El paso del tiempo conlleva una pérdida gradual de los sentidos y un cambio en la percepción del entorno, incluso el más cercano. La merma de la vista y el oído es la más evidente, frente al olfato, gusto o tacto que apenas disminuyen en la edad adulta. Estos sentidos nos permiten percibir y comprender el mundo que nos rodea, recibiendo información prácticamente desde las primeras horas de vida. Están, por lo tanto, intrínsecamente vinculados con la memoria, puesto que forman parte del propio crecimiento y desarrollo individual.

La exposición Lo que aún florece de la artista franco-española Françoise Vanneraud (Nantes, Francia, 1984) toma como punto de partida una experiencia biográfica profundamente significativa: la venta inminente de la casa de su infancia y, con ella, el jardín que constituyó durante años el eje geográfico y emocional de su vida. El cambio de los colores o la luz según las estaciones, el piar de los pájaros o el crujido de las hojas secas al caminar sobre ellas, el olor a tierra mojada o la humedad que se mete en los huesos, son sensaciones compartidas durante años, que se entremezclan con los recuerdos personales.

Lejos de querer documentar una pérdida, Françoise Vanneraud propone una reconfiguración simbólica de la misma, transformando el desarraigo en gesto artístico y la memoria en espacio tangible. La galería se transforma de esta manera en un jardín desestructurado, una composición libre que no busca reproducir fielmente un espacio concreto, sino evocar una impresión sensorial asociada a la memoria afectiva de la infancia y la persistencia de un vínculo íntimo con lo natural.

La muestra se articula en torno a series de textiles teñidos artesanalmente con plantas y raíces del propio jardín familiar (remolacha, mimosa, rosas, rubia, níspero japonés, cáscaras de cebolla…), cuyos colores han emergido en el proceso según sus propios ritmos e intensidades. Posteriormente, las telas han sido recortadas en formas de pétalos, hojas y siluetas vegetales y unidas en collages sin patrones predefinidos.

La serie de grandes telas titulada Jardín suspendido se despliega por el espacio a modo de tapices o telones, pero en composiciones mutables y orgánicas que quieren salirse de la pared. Al igual que los recuerdos, estas obras se pliegan y retuercen, se sostienen inestables unas a otras, y alguna se oculta detrás y sólo se desvela apartando la que está encima. Con sus dobleces se rompen las dos dimensiones y se le da un carácter escultórico, lo que permite jugar con las luces y las sombras, potenciar las diferentes texturas (algunas obras incluyen antiguas sábanas domésticas con bordados) e incluso ver el reverso de las piezas.

Por otra parte, las 3 obras que conforman la serie Memorias botánicas, producidas igualmente con telas teñidas con materias y pigmentos orgánicos, han sido recortadas para darles un aspecto biomórfico, como si fueran enormes hojas arrastradas por el viento. En contraposición a estas piezas, también situadas en la pared, se sitúan unas esculturas de barro de menor tamaño que remiten de nuevo a hojas secas, retorcidas y abstractas.

Dentro de la sala también se encuentran unas finas columnas escultóricas realizadas con arcilla recogida en los márgenes del río Loira, junto a la casa. Colgando de techo a suelo, estos móviles están creados mediante la superposición de piezas de cerámica que simulan pétalos, hojas y semillas. Según el tiempo de cocción y el tipo de barro utilizado, las columnillas tienen diferentes tonalidades que van desde el blanco al gris, ocre, rosa o granate. Estos elementos vegetales suspendidos aparentan una fragilidad parecida al de las flores de los jardines, pero la solidez de la tierra cocida se comprueba con el sonido de sus piezas al chocar si son movidas por el viento o con la mano.

Por último, unos collages fotográficos en blanco y negro generan unos monstruos preciosos de flores manipuladas, parecidos a Frankensteins vegetales, bellos a pesar de sus uniones forzadas y sus costuras.

En su conjunto, Lo que aún florece invita al visitante al disfrute de un jardín escondido, poético y fantástico dentro de un espacio galerístico. El espectador puede descubrir una naturaleza hermosa aunque inestable y cambiante, que a su vez le evocará sus propios recuerdos. Este contraste establece una dialéctica entre lo efímero y lo permanente, lo personal y lo colectivo, lo simbólico y lo material. Lo que aún florece se concibe de esta manera como un territorio simbólico en resistencia, que insiste en permanecer vivo y reinventarse.

(Texto de Javier Martín-Jiménez)