Para quienes, desde nuestra época de estudiantes universitarios, decidimos inclinarnos por la entomología agrícola como profesión, el alemán Alexander Bierig representó una figura cardinal, junto con el estadounidense Charles H. Ballou. Esto es así porque, con el también alemán Fernando Nevermann, afirmaron sobre sólidas bases el ulterior desarrollo de dicho campo en el país. Eso sí, debo confesar que —al menos en mi caso—, el conocimiento de la labor pionera de ellos tres era muy superficial. Y, aunque anhelaba conocer más sobre Bierig, otras ocupaciones prioritarias me lo impidieron.

No obstante, hace 13 años, en 2009, por fin me propuse investigar a fondo acerca de su vida y su obra. Según mis suposiciones iniciales, ello implicaba una prolongada estadía en el Field Museum of Natural History, en Chicago —donde están albergadas sus colecciones de coleópteros—, para revisar los especímenes que recolectó y los datos asociados con estos, buscar publicaciones suyas, etc. Por tanto, escribí un proyecto para conseguir el financiamiento de parte de una entidad donante privada, pero no tuve éxito.

Sin embargo, no cejé en mis empeños, pues en esos días pude atesorar dos cosas invaluables para mis propósitos. En primer lugar, pude contactar por Internet a Robert Helmut Weckesser, su bisnieto, quien me aportó información muy útil; por cierto, me contó que su hija Rebekka recién había estado en el Field Museum. En segundo lugar, como Bierig era pintor, también por Internet pude enterarme de que dos expertas en artes plásticas, Floria Barrionuevo Chen-Apuy y María Enriqueta Guardia Yglesias, habían estudiado los aportes de Bierig en el campo artístico. Por fortuna, conocía a ambas, por diferentes motivos; en el caso de Floria, fuimos compañeros en el Liceo de San José en nuestra ya muy lejana adolescencia.

Como, para entonces, yo estaba trabajando en dos nuevos libros, preferí dejar el asunto para después. En efecto, a inicios de 2015 retomé mi interés en el proyecto. Fue así como, aunque teníamos más de 40 años de no vernos, pude conseguir el teléfono de Floria y contactarla. Le hablé de la posibilidad de escribir un libro sobre Bierig, en el que pudiéramos documentar en detalle sus aportes científicos y artísticos, lo cual le gustó, y quedó de platicarlo con María Enriqueta. A Queta también le agradó mucho la idea, y convinimos en buscar financiamiento, pues la inclusión de abundantes láminas en color tendría un costo muy elevado, además de que inicialmente consideramos la posibilidad de preparar un libro bilingüe.

Mientras tanto, a partir de un esbozo acordado entre los tres, cada uno continuaría recopilando información por su cuenta, a la vez que definimos plazos para conocer nuestros avances. Todo transcurrió sin tropiezos y, concluida la obra en octubre de 2018, la presentamos a la consideración de la Editorial Tecnológica de Costa Rica. Aunque meses después fue aprobada para su publicación, sobrevinieron los ominosos tiempos de la pandemia de coronavirus, con consecuencias de todo tipo. Sin embargo, los funcionarios de la Editorial Tecnológica se esmeraron en producir un libro de gran calidad estética, además de lograr el involucramiento —como coeditoras— de las otras cuatro editoriales universitarias reunidas en ese venturoso consorcio llamado EDUPUC. Esto denota el interés suscitado por nuestra obra, lo cual agradecemos inmensamente.

Por fin, tras muchos avatares, esta vio la luz en junio pasado. Y, tal y como lo esperábamos, ha sido muy bien acogida por personas del ámbito científico y el medio artístico, así como por el público en general. Lo más sorprendente para todos los que nos han hecho comentarios, es cómo estaba tan soterrado en el olvido este insólito y maravilloso ser humano, a quien nuestro libro ha «resucitado» ante la historia de las ciencias naturales y las artes plásticas en Cuba y Costa Rica.

Persona íntegra, noble y entrañable, como lo era, no en vano los restos de Bierig reposan en el mausoleo de la Logia Masónica, en el Cementerio General. Ahí lo acogieron sus hermanos masones, pues ni siquiera tenía una tumba dónde ser enterrado. No murió en la miseria, pero sí pobre, pues destinó todos sus ingresos a sus dos devociones: la pintura y los insectos. Aún más, de su propio bolsillo compraba las finas maderas para elaborar él mismo no solo los marcos de sus pinturas, sino que también los muebles o gabinetes en los que conservaba su riquísima colección de insectos.

Es obvio que pudo haber allegado fondos mediante la venta de sus pinturas, pero se negó a hacerlo, pues deseaba regalárselas a su nieta Gisa, a quien nunca conocería en persona. Es decir, prefirió sufrir privaciones personales, con tal de preservar su rica obra pictórica, hoy en manos de los descendientes de algunos amigos cercanos, de su familia en Alemania y de coleccionistas de arte. Por fortuna, gracias a la colaboración de algunas de estas personas, así como a la tenacidad y escrupulosidad de Queta, apasionada curadora artística y creadora de la Pinacoteca Costarricense Electrónica (PINCEL), la mayoría de sus dibujos y pinturas han sido compiladas y catalogadas en nuestro libro.

Ahora bien, en cuanto a los insectos de su interés, los coleópteros de la familia Staphylinidae son muy pequeños, así como nada vistosos, pero con la peculiaridad de ser el grupo de organismos más numeroso del planeta —con más de 55,000 especies—, y quizás fue esta particularidad la que indujo a Bierig a estudiarlos, hasta convertirse en una autoridad mundial. Al final de su vida había podido recolectar, montar y preservar 32,372 especímenes, así como describir 412 nuevas especies para la ciencia, según consta en las bases de datos del Field Museum, el cual no tuvimos que visitar, gracias a que conté con el gentil y eficiente apoyo del Dr. Alfred Newton, curador de dicha familia. Esto es muy meritorio por sí mismo, pero lo es aún más, porque Bierig debió enfrentar muy serios problemas visuales por varios años, lo cual también lo limitaba en sus labores de pintor, obviamente. Además, como era de esperar, realizó estupendos dibujos de estos insectos para ilustrar su medio centenar de publicaciones científicas y divulgativas.

Y aquí cabe preguntarse si, en realidad, Bierig era más pintor que entomólogo, o más entomólogo que pintor. Lo cierto es que descolló en ambos campos. No está claro qué lo atrajo primero, aunque parece que fue el arte, por influencias familiares, y se graduó como diseñador gráfico, para evolucionar poco a poco hacia la pintura. Asimismo, hasta lo que se conoce, nunca recibió educación universitaria formal como científico.

Nacido en Karlsruhe el 15 de enero de 1884, y casado en 1908 con Mathilde Caroline Schäfer, residieron en Alemania y Francia, donde nació su hijo Alexander Robert. Ahí se dedicó a sus dos profesiones, hasta que los infaustos vientos de la Primera Guerra Mundial lo forzaron a retornar a su terruño. Por fortuna, una impericia suya con el manejo de un arma lo libró de ir al frente de batalla, pero los tiempos de guerra y postguerra fueron muy crudos para él y su familia. Fue por ello por lo que aceptó la providencial invitación de una familia rusa de apellido Mennikow para viajar a Cuba, donde desde 1923 continuó dedicado al diseño gráfico, la pintura y los insectos.

Su esposa pensó que sería un viaje de corta duración, y por eso dejaron a su primogénito en Alemania, bajo la tutela de familiares. Y quizás él también lo supuso, sin percatarse de que para un artista y un entomólogo el trópico es cosa de cuidado, con su calor telúrico, sus torrenciales lluvias y su insolente humedad; con la eclosión de luz en los amaneceres de refulgente y diáfano cielo azul; con la intensidad de sus llameantes y caprichosos crepúsculos; con las desbordantes dimensiones, formas y sensuales aromas de la vegetación; con el infinito e incesante pulular de fauna de morfología, colores y hábitos surrealistas. Así, embriagada su mente y tatuada su alma por tan seductoras visiones e impresiones, capaces de conducir al éxtasis y a la alucinación, ya no había regreso posible.

Mientras que, rezongona, Mathilde reclamaba que era tiempo de volver a Alemania —y así lo hizo dos años después—, los blancos lienzos se llenaban del color del paisaje y de los rostros de las gentes de Cuba, por las que Bierig sintió profundo afecto, al tratarlas y conocerlas cuando recorría los campos recolectando estafilínidos entre la hojarasca de todos los hábitats insulares. Tan es así que, al describir nuevas especies en revistas taxonómicas, a dos les asignó significativos nombres vernáculos, como Guajira cubana y Acylophorus hatuey, esta última bautizada en honor del indomable cacique taíno Hatuey. De su amor por esa isla que se le incrustó en el corazón, dejó un indeleble testimonio en el texto Mensaje a la más bella bandera, escrito en 1950, cuando ya residía en Costa Rica.

De tan poderoso embeleso lo podía sacar solo algo muy tentador. Y eso ocurrió 15 años después de sus deleites en Cuba. Amigo por vía epistolar de su coterráneo y colega Fernando Nevermann, empresario bananero residente en Costa Rica y experto en coleópteros de la familia Cucujidae, este lo invitó para recolectar estafilínidos en nuestro país.

Sería un viaje de apenas unas pocas semanas. Pero el destino, impredecible como es, haría confluir lo que nunca debió ser, pero fue. En efecto, la noche del 30 de junio de 1938, mientras recolectaban insectos en un nido de hormigas guerreras en la finca bananera Hamburgo, propiedad de Nevermann, un joven cazador extranjero amigo de su familia, quien transitaba por ahí —pues desde días antes atisbaba a un puma—, se confundió y disparó por error sobre ambos. Trasladado al hospital de Limón, Nevermann falleció el 3 de julio, mientras que Bierig resultó herido en el hombro.

En medio de la tragedia y el dolor derivados de la muerte de Nevermann, debido a que desde meses antes este era profesor en la Escuela Nacional de Agricultura y su plaza quedaba vacante, a Bierig le ofrecieron ese puesto. Como en Cuba no tenía mayores compromisos, retornó para hacer los arreglos pertinentes, y ya a inicios de 1939 se instalaba en Costa Rica, con 54 años recién cumplidos.

Al año siguiente, al fundarse la Universidad de Costa Rica, la Escuela Nacional de Agricultura fue absorbida por esta, y fue así cómo, al abrir sus puertas en 1941, Bierig se convirtió en uno de los primeros profesores universitarios; así se mantendría hasta 1954, cuando debió jubilarse. Sin embargo, poco a poco en la comunidad académica había circulado la noticia de sus habilidades de pintor, por lo que a partir de 1946 se le contrató como docente en la Escuela de Bellas Artes, donde actuó como un genuino mentor, gracias a lo estricto y meticuloso que era; de ello dan fe hasta hoy sus destacados discípulos Sonia Romero Carmona y Néstor Zeledón Guzmán, destacados artistas nacionales. En tal sentido, es posible que Bierig sea un caso único en el mundo, como profesor en una escuela universitaria de carácter científico y en otra de naturaleza artística, y en las que sobresalió con niveles de verdadera excelencia.

Cabe acotar que toda su labor la realizó no solo de manera silenciosa, sino que también en medio de una acuciante soledad y penas muy lacerantes, como la trágica muerte de su amigo Nevermann, la cual nunca pudo superar. Pero, además, cuando su esposa retornó a Alemania, allá manifestó que él había muerto en Cuba, lo cual lo mantuvo totalmente aislado de su familia. Ello lo privó de conocer que su único hijo había muerto en Rusia en 1944, durante la Segunda Guerra Mundial.

No fue sino en 1947 que, de manera fortuita, su nuera Erna Schwarz se topó con una carta remitida por Bierig a su exesposa. Desconcertada, al ver la letra y la dirección del suegro supuestamente fallecido, decidió escribirle para tratar de entender lo que sucedía. El cruce de cartas, que fue clandestino, le permitió a Bierig conocer la tragedia familiar derivada de la muerte de su hijo. Pero, a su vez, enterarse de que tenía una hermosa nieta llamada Gisela (Gisa), nacida en 1940, con la que inició entonces una continua y cálida relación epistolar, que lo llenó de ilusión. «Hay demasiada agua entre nosotros, y es muy profunda», le expresó con lenguaje simbólico y poético en la primera carta que le escribió.

De ahí en adelante, resurgió la alegría, en medio del dolor que agobiaba su alma. Al cumplir los 15 años, ella le envió una fotografía, que con su destreza él transformó en un amoroso y bello retrato. Aunque deseaba viajar a Alemania para conocer a Gisa y compartir con su familia, le fue imposible hacerlo, debido a varios quebrantos de salud. En efecto, a la pérdida de visión, reducida al 30% de su capacidad, se sumaron con los años un leve derrame cerebral y una muy seria afección de la próstata. Esta última lo postró hasta sus días finales, cuando una trombosis cerebral acabó con su vida el 17 de mayo de 1963, en la humilde casa que alquilaba al sur de la capital. Por fortuna, siempre tuvo a su lado a amigos que lo respetaron, lo amaron y lo apoyaron en sus horas de infortunio y de apremios económicos.

Con su partida, a los 79 años recién cumplidos, este extraordinario ser humano dejó un portentoso legado tanto en el ámbito científico como en el campo artístico. Y es justamente ese acervo el que hemos tratado de recoger y reflejar con la mayor fidelidad posible en nuestro libro Alexander Bierig: entomólogo y pintor, como un merecido tributo a su memoria.