«Que el Mundial comience ya», es una de las frases más escuchadas una vez que terminó en el legendario Wembley la pomposamente llamada «Finalissima» entre las selecciones de Italia y Argentina, en la que se impuso esta última por un rotundo 3-0 que pudo haber tenido un resultado mucho más amplio.

La prensa argentina, especialmente la ligada a la televisión, que paga los derechos y tiene casi exclusividad para dialogar con los afamados jugadores como Lionel Messi o Ángel Di María, suele caer en este tipo de exageraciones cuando los resultados vienen con viento a favor, como en este momento, en el que el equipo albiceleste lleva treinta y tres partidos invicto y ha ganado ya dos títulos, la Copa América de 2021 y el del pasado 1 de junio en Wembley.

No suele haber demasiada rigurosidad sobre la actuación de la selección argentina, ni tampoco se examina demasiado al rival. Todo pasa por el afecto, el deseo, la ambición de ganar un título mundial luego de treinta y seis años sin conseguirlo y luego de atravesar una extraña generación que llegó a varias finales y no pudo ganar ninguna.

Jugadores como Javier Mascherano (que inclusive tiene dos medallas doradas olímpicas), Roberto Ayala, Gonzalo Higuaín o Javier Zanetti nunca han conseguido un título oficial con la selección absoluta en tiempos en lo que la categoría sub-20 se llevó cinco títulos en doce años, y muchos de los integrantes de la selección absoluta provienen de esos equipos juveniles.

Tal vez por eso, luego de tiempos turbulentos en los que pocos podían explicar haber estado tan cerca y no ganar (la selección argentina llegó, consecutivamente, a tres finales seguidas, las del Mundial 2014 y las Copas América 2015 y 2016, en ambos casos ante Chile, y en ninguna de las tres le marcaron goles en los noventa minutos), ahora todo triunfo se toma de manera exagerada, pero hacia el otro lado.

No es que la selección argentina no haya jugado bien, hay que decirlo pronto. Comenzó este ciclo tras un turbulento Mundial, con un entrenador como Lionel Scaloni, que era el segundo ayudante de campo de Jorge Sampaoli durante Rusia 2018, porque ninguno de los reconocidos por su trayectoria (Marcelo Bielsa, Diego Simeone, Mauricio Pochettino, Marcelo Gallardo) quiso asumir el cargo, con un agregado poco común: quien ocupó el banco de suplentes en esos primeros meses nunca había dirigido un equipo, ni siquiera en un club de segunda o tercera división.

La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) decidió tomarlo a prueba luego de que Scaloni –residente, además, en Mallorca- ganara un título en un torneo juvenil en España, y rodeado de otros ex compañeros de los tiempos de oro de los equipos juveniles, como Pablo Aimar y Walter Samuel, fue ganando espacio debido a su cercanía con Lionel Messi (ambos se iniciaron en Newell’s Old Boys de Rosario) y a su buen manejo del vestuario.

El gran paso de confianza lo dio la Copa América de Brasil de 2019, en la que la selección argentina comenzó tambaleante, con una dura derrota ante Colombia, luego empató a duras penas con Paraguay, venció a la invitada Qatar y a partir de allí, su fútbol fue mejorando al punto de haber sido eliminada en semifinales por Brasil en un partido polémico en el que no se utilizó el VAR para analizar dos claros penales. Eso motivó una dura queja de la AFA a la Conmebol y un Messi desatado como nunca se quejó tan fuerte que recibió cuatro partidos de suspensión (luego rebajados), que repercutieron en la clasificación mundialista.

Ese partido (2 de julio de 2019) jugado en el mismo estadio Mineirao en el que Alemania dio el golpe con aquel 1-7 a Brasil, marcó la última derrota argentina y el equipo fue encontrando un camino que le permitió dos años más tarde ganar, por fin, un titulo después de casi tres décadas (el último había sido la Copa América de Ecuador 1993).

El sistema que utiliza Scaloni, siempre respaldado por el veterano César Luis Menotti (83 años) como director de Selecciones Nacionales, es bastante conservador pese a seguir contando con Messi y Di María en la estructura. Retirado Sergio Agüero por un problema coronario, solo el defensor central del Benfica, Nicolás Otamendi, persisten de la generación anterior por lo que se trata de un plantel nuevo, que no conoce las penas y las frustraciones del pasado.

De a poco, Scaloni fue encontrando jugadores para puestos claves como el de arquero (la selección argentina no contaba con uno de tanta calidad como ahora Emiliano Martínez, del Aston Villa, desde los inicios de los años Noventa con Luis Islas), o el zaguero central Cristian Romero (Tottenham), aunque su propósito central fue el de darle, por fin, un sistema que respalde a Messi y no tener que depender tanto del genio, ahora que está ya a punto de cumplir los treinta y cinco años y sus movimientos son más lentos.

Se criticó mucho el conservadurismo de un equipo que suele jugar con un sistema táctico de 4-4-1-1, con una línea defensiva tradicional de cuatro jugadores, un rombo en la mitad de la cancha con un volante central (Leandro Paredes) más de primer pase que de marca, dos jugadores que hacen un gran despliegue por los costados (Di María o Nicolás González por la izquierda y en especial, Rodrigo De Paul por la derecha), y más adelantado, Giovani Lo Celso, mientras que Messi se desempeña como media punta por detrás del goleador, y muchas veces solitario, Lautaro Martínez.

No fue otra cosa que el triunfo ante Brasil en la final del estadio Maracaná, que le dio el título de campeón de América en 2021, el que provocó todo el cambio que se vive hoy, con un estado de euforia de cierta prensa y de muchos hinchas que no se condice con la realidad, como tampoco antes, cuando no se ganaba, era todo un desastre.

Ganarle a un adversario como Brasil y con todas sus estrellas y en su casa, generó un clima completamente contrario a lo que ocurría antes. Se terminó la impaciencia con los jugadores, cada pelota que toca Di María (autor del gol en la final) es motivo de aplausos aunque se equivoque y Messi, por fin (sumado a la muerte de Diego Maradona) pasó a una categoría de semidiós.

Todo esto, sumado a que no hubo casi chances de cotejar con europeos y a una rápida y cómoda clasificación al Mundial (cuando siempre fue muy costoso para los albicelestes), fue generando un clima demasiado a favor, que casi no admite críticas, aunque no se sepa con claridad dónde está parado el equipo con miras al Mundial, donde tendrá en su grupo a Polonia, México y Arabia Saudita.

El hecho de que haya pocas fechas de amistosos, y que el fútbol europeo se haya cerrado en torno de la UEFA Nations League, determinó que recién en este mes, la selección argentina haya jugado partido ante Italia (3-0) y Estonia (5-0) y esos resultados no hicieron más que aumentar la euforia de manera desmedida.

Lo cierto es que Estonia (a la que Messi le marcó cinco goles) no es un rival de cuidado y que Italia jugó con la vieja guardia que ganó la Eurocopa 2021 pero que luego quedó eliminada del Mundial 2022, al punto de que Roberto Mancini, su entrenador, ya tenía decidido un cambio generacional pensando en el horizonte de 2026.

Pero todo esto parece importar a muy pocos, igual que mirar hacia atrás y recordar que aquel equipo de Marcelo Bielsa que arrasaba hasta 2001, no pudo superar la fase de grupos del Mundial 2002, en uno de los fracasos más sonados que se recuerden para una potencia mundial.

Todo es euforia y muchos quieren que el Mundial empiece ya mismo, sin importar rivales ni preparaciones, con la idea de que esta vez, toca ganar el Mundial. Una apuesta muy peligrosa, aunque esto es fútbol y todo es posible, hasta levantar una Copa llegando al torneo a ciegas, o al menos, con la vista reducida.