La abstracción, la extracción y la distracción son solo algunos de los efectos que puede generar la tecnología. Lucía Simón Medina, en su primera exposición en la galería, nos muestra que estos conceptos son también aplicables a las matemáticas, el lenguaje que vertebra y posibilita la tecnología. Su andamiaje. Esta antigua forma de representar los fenómenos y las cosas -a través de números y ecuaciones- es complicada para quienes no la estudian específicamente. A pesar de estar implícitas en todo lo que nos rodea (en nuestra biología, en la naturaleza, el universo, las máquinas) nos parecen tan abstractas y complejas que puede resultar frustrante intentar acercarnos a ellas con profundidad.

En esta pequeña retrospectiva, la artista nos tiende la mano para acceder a la complejidad de los números primos y el azar desde otro lenguaje, la plástica. Sus representaciones juegan con códigos más asequibles (dibujo, color, forma, ritmo…), aportando pistas que ayudan a visualizar el mundo matemático de otro modo, generando belleza.

Resulta paradójico pensar que el lenguaje matemático codifica la “magia” del universo. Tanto las matemáticas como la magia nos resultan altamente misteriosas pues su funcionamiento se escapa a nuestro entendimiento. Nuestro conocimiento como especie en un universo infinito es limitado y, aun así, creemos poder explicarlo casi todo desde la ciencia, la mitología más aceptada actualmente en nuestra cultura. Sin embargo, hay muchos aspectos de nuestras vidas que resultan difíciles de codificar matemáticamente. Cosas informes, también muy abstractas, que pertenecen a la esfera de lo mental y lo emocional. ¿Cómo medir y representar matemáticamente sentimientos y emociones como el miedo, el amor, la tristeza, la pasión, la desesperanza…? ¿Y la intuición o la conciencia?

Las computadoras y quiénes las programan lo intentan a partir de parámetros y algoritmos. Aunque da la sensación de que el ser humano está siendo influenciado para que encaje en patrones que simplifican la realidad, estableciendo reduccionismos que nos convierten en seres menos genuinos y más gregarios, más uniformes y, en consecuencia, más vulnerables y manipulables. “Cuando un lenguaje es poderoso, tiende a imponer sus significados más allá de sus límites” (Juan Arnau).

En sus últimos trabajos, Lucía nos habla de la parte material de la tecnología y del inconsciente que, al igual que los sueños -que ocupan un tercio de nuestra vida-, trabaja también a partir de datos. Cuando soñamos, se unen los datos que recibimos en la vigilia con los ya preexistentes en nuestra memoria, y todos ellos son seleccionados y organizados en creativas “imágenes” según parámetros que siguen siendo realmente un misterio para nosotros. Algo muy parecido a lo que sucede con la gestión de los datos en las redes de Internet o de la Inteligencia Artificial, los trazados se acaban perdiendo. En la instalación sonora Over-the-top una voz nos pregunta por nuestros sueños y pone en relación ese torrente de información con el que viaja a través de los cables subterráneos, el componente material de la arquitectura de Internet que conecta globalmente las redes. La instalación se completa con oníricas imágenes en las que se superponen rostros de personajes que han sido cruciales en el desarrollo de la tecnología digital: el caballo Hans, Ada Lovelace, Leonardo Torres Quevedo, Alan Turing o John von Neuman.

En otra serie de obras, relaciona todos estos conceptos con el lenguaje escrito, otro sistema de signos. Millares de palabras que se organizan según convenciones y códigos establecidos históricamente en cada cultura para desarrollar significados y conceptos que puedan ser comprendidos y transmitidos. Se trata de tres piezas en las que reproduce tres textos de una forma realmente anacrónica: están escritos a mano. Manuscribir un libro hoy en día adquiere dimensiones épicas, está cercano al ritual y se diría que la amanuense se embebe así de las teorías que contienen. Además, juega con las palabras más relevantes relacionándolas con líneas que aportan una bella plasticidad a la obra, sugiriendo computaciones de conceptos que podemos asociar con la Web, la IA o la programación.

Uno es El tercer inconsciente, de Franco “Bifo” Berardi, que analiza el inconsciente desde diferentes perspectivas históricas hasta el presente. Otro es el texto fundacional de la Inteligencia Artificial, Maquinaria computacional e inteligencia de Alan Turing, donde analiza la polémica pregunta: ¿Pueden las máquinas pensar? Y, por último, el ensayo ¿Son algunas cosas irrepresentables? de Alexander Galloway, en el que reflexiona sobre la información y su unidad básica -los datos-, desarrollando la premisa de que no representan nada si no se organizan para que formen parte de una narrativa.

En definitiva, Lucía Simón Medina se sirve del arte para reflexionar sobre el lenguaje tecnocientífico y reflejarlo desde un lenguaje distinto, gráfico y creativo. Nos plantea los límites de la matemática para describir y explicarlo todo, sugiriendo que ningún lenguaje en exclusiva es capaz de hacerlo. También nos habla de los límites de la programación y las máquinas, replicantes parciales de lo humano, ofreciendo, en definitiva, imágenes sorprendentes que nos acercan a la estructura interna de la naturaleza, al cosmos y al microcosmos que somos.