Ningún taxi me paraba, ninguno. El semáforo me marcaba el ritmo con el cual cruzaba de esquina a esquina intentando tener suerte. Hasta que me subí al auto de Alberto que no sé qué clase de magia hizo para doblar acá y allá y terminar hablando de que él cargó muchos años con la culpa que le generó su ex esposa por haber buscado afuera lo que ella no le daba. Hablamos de coger. Que también cargó con el peso de haber llegado justo cuando se mandó un cóctel de pastillas y abrió todas las hornallas de gas.

El episodio se lo contó su nuera porque lo vio el padre de ella. Lo nombró como esa basura. Lo vio con la otra, también casada. La pasaron bárbaro durante dos años.

Con su ex tiene 2 hijos grandes, 6 nietos. Hace 8 años le vino la nena. Esta no es de la ex ni de la amante en cuestión. También tiene 7 hermanos más grandes, todos vivos salvo uno que se deprimió porque su ex mujer se quiso separar. Él nunca entendió por qué tanto pamento si María Luz era bien fea y hay muchos peces en el mar.

Él vino en el año 55 de Galicia con cinco años. El padre escapaba de Franco. Asegura ser recontra gallego, pero como Argentina no hay nada.

También dice que su ex está arrepentida de haberse separado. Pero él la respeta y si no cambió hasta ahora, no lo va a hacer. El otro día le regaló un auto.

Una hora después, el avión estaba despegando de aeroparque, directo a San Miguel de Tucumán. En el despegue, me reí porque hace poco volví a ver las jodas de Videomatch en “El peor vuelo de tu vida” donde el capitán balbuceaba y supuestamente despegaba y la turbulencia la simulaban con dos grúas, una en cada extremo del avión.

Me gustaría saber hasta qué punto esas jodas eran posta. Sabemos que en los 90/2000 estaba todo muy corrido. Esas jodas hoy en día no podés hacerlas. Pero ¿a nadie le daba un infarto? ¿A más de uno infartaron y esas jodas no los pasaban? ¿Había una cantidad de plata destinada a jodas que salieron mal?

En San Miguel de Tucumán me tomé otro taxi. No me acuerdo su nombre, no me acuerdo si me lo dijo. Me preguntó de dónde venía, donde me quedaba, que venía a hacer. Después de que le tirara un palito (para ser justos, bastante gratuito) a los santiagueños, pasamos por el parque “9 de julio” y me contó que ahora estaba lindo para ranchar porque la policía se había puesto las pilas y ya no andaban afanando. Que ahora estaba iluminado. Que vaya al Cadillal, a Amaicha.

A cada recomendación, yo contestaba que tomaba nota, que iba a ir. Pero la verdad es que no tenía tiempo: viajé por tres días para proyectar Esa casa amarilla1 en la facultad de Filosofía y Letras de Tucumán y volver a Buenos Aires. La peli la filmamos con Vale, una amiga que no pudo viajar porque está embarazada y tenía estudios programados por hacer. Esta vez todo deseado era el chiste como respuesta, ya que el documental se trata sobre aborto y lo estrenamos el año en el cual Argentina legalizó la práctica.

A dos años de la ley, sabemos que las cosas no funcionan como deberían.

Llegué al barrio sur donde me esperaba el Tucu, mi amigo, y Paula, su novia, quien me prestaba su casa por tres días y que compartí con Pelusa, su gatito loco. Nos quedamos tomando unos mates mientras Paula contó algo terrible: unos pibes organizaron una movida en Tafí Viejo con unos peluqueros. Después de la jornada solidaria en el barrio, este grupo cocinó un pollo al disco para agradecerle a estos peluqueros por coparse. La policía les reventó la puerta y entraron a los palazos, gatillaron al aire. La portación de cara y el gatillo fácil son temas de todos los días en Tucumán, pero ahora se le suman los trencitos. Escuché la palabra en diminutivo y supe que era terrible. Resulta que lo hacen todos los días: la policía en caravana levanta personas completamente al azar. Las sube al patrullero y por lo menos, una noche en la comisaría te comes.

Se hace el mediodía, yo tenía que trabajar y ellos también. Me recomendaron un lugar de empanadas, quedamos para las cuatro de la tarde.

Carne y cebolla y queso: definitivamente superiores.

Me subí a la moto del Tucu con gran dificultad porque soy un ser petiso y nos vamos directo a probar sonido. La facultad queda en medio del parque “9 de julio” así que fue mi oportunidad de rancharlo. Es un predio muy grande con otras dos facultades, una zona de bares, un palacio municipal de deportes, estanques, escaleras y el famoso reloj de flores.

Mi amigo me marca algo más adelante, levanto la vista: patrulleros y motos en fila atravesando el parque. Espero no me paren que no tengo los documentos de la moto. Nos pasan por al lado y no nos piden nada. En uno de los patrulleros hay por lo menos tres pibes, supongo, esposados. Yo iba sin casco.

La facultad de Filosofía y Letras es hermosa, todo verde entre los asientos donde la gente estudia, lee, toma mate. Dentro hay un teatro con proyector y sistema de sonido. En cuanto abrí la puerta, renació el orgullo que sentí cuando el Tucu me dio la oportunidad de proyectarla acá. Un lugar hermoso.

Funcionaba el disco externo con la peli, subtítulos, luces, sonido, todo andaba a la perfección, así que nos fuimos a tomar una birra. El Tucu me pregunta, le cuento. Después yo le pregunto y me cuenta de una nueva película en la que estaba. Un documental también sobre un viaje hacia una piedra milagrosa con la cara de Cristo en La Rioja. Cinco días a caballo y otros cinco para volver. Familias enteras, gauchos, fe y también, caravana. Nos pedimos otra cerveza para seguir actualizándonos uno del otro.

Esa noche me fui a la Casa Histórica y me emocioné. Seguí por la peatonal, me metí a una iglesia, también en otra y me senté en la plaza principal a comer un panchuque con kétchup y mostaza. Mucha pibada en ronda haciendo facha, mucho adolescente mostrándose en sus motitos.

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Patio interior de la Casa Histórica.

Al día siguiente, la familia de mi amigo me invitó a comer un guiso de fideos espectacular. Después, con el Tucu y Paula fuimos a la facultad. Allí la Secretaría de Género liderada por Julia Saldaño, armó una mesa conversatorio con Natalia Perez, historiadora y militante, Lucia Aragón, cineasta, Malena Van Mameren, quien trabaja en consultorio, y Candelaria Guaraz, activista por los derechos humanos en Andhes. Paula comenzó y moderó el debate que fue tomando forma y calor a medida que las voces se sumaban. Apareció la ESI y su escasa implementación en diferentes lugares, al igual que la puesta en práctica de la ley de interrupción voluntaria del embarazo y también se hizo hincapié en las dificultades en la entrega de misoprostol.

Actualmente el kit para una interrupción cuesta alrededor de $170000. Existe el consultorio donde pudieron gestionar que, teniendo una receta del hospital y en ciertas farmacias indicadas, te cuesta alrededor de $130000 (datos de abril).

Uno de los temas principales fue la práctica institucionalizada y sus ventajas y consecuencias. En el caso de la ciudad capital de Tucumán, el problema es que la información se filtra, lo que hace que muchas personas gestantes tengan problemas para acceder a algunos trabajos. Es el caso de la policía y gendarmería. Ya estás manchada.

También tenés la posibilidad de hacerlo de forma privada privadísima con una médica muy conocida que te asegura un aborto divino: 500 dólares cara grande taca taca.

También hablamos de las fisuras del feminismo actual, el derecho al goce y, por último, pero no menos importante, la relación entre aborto y muerte.

Esa noche, fuimos por unas cervezas al Parque Avellaneda donde me contaron de la intendenta Rossana Chahla, ginecóloga y ex ministra de salud de la provincia. Un policía bordea las escalinatas de lo que fue una pileta municipal hasta la década del setenta, ahora anfiteatro.

Después nos fuimos al mejor lugar de sanguches de milanesa, recomendado por muchos tucumanos y no tucumanos a los que les pregunté. Para comer en “Los eléctricos” hay una cuadra de cola fácil, así que fuimos a pedir para llevar. Es como una especie de “Paulín” donde la barra y los cocineros están por el medio del salón. Mucho más barrial que la confitería porteña. Había tres amigos que estaban con las milanesas haciendo chistes y comentarios mientras sus manos danzaban las más difíciles piezas culinarias jamás vistas. Se confirmó el talento a la primera mordida de ese sanguche. No existe uno igual en la capital federal, tampoco en el conurbano sur de donde soy oriunda. Tampoco existe la Mirinda sabor manzana.

El último día lo tenía libre así que aproveché a pasar por la Facultad de Artes que me quedaba en la esquina para luego seguir a la Casa Histórica, esta vez abierta. Para las visitas guiadas hay dos turnos a la mañana y dos turnos a la tarde. Por la noche tienen un recorrido con luces y sonidos mediante los cuales te cuentan las historias de cada habitación.

La sala de la jura es emocionante. Es loco estar en un lugar que uno vio tanto en la escuela, por fotos y dibujos. Le mando foto a mi tía, me devuelve un audio contándome que tenía ganas de venir porque lo enseñé tanto y todos los años en la escuela, pero podés creer que no la conozco y es mi sueño poder hacerlo.

Al final de la casa, entre el primer patio y un tercero con murales de Lola Mora, hay un espacio con una galería donde se encontraba el museo itinerante de veteranos de Malvinas. Un grupo de adolescentes hablaba con los soldados, les hacían preguntas y ellos respondían. Me quedé escuchando. Uno de los jóvenes me señaló una foto y me preguntó si ese era el Belgrano, más abajo había un texto que nos lo confirmaba.

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Museo Itinerante Malvinas en la Casa Histórica.

Pasé por la iglesia de la Merced, la cual tiene una particularidad que me llamó la atención: en los techos uno está acostumbrado a ver escenas de la biblia, con santos y ángeles. En cambio, lo que encontramos son escenas de la Batalla de Tucumán, al mando de Belgrano, donde vencieron a los realistas y por eso nuestro general nombró a la virgen María como Generala del ejército argentino.

El corazón lleno de Patria y épica.

Ya de noche, encaré para la casa de los padres de mi amigo y me tomé un taxi. Me pasé todo el viaje charlando con Patricio que me mostraba bares y actividades para cuando volviera, también pasamos por la cancha de Atlético Tucumán. Me tomé unos mates con mi amigo que andaba preparando sus clases de cine experimental que dicta los sábados también en la facultad. Sus padres se vestían para la inauguración del Museo Timoteo Navarro luego de años de refacciones. Nos saludamos, por mi parte con todas las intenciones de volver a verlos, de volver a pisar Tucumán en cuanto pueda. Después mi amigo me alcanzó al aeropuerto, ya sabe que vuelvo.

Mientras esperaba subir al avión, entré a Twitter. Kristalina Georgieva llamó a votar a Milei en las próximas elecciones. Que le recomendaba al pueblo argentino no cambiar el rumbo en estas instancias. Insólito. El vuelo que me llevó de regreso, estuvo minado de turbulencias.

Notas

1 Enlace a la película Esa casa amarilla.