Pablo Picasso sublimó sus obras en la intimidad estimulante de su círculo familiar y de sus amigos más cercanos. Pero su arte también experimentó profundas transformaciones con el nacimiento de sus cuatro hijos: Paulo en 1921, Maya en 1935, Claude en 1947 y Paloma en 1949. El propio acto de procrear renovaba periódicamente su fuerza creadora. En este contexto artístico vital e inspirador se desarrolla la infancia encantada de Claude y Paloma.
Las dos criaturas crecieron bajo la mirada tierna y la tutela afectuosa de su madre, Françoise Gilot, y de su padre, Pablo Picasso, dos personalidades de temperamento indomable. Una curiosa alquimia unió al pintor mundialmente reconocido y a la artista novel, aunque su diferencia de edad era de 40 años. Guiados por un padre en plena madurez y una madre con una juventud ardiente, Claude y Paloma crecieron en una atmósfera libre y alegre, en la que los juguetes y los disfraces competían con la creación y la experimentación.
Lo demuestran diversas obras de Picasso y de Françoise Gilot, que toman a los pequeños como modelos, así como numerosas fotografías que retratan el hogar y el ámbito familiar extendido. En septiembre de 1952, Picasso representa con sombras chines cas las siluetas de Claude, Paloma y Françoise, dotándolos así de una presencia enigmática; cuelga estos dibujos en las paredes de La Galloise y fijará una de esas imágenes en una exposición en Vallauris.
Son innumerables los cuadros o dibujos de Pablo y también de Françoise en los que las dos criaturas aparecen en escena de la vida cotidiana con sus juguetes (una muñeca, un caballito de madera, un camión), en bicicleta e incluso dibujando, ya que una de las misiones de sus padres era transmitir las bases de una educación artística y creativa. Fotografías de Robert Capa y Edward Quinn dan testimonio de la existencia de un ambiente familiar al mismo tiempo ordinario y extraordinario. Los pequeños a veces participaban en las sesiones fotográficas, tal y como relataría más adelante Claude.
Se debe destacar que Picasso, como Joaquín Torres-García, se ponía manos a la obra y fabricaba distintos juguetes para Paloma y Claude; en algunas ocasiones incluso cogía un coche que les habían regalado para integrarlo en la escultura de un babuino. En Vallauris, hacia el año 1950, toda una familia «recompuesta», que incluía a Maya, celebraba la alegría de vivir y ponía a la infancia en el centro. El polifacético artista Picasso se entregaba entonces a la cerámica. Claude y Paloma vivieron unos años de infancia que forjaron su individualidad. Crecieron bajo la mirada cruzada de Françoise y Pablo, guiados por el amor de una madre y un padre convencidos del poder absoluto de la imaginación.