, un canto visual a la diversidad, la memoria y la resiliencia de Brixton, una celebración de su identidad única,un desafío a la sociedad para que, en su empeño de mirar hacia delante,no olvide sus raíces.

Transcendiendo lo visible

Me ilumino de Inmensidad

(Guiseppe Ungaretti, «Mañana»)

Las obras de Perucchini reflejan una profunda comprensión de la narrativa visual al integrar elementos que evocan arquetipos universales. Así, no solo las figuras, también elementos simbólicos como el bastón, la esfera, el ajedrez, el sol, junto con las miradas perdidas de sus personajes y el lenguaje gestual de sus manos, resuenan con la riqueza de lo cotidiano. Este enfoque nos recuerda que, a pesar de nuestras diferencias, estamos unidos por las historias que contamos y las verdades que buscamos.

Las figuras de Perucchini no solo son representaciones de interacción individual, sino que,al actuar como enlace entre distintas narrativas y experiencias para subvertirlas, ofrecen una nueva perspectiva sobre la interconexión de las experiencias humanas y su complejidad.Así, el artista va sumando capas de significado que enriquecen su obra, invitando al espectador a reflexionar sobre la identidad y la pertenencia en un mundo donde imperan los relatos dominantes de un centro que prefiere olvidar sus márgenes internos y externos, sus periferias. Al hacerlo, el artista no solo honra su herencia etíope, sino que destaca la importancia de reconocer y celebrar la riqueza de todas las culturas, invitándonos a reflexionar sobre las decisiones a las que nos enfrentamos como seres humanos que comparten un mismo espacio.«Quisiera que mi trabajo fuera comprendido y apreciado por personas de orígenes y culturas diferentes. Estoy por el arte como herramienta de integración y el hecho de retratar figuras de color no supone una elección, una intención expresiva. Es mucho más sencillo: creo que lo normal es imaginarlos y representarlos como soy yo, sería absurdo lo contrario».

En esta persecución de la verdad, la intensa mirada de las figuras de Jem Perucchini, a menudo cargada de emoción y profundidad, puede interpretarse como un anhelo de conexión con lo divino, con lo trascendente,en el que resuena el viaje del héroe, donde este experimenta visiones o revelaciones que lo guían en su camino. Esta conexión visual enfatiza el hecho de que la búsqueda espiritual no sea solo un viaje interno, sino una aspiración a conectarse con algo que trasciende la realidad cotidiana.

Al igual que en las pinturas murales etíopes, donde los personajes miran al infinito, las figuras de Perucchini invitan al espectador a contemplar su propia búsqueda de significado. Estas miradas, dirigidas hacia un punto que puede ser tanto interior como exterior, dialogan con el que las mira, una interacción que trasciende lo físico y se adentra en lo espiritual.

Al igual que la mirada, el manierismo de las manos trasciende la simple representación física para convertirse en un lenguaje complejo que articula las emociones y la narrativa de las figuras. Cada gesto es intencionado y ha sido cuidadosamente elaborado; posee una carga simbólica que invita a la interpretación. Las manos parecen conversar entre sí, colocadas en actitud de espera, ofrenda o contención; comunican estados de ánimo, anhelos y tensiones internas. Este lenguaje gestual, comunicación no verbal llena de matices, también establece, como las miradas,un puente con el espectador que las convierte en vehículos de significado que articulan no solo lo que se dice, sino lo que se siente, recordándonos que a menudo es en lo que no se dice donde reside la verdadera esencia de nuestra humanidad. Como en la poesía de Giuseppe Ungaretti, las figuras de Perucchini parecen anhelar esa misma relación con lo divino y buscan la luz en la oscuridad para alcanzar lo sublime.

Lo individual y lo universal

Tú, en la profunda luz,
oh, confuso silencio,
insistes como cigarra airada.

(Guiseppe Ungaretti, «La muerte meditada»)

La actitud, las miradas introspectivas y los gestos que sugieren un relato no contado establecen en la obra de Perucchini un diálogo entre lo individual y lo universal en el que resuena la idea del historiador Aby Warburg (1866-1929) de que el arte actúa como un eco de experiencias compartidas.

Warburg enfatiza la importancia de las imágenes como vehículos de la memoria colectiva y sugiere que no solo representan momentos concretos, sino que poseen una dimensión metafísica. En la obra de Perucchini, esta dimensión se manifiesta en cómo las figuras parecen situarse en un espacio liminal, donde lo material y lo espiritual se entrelazan. Al integrar influencias culturales concretas y arquetípicas, Perucchini sugiere que la búsqueda de significado es un proceso atemporal que forma parte de la experiencia humana desde que el mundo es mundo.

Así, cada pintura se convierte en un fragmento de un relato mayor. Esta continuidad histórica y metafísica se refleja en el uso de la luz, el color y la composición, que no solo capturan la esencia del momento presente, sino que evocan un sentido de trascendencia. La pintura de Perucchini es un viaje metafísico, y en este universo de formas y colores, las texturas y los acabados juegan un papel crucial, siendo esenciales para crear una atmósfera evocadora con patrones y rugosidades que resaltan lo sagrado —una herencia de la tradición bizantina y etíope— y sugieren una gran variedad de sensaciones táctiles. Su paleta, cuidadosamente elegida, permite que la interacción entre color y superficie enriquezca la experiencia visual del espectador.

La metafísica en la pintura de Perucchini se despliega como un canto a la existencia, donde cada trazo y cada color resuenan con el eco de un universo compartido. Las figuras negras integran la diversidad en su narrativa, como hilos de una trama viva, como un tapiz tejido por historias interconectadas. En este espacio creativo, el arte se convierte en un vehículo de trascendencia, invitándonos a mirar más allá de lo visible y a explorar la esencia de lo que somos, en un viaje hacia una representación de lo humano y, a la vez, una invocación de lo eterno, un reflejo del alma en su búsqueda de sentido y de conexión con el vasto cosmos de la experiencia humana.