Si cada español hablase de lo que entiende, y de nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio.

(Antonio Machado)

La pretensión de este artículo es exponer de forma muy gráfica las corrientes populistas con su origen y formación en la España inmediatamente anterior a la Guerra Civil. Es decir, desde el final de la Restauración hasta la Segunda República) para poder llegar a atisbar en que consiste el complejo e indefinido término de populismo en la España contemporánea.

Según se estudia dicho movimiento, se observa que está relacionado con el llamado intelectualismo o, con lo que se podría llamar, el publicismo de la época de que hablamos. Por ello, incluiré estos «movimientos» para ayudar a explicar porque en la España heredera del siglo XIX no surgieron grandes teorías ideológicas, pero sí grandes corrientes intelectuales que estuvieron representadas políticamente por la existencia del sistema caciquil de la Restauración que, de hecho, heredó el problema de la «revolución pendiente» que el país necesitaba desde las Cortes de Cádiz.

De hecho, existía una falta de representación social ya que, el régimen generado por Cánovas sobrevivía, pero era incapaz de integrar a la sociedad española, de ahí la quiebra de las expectativas populares que desembocaron en posteriores movimientos voluntaristas y autoritarios. Por la izquierda, el anarquismo, que en España tuvo mucho éxito, y, por la derecha el catolicismo conservador que, heredero del carlismo, conservadurismo, absolutismo y del pensamiento reaccionario, desembocó en un movimiento con caracteres propios que, tras el antecedente de la dictadura de Primo de Rivera, se plasmaron en la Falange española de José Antonio Primo de Rivera, que indudablemente tenía caracteres populistas, y en lo que quedaba del carlismo, que más tarde sería laminado por el franquismo, cosa que también paso con el movimiento monárquico.

A esta situación generada por el sistema canovista se le podía dar también otra salida, la salida federal, defendida sobre todo por el pensamiento de Ruíz Zorrilla y sucesores, entre ellos y sobresaliendo, Alejandro Lerroux, que, aunque fuera pasando de posiciones progresista-revolucionarias de izquierda hacia un conservadurismo reaccionario, siempre fue el máximo exponente de lo que hoy en día se puede entender como populismo.

Enlazando con estas distintas corrientes populistas españolas existe un publicismo que mantiene intereses comunes con el populismo. Cabe destacar como el más radical de sus representantes a Federico Urales, y toda la familia Montseny, que mantuvo cierta relación con el antes mencionado Lerroux, colaborando con él en distintas acciones políticas. Comenzó siendo un publicista centrado en actividades literarias y periodísticas y degeneró en agitador y populista anarcosindicalista, incluso se movió en círculos intelectuales radicalizados (conectando incluso con la Generación del 98). Su publicismo era una amalgama de periodismo político, novela popular, motivaciones ideológicas, condicionamientos políticos e intereses personales.

Publicista conservador fue Ernesto Giménez Caballero, escritor con tendencias intelectuales que ejerció de publicista del Alzamiento Nacional de 1936 y del régimen franquista. Miembro de Falange.

Casos aparte, aunque de obligada mención, son el socialista Indalecio Prieto, considerado por algunos estudiosos más publicista que político o estadista (García Pérez-J. Bánces. Indalecio Prieto. Oviedo. 1983), y el fundador de El Sol y Crisol, Nicolás María de Urgoiti, publicista que enlaza directamente con corrientes intelectualistas.

El así llamado intelectualismo es una corriente de pensamiento más elaborada que el populismo y el publicismo. Mientras que al populismo es extraño llamarle corriente de pensamiento, ya que no se dedica al pensamiento en si, sino a la acción, es una corriente voluntarista de carácter «nietzschesiano» que mediante el uso de la retórica y la demagogia pretende movilizar sin atender demasiado a formulaciones ideológicas.

El publicismo es una corriente a medio camino entre el populismo y el intelectualismo, que pretende movilizar como el populismo o, al menos, crear o influir en la opinión pública, con una cierta elaboración teórica que pertenece a la misma idiosincrasia que conlleva la divulgación periodística, publicitaria o literaria. El intelectualismo es principalmente una elaboración mental del individuo que al intentar ser transformadora o creadora de un orden y plasmarse para su divulgación en obras escritas, o similares, llevando a una posible acción posterior.

El fascismo es un liberalismo desesperado.

(Ernesto Giménez Caballero)

Manuel Azaña puede ser incluido dentro de cierta corriente populista o retoricista, que expone Ferrer Solá en su libro sobre el personaje (Manuel Azaña: una pasión intelectual. Anthropos. Barcelona. 1991.) o en la caracterización que del mismo hace Giménez Caballero (Profecías españolas: Manuel Azaña. Turner. Madrid. 1975).

Por otro lado, Miguel de Unamuno es un intelectual de comprobada incidencia que enunció una ideología personal, un existencialismo nacional individualista con caracteres religiosos, que le llevaría de su socialismo de juventud a apoyar el levantamiento militar de 1936 para, inmediatamente, enfrentarse con él.

Esta corriente intelectualista del siglo XX tiene origen en el krausismo del siglo XIX de Giner de los Ríos y Sanz del Río. Fue una corriente que quiso arreglar la no adecuación entre teoría y práctica que se había originado en España en la transición del Antiguo Régimen a la democracia liberal, como consecuencia de la revolución nunca hecha de este proyecto, porque como idea fundamental que da base a exponer todo lo anterior, y al surgimiento y posible interacción entre populismo, publicismo e intelectualismo, hay que afirmar que el fracaso político y social que se dio en España de las Cortes de Cádiz a la Guerra Civil, proviene de la imposibilidad que hubo de sumar a la acción política, eficacia en las ideas.

La Restauración canovista sirvió, en base a su sistema clientelar y oligárquico, y al turnismo de los dos partidos existentes, para tener unas décadas de estabilidad política, aunque existiera una carencia real, no solo de democracia, sino de articulación social real y de que España fuese un país sociológica y culturalmente homologable a los de su entorno. Cuando este sistema implosionó, ya conocemos las consecuencias, una Republica que no contento a nadie y una dictadura que emanó de un golpe de Estado contra el parlamento y gobierno legítimos que originó una cruenta guerra civil y unas más cruenta aun represión posterior. De ahí que España tuviera que llegar al final del siglo XX para ser una democracia liberal homologable a las más desarrolladas del mundo.

De hecho, debemos estar de enhorabuena ya que, como indican todos los factores que se utilizan para medir la calidad democrática de un país, España es una de las naciones con una democracia más avanzada y consolidada.

Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles.

(Amadeo de Saboya)