Dentro de la línea de investigación, recuperación y compromiso de la galería José de la Mano con los artistas de nuestro pasado reciente se enmarca este proyecto consagrado a la obra temprana de uno de los pioneros del arte queer en nuestro país.
Roberto González Fernández (Monforte de Lemos, 1948) es uno de nuestros artistas en activo más prolíficos con una carrera de más de 50 años. Una parte muy importante de su trabajo ha estado dedicada a la representación del homoerotismo, en la que se centra este proyecto que repasa este aspecto de su obra desde sus comienzos a principios de los años 70 hasta los primeros 80.
Desde esos comienzos como artista plástico a los que se dedica este proyecto, RGF ha entendido su práctica como un medio de analizar desde diferentes puntos de vista los aspectos emocionales y anímicos del hombre en su intimidad, superando la representación tradicional de lo ‘varonil’ asignado al concepto del ‘homo virtus’ (la fortaleza, el valor, el honor). La obra de RGF se mantiene desde el principio fiel a este planteamiento que a la vez es testimonio de su vida y retrato del desarrollo de una sociedad que ha cambiado estos paradigmas de forma radical.
A través de su estilo inconfundible, como verso suelto de la llamada ‘nueva figuración madrileña’ y en su evidente dominio de la pintura, el dibujo y el grabado, podemos considerar a RGF un pionero y uno de los pocos artistas que en ese momento tan temprano crea un universo homoerótico sin complejos, desconocido y sin parangón en España hasta el momento. Para muchos de los artistas que llegamos en las generaciones siguientes ha sido, además, un referente esencial en el desarrollo del ‘queer hispano’.
En un caso único en el trabajo de un artista contemporáneo, y desde un momento muy temprano en la creación actual la representación del afecto entre hombres se libera de la insinuación y se muestra sin tapujos como una realidad asumida y natural: la belleza, el paso del tiempo, el conflicto, la pulsión erótica, el deseo, el amor, el dolor, y las relaciones personales entre hombres.
En una fecha tan temprana como 1973, con la Ley de Peligrosidad Social en plena vigencia, Roberto González Fernández (RGF) empieza a desarrollar un lenguaje propio que podría haberle llevado a la cárcel. Su aproximación es totalmente nueva, en consonancia con lo que estaba ocurriendo en otros países occidentales post-Stonewall. Muchos artistas gays de ese momento van progresivamente abandonando el acercamiento a ‘lo homoerótico’ que había estado vigente desde hacía siglos: el leer entre líneas, las pistas para entendidos, los guiños a lo clásico y la mitología, ese ‘decir sin decir’.
Es el momento de coger el toro por los cuernos, y llamar a las cosas por su nombre. También ocurre en España, y al mismo tiempo, aunque nos sorprenda. Es sólo que todos esos autores pioneros como RGF quedaron de alguna manera a la sombra de los destellos de los de la movida de años después.
Hay una obra seminal de RGF de 1973 de la serie Retratos acrílicos que establece un antes y un después. En el retrato aparece una figura asalvajada, de un ‘realismo abstracto’ que arrastra toda la tradición antigua del tenebrismo y la más cercana del expresionismo. Si nos fijamos, el personaje retratado, aunque poco reconocible, está en pleno coito, cabalgando sobre otra figura apenas perceptible. RGF se da cuenta enseguida que hay que liberarse de esas formalidades y se decanta por la atención a lo fotográfico y una factura clasicista. Esa estrategia le permite por una parte mostrar sin tapujos aquello que fue nefando, y ponerlo al mismo nivel de lo considerado ‘arte aceptable’ hasta el momento. Su incontestable maestría técnica y ese aspecto clasicista permiten que mostrar el deseo entre dos hombres no resulte escandaloso, sino ya atractivo. Como apuntan Xosé Buxán y Julio Pérez Manzanares, el trabajo de RGF es a la vez clásico y disidente; clásico y de una libertad radical. La excelencia técnica, que llega hasta límites exquisitos, resulta sin embargo ser un arma de doble filo. Porque su manera no es entendida ni apreciada por ‘las modernas’, que a principios de los 80 abrazan una posmodernidad más festiva.
Las series inmediatamente posteriores, Parejas de beisbolistas y Eróticos, del mismo año 1973 refieren todavía simbólicamente al sexo entre dos hombres con la excusa clásica del espejo, el doble y Narciso reflejado, aunque ya atendiendo a sus recursos futuros, lo fotográfico y el dibujo clasicista. En los siguientes 10 años depura la técnica que se balancea entre el hiperrealismo y el simbolismo, y más que recurrir a los atajos típicos de versionar la historia del arte, se apropia de la iconografía presente en el arte anterior para presentar y proponer otras realidades. En Historia sagrada (1981), por ejemplo, no hay tanto una versión o reinterpretación de lo bíblico, sino una reafirmación de otras identidades y formas del deseo.
Lo mismo ocurre con la representación de la intimidad entre hombres, lo privado y lo público y la relación con el entorno, lo de fuera y de adentro, como en Interiores, Vida privada, Azules o Fachadas, en las que la visibilidad del hecho homosexual es ya manifiesta, incluso desde la clandestinidad. En muchas de esas imágenes seguimos viendo escenas que nos remiten a otras de nuestra cultura visual, sin abandonar los géneros clásicos del retrato, el bodegón, el paisaje o el desnudo, muchas veces tratadas unas como otras. Otra forma de mirar implica otra forma de enfrentarse los géneros y las categorías.
La dimensión social y comprometida también es un elemento fundamental en el trabajo de RGF desde ese momento. La carpeta ‘El Amigo’ retrata a poetas del momento que están haciendo lo mismo que él desde el plano literario. Y una de sus series más celebradas, Parade (1980), exterioriza el júbilo colectivo vivido en la manifestación del Orgullo de Los Ángeles, donde se autorretrata junto a otros amigos, como en un deseo que sería una premonición de lo que ocurriría en España poco después.
(Texto por David Trullo, comisario)