Alsino Skowronnek lleva más de veinte años explorando las sinergias entre la formalización plástica y la lingüística y, sobre todo, preguntándose por el papel que juega la mediación tecnológica en los procesos creativos que transforman el mundo y, a su vez, se transforman a sí mismos. Pero, en medio de toda esta densidad, hay algunas preguntas que flotan en la superficie representacional. ¿Es acaso tecnología un pincel? Y, ¿cuál es aquí su papel mediador?

Detrás de estas –aparentemente ligeras– cuestiones se esconde un impulso artístico profundamente crítico y autorreflexivo. En efecto, un pincel es tecnología, aunque sea lo-fi. Porque es el resultado de aplicar conocimientos, habilidades y métodos para resolver problemas y satisfacer necesidades e inquietudes (como son también las simbólicas y plásticas). Todo artista crea mundos utilizando los materiales del mundo, mediando y siendo mediado tecnológicamente para poder expresar lenguajes ocultos y revelar los significados profundos que residen en el fondo representacional. No obstante, el papel de la tecnología en la obra de Alsino Skowronnek trasciende la mera herramienta. Nos ofrece un rico campo semántico con el que abordar la incertidumbre y el cuestionamiento de la construcción tecnoartística de nuestra propia memoria e identidad.

Sus preguntas trascienden codificaciones, máquinas o instrumentos, para abordar esencias. La tecnología aquí no puede entenderse únicamente como un medio neutral para alcanzar un fin, sino como un modo de “desocultamiento” (aletheia, en griego). Recordemos que, más allá de su significado asociado a “fabricar” o “hacer”, la raíz etimológica techné también significa “revelar” o “hacer presente” la verdad de algo (poiesis). Y es que el pincel que maneja Skowronnek, se sirve de una metodología híbrida, moviéndose con soltura entre sistemas y superficies, donde fricciona el análisis formal de los sistemas simbólicos con un fluido manejo de las herramientas algorítmicas contemporáneas. Se trata de una “excavación digital”, como el propio artista sugiere, donde la atención está puesta en la sorpresa que ofrece el desvío de la máquina (aún reconocible) para el posterior hackeo plástico de su aparente sesgo de infalibilidad y neutralidad. Es aquí donde el artista aprovecha para “comisariar” la respuesta maquínica e introducir un cálido ruido visual.

Let the heavy things float busca humanizar la máquina, para que falle y tartamudeé en una deriva cómplice y consentida que acompaña la búsqueda de un espacio de introspección y apercepción tanto en el artista como en el espectador. Pero, para que esto ocurra, es necesario que ambos acepten el reto: despojarse de sus respectivas codificaciones y guías de interpretación visual. Solo así pueden emerger los datos bellamente caóticos o inesperadamente poéticos, aquellos que nos recuerdan el valor contingente del azar al margen de lo programado. Con todo ello –que no es poco– el artista nos ofrece una vía de acceso al reconocimiento de un corpus con una gramática universal que, podemos cuestionar si, acaso… ¿compartimos humanos y más que humanos?

Las obras pictóricas y escultóricas del proyecto Let the heavy things float combinan formas generadas por inteligencia artificial con trazos de Nsibidi, un antiguo sistema de escritura nigeriano conocido solo por iniciados. El Nsibidi se compone de cientos de símbolos que pueden representar conceptos, ideas, acciones u objetos, con un significado cifrado que, a menudo, depende del contexto espiritual en el que se usa y con ritos de adivinación. Cabe preguntarse por qué existe un interés tan evidente en la encriptación –propia del grafiti– y en los lenguajes de programación –constructed scripts y modelos de IA personalizados– en la obra de Skowronnek. ¿No existe aquí una clara conexión con los sentimientos estratificados de su historia personal? ¿Acaso no conecta la exploración del significado, presente en toda su obra, con la capacidad ritual del Nsibidi para explicar enseñanzas y lecciones de vida? Es importante recordar que la casualidad quiso que el reciente nacimiento de su hija coincidiera con el descubrimiento de la existencia de un abuelo nigeriano al que el artista nunca conoció. Esto activó un giro auto-etnográfico centrado en conectar nuevas ramas y raíces del árbol familiar que, atravesando mundos y geografías, ahora se presenta como una nueva dimensión identitaria que tensiona la siempre compleja relación entre herencia y autodefinición.

Cierto es que no hay único camino tecnológico de corte occidental, sino múltiples caminos tecnológicos arraigados en diferentes cosmovisiones que nos invitan a reapropiarnos de la tecnología, sin negarla, sino desarrollándola en diálogo con otras tradiciones cosmológicas más armónicas y menos extractivas. De hecho, un ejemplo intuitivo y centrado en la necesidad de cultivar la pluralidad de desocultamientos a través de la tecnodiversidad lo tenemos aquí, cuando Skowronnek confronta el lenguaje binario de la máquina con el raspado de pigmentos impregnados en un manojo de filamentos desde el extremo de un palo (pincel). Con ello, no está buscando la representación fiel de ninguna caligrafía concreta ni de un bonito paisaje reconocible por los ojos humanos. Está buscando una “llave” ritual (no la que abriría la caja negra tecnológica) que armonice con sus ancestros cosmotécnicos, como una estrategia consciente para poder enviar un mensaje no distópico al futuro. La bella paradoja inherente al trabajo de Skowronnek reside en que, para “revelar” o “sacar a la luz” la inmanencia de nuestra época hipertecnificada, caracterizada por la aceleración y la delegación de procesos a agentes artificiales, su estrategia consiste en detenerse, apagar el ordenador, hojear álbumes familiares, respirar y conceder espacio al tiempo lento de la pintura. Es ella la encargada de “desocultar” el rápido proceso de mediación tecnológica hi-fi, rebatiendo su inmediatez al buscar patrones probabilísticos que diluyen los matices culturales y autobiográficos, aquellos que son esenciales para la riqueza de un lenguaje artístico maduro. Ella, la pintura, es sin duda un espacio propicio para romper con el estilo genérico que nos impone la IA, “desvelando” con ello la creatividad radical que se esconde en toda bella imperfección.

(Texto por Santiago Morilla)