La vida en la Tierra requiere de seis elementos químicos fundamentales: el hidrógeno (H), el oxígeno (O), el carbono (C), el nitrógeno (N), el azufre (S), y el fósforo (P). Así como de otros elementos menores en cantidades más pequeñas y la presencia de ciertos minerales y agua líquida que sirva como solvente para las reacciones biológicas que tienen lugar.

Todos esos elementos se consiguen en el polvo cósmico que dejan los remanentes de una explosión de supernova. Literalmente el resto de supernova es expulsado al espacio exterior de la estrella que colapsó formando una nebulosa estelar.

Con el tiempo (millones de años) el gas de la nebulosa se enfría, se condensa y luego la gravedad lo une y lo agrupa hasta formar una nueva estrella; si la estrella recién formada no es demasiado masiva como nuestro Sol; la formación estelar puede dar paso a la formación planetaria.

¿Cómo? Igual que el gas, el polvo cósmico de los restos de la supernova al enfriarse, condensarse y agruparse por efecto de la gravedad da origen a cometas, meteoroides, asteroides y planetoides. Y estos, a su vez, a planetas; algunos sólidos y con agua líquida como nuestra Tierra.

Entonces, la formación de planetas y sistemas solares es algo común en el universo. Existe una teoría la panspermia (del griego antiguo πᾶν (pan) «todo» y σπέρμα (esperma) «semilla»), que propone que la vida existe por todo el universo. Eso por cuanto los elementos esenciales de la vida están distribuidos en el polvo espacial, en cometas, meteoroides y asteroides. Y estos, a su vez, distribuidos por todo el universo.

Solo hacen falta las condiciones adecuadas para que la vida, por sí misma; surja y se forme. ¿Cuáles son? La primera es que los elementos esenciales de la vida formen los compuestos esenciales de vida. En otras palabras, las moléculas constituyentes de los seres vivos, las biomoléculas; por ejemplo: glúcidos, lípidos y proteínas.

Pero resulta que ya se encuentran de manera «natural» distribuidas en el polvo espacial, en cometas, meteoroides y asteroides. Por ejemplo, la ribosa, o «azúcar RIB», el azúcar constituyente del ARN y otros nucleótidos como el ATP han sido encontrados en meteoritos como consta en el artículo de NASANET, «Detección de Azúcares en Meteoritos da Pistas Sobre el Origen de la Vida». Además, «un estudio reciente realizado por científicos de la Universidad Friedrich Schiller de Jena y el Instituto Max Planck de Astronomía encontró que los péptidos pueden formarse en condiciones que semejan el espacio exterior».

Lo segundo es que, esas biomoléculas lleguen a formar un protobionte o protocélula: una colección esférica de lípidos, autoorganizada y ordenada endógenamente, que constituye la estructura externa predecesora de todas las células. Y muy posiblemente el origen de la vida precelular que, teóricamente dio origen a la primera y ancestral célula procarionte. Eso es, al primer progenote (Luca) que literalmente es término que se utiliza para describir a la primera forma de vida celular primitiva; el equivalente del último antepasado común universal de todos los seres vivos.

No obstante, existe el problema de que, «aún no se ha logrado obtener un protobionte funcional en un entorno de laboratorio», con el objetivo de comprender si el proceso es posible fuera de la Tierra. Pero, como suele suceder, que no lo hayamos podido hacer aún, no significa que no pueda ser posible.

«Según sugiere un artículo publicado en Nature, las bases de pirimidina halladas en 3 meteoritos ricos en carbono, componentes esenciales de la estructura del ADN y el ARN, refuerzan la teoría de que la vida podría haber llegado a la Tierra desde el espacio». Los resultados de la investigación se recogen en un artículo titulado «Identifying the wide diversity of extraterrestrial purine and pyrimidine nucleobases in carbonaceous meteorites» que se publicó en la revista Nature Communications.

Es más, algunos teóricos especulan que la vida misma llegó a la Tierra del espacio exterior. Incluso hay toda una rama de la astronomía científica que se dedica a ese tema: la astrobiología.