Este momento histórico debe su nombre a que de 1837 a 1901 reinó la monarca Victoria del Reino Unido. Este extenso periodo de 63 años marcó un hito en la historia de la monarquía británica, manteniendo la distinción de ser el reinado más prolongado hasta que su tataranieta, Isabel II de Inglaterra, lo superara.

La sociedad de entonces se distinguió por experimentar una serie de transformaciones notables en los ámbitos de cultura, política y economía. Específicamente, se destacó la acelerada urbanización, la cual fue impulsada a gran medida por los efectos de la Primera Revolución Industrial.

Al inicio de su mandato, la nación todavía era predominantemente rural. Sin embargo, al término de este, una gran porción de su territorio se encontraba interconectada mediante una extensa red ferroviaria en continua expansión.

Además de los sucesos históricos y políticos que caracterizan aquella etapa, es indiscutible la influencia que esta ejerció en las esferas de la moda, la joyería y el simbolismo del luto.

En 1861, tras el fallecimiento de su consorte, la reina adoptó un estricto luto, caracterizado por su reducida presencia en eventos públicos. Si bien cumplía con sus obligaciones oficiales, su participación en asuntos gubernamentales era muy limitada.

Su indumentaria se distinguió por la adopción exclusiva del color negro. Esta elección, combinada con la notable evolución en el diseño de la vestimenta femenina, dio lugar a una nueva imagen y estilo durante esa época.

Se puede notar una inclinación hacia prendas cada vez más estructuradas y elaboradas, con diseños que incluían varias capas de tela y crinolinas que daban mucho volumen y amplitud, lo cual, como ha sido costumbre a lo largo de la historia, generaba una fuerte incomodidad en las actividades diarias que hacía una mujer. De forma simultánea al avance en la moda, surgía el desarrollo de accesorios luctuosos.

En el siglo II, los romanos designaron el blanco como el color oficial del luto, pero en el año 1502, los Reyes Católicos adoptaron el negro como el nuevo color oficial, que simbolizaba el proceso de duelo tras la pérdida de un ser querido.

Cuando alguien estaba en este periodo, evitaban usar joyas o elementos ornamentales que pudieran atraer la mirada, especialmente en el caso de las mujeres.

Gradualmente se autorizó el uso de adornos discretos y oscuros, como pendientes, gargantillas, brazaletes, anillos y broches confeccionados a partir de materiales como ónix, hematita, azabache, obsidiana, vidrio oscuro, ágata negra e incluso cuero.

Durante el periodo victoriano, se desataron diferentes luchas y conflictos bélicos con el propósito de ampliar las fronteras territoriales, esto provocó que los hijos, hermanos y padres abandonaran sus hogares sin saber si volverían para encontrarse con su familia.

Estas circunstancias los motivaron a explorar alternativas para preservar el recuerdo de sus seres queridos, anhelando poseer algún tipo de amuleto que mantuviera viva su memoria. Fue en este contexto que surgió la idea de incorporar hebras de cabello en artículos de adorno personal.

En cierto punto de la historia, esta costumbre llegó a ser bastante común, se podían incluir en collares largos que pendían sobre el pecho, en una pulsera o un broche que solía colocarse cerca del corazón.

Estos mechones se preservaban en un medallón denominado «guardapelo», donde se acompañaba con la fotografía del fallecido.

Después se comenzó a usar también con otras personas, como símbolo de la relación de amor o amistad que tuvieran. También se usaban entre individuos que vivieran a largas distancias uno del otro, así, sentían que seguían presentes.

Posteriormente, esta práctica se extendió a otras situaciones, siendo empleada como símbolo de las relaciones de amor o amistad entre la gente.

Asimismo, se adoptó entre gente que se encontraba separada por considerables distancias, lo que les permitía sentir una conexión continua y la presencia mutua a través de estos objetos.

Para llevar a cabo este proceso, un equipo de hábiles artesanos se encargaba de limpiarlo y preservarlo meticulosamente. Luego, procedían a crear diseños elaborados como trenzas, representaciones de flores, hojas, iniciales o paisajes. Estas figuras se hacían sin humedecerlos ni engomarlos.

Existían diseños que tenían significados específicos; por ejemplo, cuando se plasmaba una rosa en forma de capullo, simbolizaba el fallecimiento de un niño, mientras que una rosa en pleno florecimiento representaba el deceso de un adulto.

Igualmente, se recibían solicitudes particulares en las que se combinaban mechones de dos o más personas en un mismo medallón, pudiendo provenir de cada uno de los hijos, ambos padres u otros miembros de la familia, dando origen a composiciones fascinantes que incorporaban variaciones de tonos.

En cierto punto, estos objetos empezaron a tener carácter decorativo en los hogares, embelleciendo las salas, habitaciones y paredes. Esto se debió a la inclusión de elementos adicionales como retratos, leyendas y símbolos religiosos, que contribuyeron a su valor ornamental.

La joyería de luto de la época victoriana era un medio valioso para expresar el duelo, estos objetos se convirtieron en símbolos de conexiones emocionales y manifestaciones de afecto. Esta práctica nos muestra su capacidad de capturar las complejidades de la experiencia humana.