Amante de la historia, las lenguas y la cultura en general. Desde que tengo uso de razón, siempre he tenido un gran interés por lo desconocido, por muy lejos que se hallara el territorio en cuestión. Este hecho me ha llevado a desarrollar mi creatividad hasta límites insospechados que yo mismo desconocía y que no concebía en mi propio ser desde un principio.
En todo este proceso, me ha servido sobremanera mi actitud abierta hacia la tolerancia y el respeto, los cuales se han ido abriendo paso a través de los numerosos viajes que he podido realizar desde mi más tierna infancia.
En este sentido, el conocimiento de otros lugares no solo me ha influido desde el punto de vista psicológico, sino también espiritual y social, ya que me ha permitido valorar más de cerca el entorno en el que vivo y me ha hecho ver lo afortunado que soy por vivir donde vivo y por nacer donde lo he hecho y en la época en que esto ha sucedido. Por otra parte, además de mis inquietudes intelectuales, siempre soñé con que llegara el día en el que fuera capaz de dejar a un lado las críticas destructivas hacia mi persona y pudiera realizarme como persona como un escritor de éxito, o al menos, ser capaz de escribir un libro que me permitiera volcar todo mi afán y mi posible talento, de modo que lo acaecido en el mismo pudiera ser tomado como modelo de enseñanza para las generaciones venideras.
No obstante, para llegar a este punto, se requiere una dedicación más exclusiva de la que puedo disponer. Ante ello, me veo en la necesidad de posponer mis anhelos por un tiempo, en pro de salvaguardar una motivación y un deseo por el que levantarse cada mañana. De igual modo, la labor de difusión al estilo periodístico no constituye un paso atrás en esa esperanza, sino más bien un trampolín directo hacia la valía y la dignidad de una profesión. Se trata de velar por una verdad justa y necesaria, para ser capaz, en un futuro, de trasladar esa sensación de verosimilitud al plano novelístico.
Es por ello que considero que no hay escritor alguno que haya de avergonzarse por la especialidad de su obra, puesto que el equilibrio reside en la variedad de la misma y en la disposición del autor para poder adaptarse a la concepción de un tipo u otro.
Ahora bien, en este camino de búsqueda constante, he comprendido que la historia no es únicamente una sucesión de fechas y acontecimientos, sino un vasto lienzo en el que se entrelazan las vivencias humanas, las conquistas y las derrotas, los sueños y las tragedias. Me cautiva pensar que, al estudiar el pasado, no solo comprendemos mejor lo que somos, sino que también vislumbramos lo que podríamos llegar a ser. Cada civilización, cada lengua que se extingue, cada huella cultural que permanece, nos habla de la esencia de la humanidad.
De igual manera, el aprendizaje de idiomas me ha abierto puertas que jamás pensé posibles. Cada lengua es un universo nuevo, una manera diferente de ver la realidad y de expresar sentimientos. El hecho de poder comunicarme en otras lenguas me ha permitido acceder a pensamientos y obras sin necesidad de intermediarios, comprendiendo matices que se pierden en la traducción. Pero más allá de lo práctico, aprender idiomas ha sido para mí un ejercicio de humildad: reconocer que el mundo no gira en torno a una sola visión, sino que está compuesto por una infinidad de perspectivas.
La cultura, en todas sus manifestaciones, constituye otro de mis grandes pilares. El arte, la música, la literatura y las tradiciones populares me han enseñado que la belleza no siempre se encuentra en lo grandioso, sino en lo sencillo y cotidiano. Una melodía escuchada en un mercado callejero, una pintura olvidada en un museo poco visitado o un relato transmitido de generación en generación pueden contener más verdad que cualquier discurso elaborado.
Por eso, cuando pienso en mi deseo de escribir, lo concibo no solo como una meta personal, sino como una manera de rendir homenaje a todo aquello que me ha nutrido: los libros que me formaron, los lugares que me inspiraron, las personas que me enseñaron con su ejemplo. Mi escritura, aunque todavía en formación, se vislumbra como un espacio en el que la memoria y la imaginación dialoguen, en el que pueda recoger los ecos del pasado para proyectarlos hacia el futuro.
Sé que el camino es arduo. La disciplina, la constancia y la paciencia son virtudes que todavía me esfuerzo en cultivar. No obstante, cada paso, por pequeño que parezca, me acerca a esa meta. Y aunque hoy la vida me coloque en un escenario distinto, en donde otras obligaciones reclaman mi tiempo, nunca abandono la certeza de que escribir es mi verdadera vocación.
Al mirar hacia adelante, me ilusiona pensar en los proyectos que podrían materializarse. Un libro que recoja las enseñanzas de mis viajes, un ensayo sobre la importancia de las lenguas en la formación de la identidad, o incluso una novela histórica en la que personajes del pasado cobren vida para dialogar con el presente. Las posibilidades son tantas como los sueños que me acompañan.
Lo que sí tengo claro es que mi pasión por la historia, las lenguas y la cultura nunca dejará de crecer. Son la brújula que orienta mi andar, la fuente que me impulsa a aprender cada día más. Y aunque los tiempos cambien y las circunstancias se transformen, permaneceré fiel a ese amor profundo por el conocimiento, convencido de que, al compartirlo, puedo aportar un granito de arena a la construcción de un mundo más humano, tolerante y consciente de su propia riqueza.