My my, hey hey
Rock and roll is here to stay
It’s better to burn out than to fade away

My, my, hey, hey, la música y la memoria también son hilanderas de historias.

22022022 es el día en que conocí a Gema Polanco. Boom. Rojo ardiente e incorruptible azul. Textil, dibujo, cuerpo, poesía, llama, vulva, palabra, lágrima y la silueta de Nick Cave — toda esa materia viva llenaba su estudio en Madrid. Desde entonces, cada vez que mi mirada se cruza con ese rojo, ese azul, un trozo de tela, vuelvo allí al instante, con una melodía o un gesto que persiste en el fondo. Es como reconocer una nota en una partitura antes incluso de recordar la canción.

La artista multidisciplinar despliega su trabajo tanto en formas visuales como en prendas, escritura y diseño expositivo — cómo no pensar en aquella exposición dedicada hace unos años a la banda The National, y por extensión, a la performance de Ragnar Kjartansson. El agotamiento del cuerpo, la repetición, los signos precisos trazan la obra; me gusta entrar en esta exposición Amor mira como vivo a través de la figura del alter ego. Presente desde hace tiempo en su trabajo, multiplicada en los medios, repetida en sus representaciones, agotada en las emociones; a la vez un yo ideal y una catársis, supremacía y alienación — el alter ego, la semi-soberana tatuada con escamas, nos confronta. Gema Polanco interroga al otro como reflejo — a la vez justo y engañoso — una exploración de identidades múltiples y fragmentadas, una posibilidad de otro mundo. El alter ego como heredero del dolor, la transición, la traición, la esperanza, el cambio y la sanación.

El hilo del bordado hila el discurso: cincuenta años después de Ma collection de proverbes de Annette Messager — una antología bordada de frases misóginas que moldean las sociedades — Gema Polanco deposita frases, a veces eslóganes (punk), a veces aforismos, poemas, conjuros, melodías y hechizos de consuelo. Pero mientras Messager expone y evoca el falocentrismo, el lugar de la mujer y lo femenino desde cierta distancia, otras — de Louise Bourgeois a Nan Goldin o Tracey Emin — extraen de sus vidas, sus emociones y sus mundos íntimos. Gema Polanco pertenece a esa genealogía que demuestra que una obra introspectiva, autobiográfica, puede ser también la más universal. Y aunque cose y borda como Burroughs y Bowie hacían con el cut-up, también acepta sumergirse, no se esconde, asume ser expuesta. La artista mantiene una postura firme: enfrenta las dudas, las dificultades y las emociones, habla tanto de la debilidad y el dolor como de la belleza. Las palabras, el hilo como tinta y la fuerza femenina reivindican que la vulnerabilidad no es fragilidad. ¿Entiendes?

¡Confía tía!

Me gusta leer y contemplar la obra de la artista a través de este prisma, y naturalmente la asocio al pensamiento de Nietzsche. Como para nosotros, lo que no mata a Gema Polanco la hace más fuerte; es precisamente esta evidencia la que percibo en el diálogo entre las obras — la de la transvaloración de los valores y la creación del yo. Acuarelas, móviles, tapices y talismanes celebran la vida, el poder, la capacidad de reinventarse, la voluntad de superar los propios límites; reinterpretar el sufrimiento y resurgir más lúcida, más viva. La vida es un devenir. Gema Polanco da a luz a una estrella danzante, — nada se siente más fiel a la reflexión de Nietzsche sobre la creación que cuando miro su obra, su camino. Efectivamente, Hay que llevar aún caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzante, y eso es lo que abarcan sus últimas obras, desde un tapiz monumental hasta una veintena de collages, pequeños amuletos de la suerte, oráculos benévolos.

Siempre me ha fascinado la aguja, el poder mágico de la aguja. La aguja se usa para reparar los daños. Es una petición de perdón. Nunca es agresiva, no es un alfiler. La aguja como reconciliación: con una misma, con el propio cuerpo, el mundo, los sentimientos y pasiones, los demás, quienes rodean, aman, traicionan. Hilar, coser, tejer, bordar son constitutivos del trabajo de Gema Polanco. Como en Louise Bourgeois, aquí la aguja sirve de vector de curación, cada puntada como una sutura.

Inmediatamente reconocible por su paleta azul y roja — larga, bipolar — la gama se abre. El rojo se suaviza a rosa, el azul se diluye, amarillo y dorado aparecen en contrapunto. Lo sagrado, gotas, sangre y lágrimas invertidas, placer, orgasmo, botánica, Rona, una golondrina, una mano sobre un caballo — un inventario a la Prévert se disimula en las alas-llamas del alter ego para quienes lo perciben.

En la exposición se encuentran los marcadores del trabajo de la artista: multiplicidad de técnicas para una misma sinfonía. Las obras portan gestos ancestrales, tradiciones sororales. La artista se mueve tras el telón, revelando el reverso de las cartas y las posibilidades que ofrece. Convoca figuras de la cultura popular, de la moda, referencias artísticas y su álbum personal. Como la figura icónica de su madre, reelaborada y tratada como símbolo — una flor de hibisco en el pelo. Incluso el color se filtra, y de la lágrima nacen flores.

Y para terminar mi visita, me gusta — como una especie de ritual — leer los títulos de las obras uno tras otro; leídos así, se convierten en haikus. No puedo evitar asociar — en mi lectura del trabajo de Gema Polanco — prácticas populares, emulaciones creativas, rebeliones. Como los colectivos de collage o performance que dejan mensajes feministas en las paredes; o los jóvenes rockeros y punks, al coser, bordar, adornar su ropa con parches, iconos o logotipos. Ellas y ellos crean una estética de compromiso y oposición, una manera de hacer política. Gema también.

Pienso en Polly Jean, pienso en Marianne, pienso en Laurie y Miriam, pienso en Nico, Lucinda, Will, Sylvia y Leonora, pienso en María Eugenia y Andrea que nos presentaron. Extraño cómo las historias se tejen, las memorias se forman y las imágenes permanecen…

There’s more to the picture than meets the eye
Hey hey, my my
Rock and roll can never die
Hey hey, my my
Rock and roll can never die

(Texto por Émilie Flory. París, noviembre 2025)