Desde hace dos décadas, José Manuel Ballester (Madrid, 1960) tiene abierta una línea de investigación titulada Espacios ocultos que toma como inspiración cuadros emblemáticos de la historia del arte, una serie que pone en revisión nuestro pasado iconográfico y cuyo rasgo distintivo es que se han eliminado los protagonistas principales de la obra. Al permanecer expedito sólo el fondo, un espacio normalmente mudo al servicio de lo que se quiere contar, se anula la parte narrativa y genera un intersticio ambiguo donde prevalece, de forma sugerente, el escenario encubierto tras el primer término. Ese vacío elocuente que se genera al desactivar la acción de los personajes nos descubre una versión omitida de algo que creíamos conocer, una imagen inédita que toma nueva vida y despierta lecturas inesperadas más allá de su sentido original.

Ahora, como inicio de temporada en la Galería Rafael Ortiz de Sevilla, Ballester presenta los últimos trabajos de esta indagación visual, dos grupos complementarios de fotografías que nos remiten a los inicios de la pintura occidental y la construcción de la mirada moderna en Europa. Por un lado, encontramos una selección de miniaturas inspiradas en La divina comedia de Dante Alighieri realizadas por Giovanni di Paolo a mediados del siglo XV en Siena. Por otro, escenas descontextualizadas extraídas del Decamerón de Boccaccio pintadas por el maestro Jean Mansel en el entorno del Duque de Borgoña en Francia sobre el mismo periodo. Ambos conjuntos están sacados de manuscritos iluminados que ilustran dos de los pilares de la literatura italiana universal. Realmente, este tipo de creaciones representan la transición entre un mundo que se acaba y otro que llega: el Renacimiento. Las miniaturas cuentan una historia visual en viñetas. En ellas se abandona progresivamente el estilo bizantino para ir introduciendo una concepción tridimensional del espacio que, desde el norte de Italia, pronto se extenderá por todos los territorios. El trasfondo que soporta la composición nos descubre habitaciones y casas, fortalezas y murallas, horizontes en lontananza. Sierras, montañas y árboles. Predomina la transición entre interiores y exteriores, un modelo que se utiliza ya entonces para las enunciaciones y donde la arquitectura esboza los inicios de un nuevo lenguaje formal en el que la invención de la perspectiva y el paisaje poco a poco irá cobrando mayor protagonismo.

Antes de la llegada de la imprenta y la consolidación del humanismo, los libros iluminados fueron un importante contenedor de saberes. A partir del siglo XIII ese conocimiento empieza a salir de los monasterios y elaborarse en talleres especializados que en ocasiones estaban vinculados a las incipientes universidades. La mayoría de los manuscritos estaban hechos en pergamino y eran encargados por reyes o nobles, aunque también por comerciantes. En la Baja Edad Media, será cada vez más habitual la difusión de libros no religiosos o exclusivos para la oración, especialmente algunos como el Decamerón o La Divina Comedia que ya en su época eran considerados obras maestras que gozaban de mucha popularidad. Además, al estar escritos en italiano en vez de en latín, fueron fundamentales para la consolidación de esta lengua vernácula. Para algunos artistas, estas imágenes que se incluían en los manuscritos fueron un laboratorio donde experimentar ideas, formas y colores que luego tuvieron desarrollo en el Trecento y el Quattrocento.

Los espacios latentes que logra activar José Manuel Ballester plantean una reflexión abierta sobre el modo en el que arraigaron los modos de ver en nuestra cultura, centrándose aquí en particular en los orígenes de la pintura renacentista. De manera silenciosa ha sustraído todo aquello evidente para revelarnos, con un ejercicio metalingüístico que entrecruza pintura y fotografía, los estratos ocultos que subyacen más allá de una mirada superficial. Su propuesta constata que el ojo y la mente siempre deben estar conectados.

(Texto de Sema D’Acosta. Agosto, 2025)