Si la presencia se convirtiera en eco, debería apoyarse en la experiencia sensorial para vivirse de facto.
El eterno presente de Cachito Vallés (Sevilla, 1986) está concebida como una suerte de posicionamiento, de intervalo y de emplazamiento, que aborda directamente, desde la experiencia, la idea de estar, de pasar por el espacio, de atravesar el tiempo, de ser, a través de la contemplación y la vivencia de habitar.
El título está tomado del ensayo de Byung Chul Han La salvación de lo bello, en el que se relaciona la belleza con el tiempo, pues «lo bello invita a demorarse», cuando se alcanza la «eternidad del presente», cuando «la eternidad resplandece como una luz que se difunde por lo distinto». En esta relación de ideas contingentes a otras –pretendidas o tangibles– como la eternidad y la luz, subyace el concepto de la belleza como narración y motivo. Se trata de un proyecto concebido para ofrecer una visión global de la trayectoria del artista, a través de una selección de obras que refleja las preocupaciones principales de su trabajo y su pensamiento, así como los fundamentos sobre los que se apoya su producción, en lo que supone un punto y seguido en su carrera, ligada a la experiencia tecnológica desde el sur.
Protagonizada por grandes instalaciones y articulada como una reflexión entre el tiempo y sus variaciones, la muestra establece constantes conexiones entre lo científico y lo poético, una investigación que profundiza, a través de la materialización de las propias obras –y la experiencia que de ellas deriva–, en intangibles afines como la suspensión, latencia, presencia, intervalo o fugacidad. La exposición reúne obras realizadas desde 2018, junto a once nuevas producciones concebidas específicamente para el Claustrón Sur. A ello se suma una última instalación realizada expresamente para el Arco de San Miguel, integrado en la Zona Monumental de la antigua Cartuja de Santa María de las Cuevas, estableciéndose así un diálogo entre la arquitectura, la memoria industrial y monástica del edificio y el arte contemporáneo.
Las obras de Cachito Vallés encierran profundas reflexiones sobre temas trascendentales e inquietudes fundamentales del ser humano y su posición en el universo; piezas que invitan al público a reflexionar sobre el tiempo y su paso fugaz, circular o la dimensión temporal; sobre la luz como fuente de creación y conocimiento, como energía, que nos permite ver, pero también puede cegar; sobre el color como relación de la luz con la mente del ser humano o sobre el espacio y su inmensidad. Esto se une a otras exploraciones del artista como la repetición constante de patrones o la dualidad, presente en la naturaleza, que se combinan con intereses como el estudio de la geometría y la abstracción, del movimiento o del sonido, dando lugar a piezas que combinan todos estos factores, a los que se añade en ocasiones la interacción hacia la experiencia meditativa, introspectiva o trascendente.
Las primeras investigaciones de Cachito Vallés se sitúan en el cruce entre la abstracción pictórica norteamericana y la geometría sistemática propia de las corrientes conceptuales y minimalistas. A ello se suma la influencia de la música experimental, especialmente aquella que incorpora el azar, la ambientación sonora y la desmaterialización del tiempo como elementos compositivos. En paralelo, su obra recoge el legado de las prácticas desarrolladas en el contexto del Centro de Cálculo de Madrid durante las décadas de 1960 y 1970, donde se promovía una concepción del arte como sistema regido por estructuras lógico-matemáticas, con implicaciones tanto estéticas como conceptuales, al integrar ciencia, tecnología y creación artística. El conjunto de obras de la exposición materializa los intereses que ha perseguido desde sus inicios y culmina en arquitecturas sensibles que habilitan espacios de reflexión y contemplación; su acercamiento a ideas científicas nace de la experimentación, conectándolas con su propia interpretación para, desde la exploración material y lumínica, derivar hacia un terreno personal y místico donde la experiencia del tiempo y la presencia se tensan en una percepción activa.
La exposición está concebida como un proyecto en sí mismo; no se trata de una recopilación de piezas, sino de una propuesta creada de manera integral. El trazado de las salas se revela como un juego de simetrías: la sala inicial, dedicada a la pintura, encuentra su reflejo en Retícula, donde la pintura se transforma en instalación. A su vez, la gran pieza cilíndrica roja, Redshift, dialoga con la de la última sala, Solitude, cerrando el círculo. Entre esos extremos se despliegan obras que dibujan un recorrido casi especular, en el que el tránsito no responde a jerarquías, sino que el visitante circula con libertad y activa algunas de las piezas a través de la experiencia física, mediante una conexión personal con ellas. El artista busca que se produzca un desplazamiento en la forma de percibir: que el tiempo parezca ralentizarse, que el espacio se perciba de otro modo, que la luz deje de ser un recurso funcional para convertirse en una experiencia en sí misma; provocar una sensación de presente expandido, en la que uno se siente dentro de un momento que no corre hacia un final, sino que se habita plenamente. Invita a demorarse en el tiempo, a pasear el tiempo, a vivir El eterno presente.













![Saul Steinberg, The museum [El museo] (detalle), 1972. Cortesía del Museo de Arte Abstracto Español](http://media.meer.com/attachments/dfbad16c22c5940b5ce7463468ac8879f3b4bf23/store/fill/330/330/042ecf3bcd2c9b4db7ddbc57cb32e950c095835f7b5cd55b6e1576a6e78c/Saul-Steinberg-The-museum-El-museo-detalle-1972-Cortesia-del-Museo-de-Arte-Abstracto-Espanol.jpg)


