En diciembre de 2015, 174 países y la Unión Europea firmaron el Acuerdo Climático de París. Desde ese momento, han matado, en promedio, cuatro líderes ambientales cada semana en el mundo. El 30% de todos los homicidios en 2019 ocurrió en Colombia. En el 2020, por primera vez, aunque silenciado por la pandemia, Colombia ocupó el primer lugar en número de líderes ambientales asesinados, de acuerdo con el informe «Defendiendo el mañana», presentado por la ONG inglesa Global Witness.

¿Quién está detrás de los 24 defensores asesinados en el 2018, de las 64 muertes en el 2019 y los asesinatos en el 2020 en Colombia? ¿Hay una organización específica o un grupo de crimen organizado que ve a los ambientalistas como una gran amenaza que merece ser acabada, callada? ¿Quiénes son las víctimas, esos nombres que llenan las páginas de periódicos y luego son remplazados cada semana por nuevos nombres? ¿Por qué los defensores ambientales parecen tan desprotegidos? y ¿por qué parece que la justicia no llega a donde luchan y mueren?

Estas preguntas son recurrentes y, generalmente, no hay respuestas oficiales, no hay claridad, solo retazos de las historias de las víctimas e indignación: la sensación es que estamos perdiendo los recursos naturales del segundo país más biodiverso a una velocidad que supera nuestra respuesta. Nos encogemos de hombros con un grito ahogado.

Ben Leather, el principal investigador de Global Witness, afirma que un número significativo de victimarios hace parte de grupos armados, paramilitares y guerrilleros que intentan controlar el territorio que era de las FARC. Los culpables, en gran medida, pertenecen a organizaciones al margen de la ley que invierten en el tráfico de drogas y en los cultivos ilícitos. Así que, en el país, 14 de los 64 líderes ambientales fueron asesinados en el 2019, precisamente, porque promovían la sustitución de cultivos ilícitos. No obstante, hay un porcentaje muy alto de impunidad, en la mayoría de los casos no hay investigaciones ni sentencias concluyentes que permitan definir exactamente qué es lo que está sucediendo. Solo aparecen, amontonados, cadáveres en todo el territorio colombiano que están relacionados entre sí, porque alguna vez fueron los cuerpos de líderes ambientales. Pero algo es seguro, según cifras de la Corporación Viso Mutop, desde que inició el Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos (Pnis) han asesinado a cerca de 100 personas que participaban en el proyecto.

De acuerdo con Joan Martínez-Alier, coordinador de la plataforma Atlas de Justicia Ambiental, que desde 2012 analiza los conflictos medioambientales en el planeta «en el 40 por ciento de los casos (en el mundo) los protagonistas (víctimas) pertenecen a pueblos indígenas», a pesar de representar solo el cinco por ciento de la población mundial. Este dato no sorprende, dado que los defensores indígenas son el grupo que resguarda, más cualquier otra población, los recursos naturales y lucha, más que nadie, contra las depredaciones ambientales, añade el informe de la plataforma. No obstante, los datos también muestran una contracara más amable: según el estudio, los activistas detuvieron el 11% de los 2,743 conflictos ambientales y, por ejemplo, la comunidad indígena Dayak Iban en Borneo, Indonesia, obtuvo la propiedad legal de 10,000 hectáreas de tierra. Por su parte, el tribunal de Ecuador falló a favor de la tribu Waorani. Al gobierno le prohibieron vender las tierras indígenas de esta comunidad para la explotación de petróleo y gas.

Las comunidades indígenas en diferentes regiones y épocas han sido los actores más importantes para defender la tierra y el equilibrio de ecosistemas, porque en la mayoría de los casos han desarrollado un concepto de virtud, belleza, orden y armonía que no está desligado del medio ambiente. Por ejemplo, para la comunidad navaja en EE. UU. la palabra hozho significa que cualquier acción ejecutada debe estar en armonía con el entorno global o ho. Lo más importante del hozho es la belleza; el cómo se hace algo o el proceso es tan importante como el resultado: el individuo no solo crea belleza ocasionalmente, sino que vive, piensa y actúa con ella en todo momento. Christopher Phillips afirma que el equilibrio holístico propio de los navajos y de muchas comunidades indígenas va en contra del imaginario contemporáneo del éxito. Para los navajos, el éxito, que es un concepto comunal y no personal, no se puede materializar sin la clara conciencia del impacto de una acción sobre todos los demás y sobre el entorno.

Esta apreciación de las comunidades indígenas representa una visión opuesta a los planes de la mayoría de los gobiernos actuales porque, por regla general, se sobrepone la riqueza y el desarrollo al impacto ambiental. Por tanto, los pueblos originarios no reciben ni la atención ni la protección adecuadas; representan la contraparte y la minoría. En una entrevista para France 24, la colombiana Angélica Ortiz, líder indígena y secretaria general de la organización Fuerza de Mujeres Wayúu, que lucha contra la mina de carbón El Cerrejón, en la Guajira al norte de Colombia, asegura que los defensores ambientales se sienten solos y desprotegidos: «estamos haciendo el trabajo que debería estar haciendo el gobierno nacional».

Los defensores ambientales son invisibles y gran parte de ellos son indígenas. La sociedad los percibe como si estuvieran al margen. Sus experiencias son ajenas a las de la élite y a las de los habitantes de las ciudades. Los asesinatos de los líderes ambientales pasan desapercibidos, en gran medida, porque la sociedad los ve de lejos, tal como Barbara Ehrenreich afirma que sucede con los pobres en EE. UU. Los sufrimientos de las comunidades indígenas y sus luchas, no se han integrado al mundo de los demás ciudadanos que habitan el mismo país. Así que las tragedias ambientales, que bien podrían evitarse, siguen sucediendo como si fueran un error menor, que no afecta las prioridades de la nación. Pero el problema es que ya no es tan fácil desconectar la alarma y mirar a otro lado, porque hoy hay más líderes ambientales asesinados que en cualquier otra parte del mundo y, además, en los últimos cinco años, Colombia ha perdido un poco más de 500,000 hectáreas de bosque sin recuperar ninguna.

En Seis preguntas sobre Sócrates, Christopher Phillips analiza el concepto de moderación y cómo afecta a la sociedad contemporánea. Dice que, en el Espíritu de las leyes, Montesquieu proponía que el espíritu del comercio traería consigo el espíritu de la frugalidad, la economía, la moderación, el trabajo, la sabiduría, el orden y la ley. La función del comercio suponía una ética moderada, porque establecía límites a la avaricia. También el autor alude a Benjamin Franklin porque, para este padre fundador de los EE. UU., uno de los mayores vicios era la persecución de la riqueza sin sentido. Sin límites a la avaricia, las selvas no son más que posible dinero. Lo único que hay que hacer es transformarlas en riquezas y depositar las ganancias en un banco.

El problema parece que, como sociedad, tenemos la certeza moral de que está bien cometer actos contra la naturaleza porque hay un beneficio. En El utilitarismo, John Stuart dice que los justos infligen un «daño a otros, cuando la sociedad tiene un interés común en dicho daño», por ejemplo, en el desarrollo del país a costa de los recursos naturales o de las comunidades originarias. Esta rueda, según Christopher Phillips, no ha parado desde la Conquista de América: el terror indiscriminado era justificado porque había que ocupar y obtener riquezas a toda costa, por muy inmorales que fueran los métodos aplicados. Pero este imaginario no hace parte del pasado, muchas potencias contemporáneas continúan con el mismo enfoque, rara vez los gobiernos cuestionan la amoralidad de sus propias obras o de los fines que persiguen. Pocas veces toman en cuenta a las comunidades que se identifican con los territorios explotados; en pocas ocasiones las industrias que explotan una tierra aprecian los rituales, las tradicionales o religiones de los habitantes.

Caballo loco, quien fue jefe de la tribu Sioux, reflexionó sobre el choque entre los dos mundos, entre las dos formas de ver la vida: «los blancos (hubieran vendido la tierra) se hubieran abalanzado sobre el dinero, porque para ellos el dinero lo es todo. Para la comunidad indígena la identidad lo es todo, y la identidad la da la tierra (…) No puedes vender el suelo sagrado sobre el que pisa nuestro pueblo».

Retomemos algunas de las preguntas: ¿por qué los defensores ambientales parecen tan desprotegidos? y ¿por qué parece que la justicia no llega a donde luchan y mueren?, ¿por qué no llega a los páramos, a las selvas o cerca de las minas? Tal vez la respuesta siempre ha estado ahí, incluso antes de que Colombia fuera un país: Trasímaco en la República de Platón, le dice a Sócrates «la justicia no es otra cosa que servir a los intereses de los más fuertes».

Notas

EJAtlas (s/f). Global Atlas of Environmental Justice.
Global Witness. (s/f). Defending Tomorrow.
Phillips, C. (2005). Seis preguntas sobre Sócrates. Madrid: Taurus.
Rojas, T. (2020). Colombia encabeza listado mundial de ambientalistas asesinados. El Tiempo. Agosto, 6.