Son las 12 del mediodía; lo sé por el aullido de la sirena que resuena desde el parque de la séptima compañía de bomberos de Valdivia. Sirena que conforma un histriónico orfeón junto con las otras sonoras señales de alarma de la ciudad. Convirtiendo a la perla del sur, este asentamiento selvático a orillas del río Guadalafquén (San Pedro/Kalle-kalle/Valdivia), en la señal de salida de un gran premio de fórmula 1. O en el pitido con el que se agotan los tiempos de los partidos de básket. En fin, las 12 del mediodía.Desde el calor del hogar y con un libro que incluye parte de la obra selecta de Nicanor Parra encima de la mesa no quiero salir de casa. Además, en la ciudad, con la pandemia no se puede estar: entre posibles virus flotando en el ambiente y probables personas envueltas en un halo psicótico, uno no respira ni hondo ni regular. Es en el campo, pero más que en el campo, en el bosque, donde uno puede respirar sano y profundo sin ningún tipo de profilácticas mascarillas.

A nivel global, la situación de los bosques –abarcando aquí desde esta forma de expresión de la naturaleza a todos los conjuntos de árboles que hayan habitado durante eras y generaciones un mismo espacio de tierra- es penosa. Empresas forestales, multinacionales alimentarias y minería, entre otros ejemplos de interés antropogénico sobre un área natural, han mutilado la Tierra, castrándola en cierto grado. Por ejemplo, las plantaciones de arcolito (o eucalipto) y pino radiata han disgregado la mayoría de bosques templados del planeta deshaciéndolos en mil pequeñas partes y han carcomido al milenario bosque autóctono acorralándolo en diferentes islas de biósfera que salpican los mapas geopolíticos físicos manchados de cloro y savia vieja. El bosque templado lluvioso de Chile no es una excepción.

Piénsalo bien y reconoce
Que no hay amigo como el árbol,
Adonde quiera que te vuelvas
Siempre lo encuentras a tu lado,
Vayas pisando tierra firme
O móvil mar alborotado,
Estés meciéndote en la cuna
O bien un día agonizando,
Más fiel que el vidrio del espejo
Y más sumiso que un esclavo.

(Nicanor Parra)

Es en la selva valdiviana donde uno puede respirar tranquilo. Aquí si se puede absorber oxígeno sin dopar, después de todo, si es el elemento que más consumimos, más vale que sea puro. Esta selva, que no es otra que bosque templado húmedo, ocupa la extensión que queda disponible por las vergüenzas del ser humano en el territorio existente entre la cordillera de la costa y el, pocas veces, pacífico mar; epicentro en Los Ríos de Chile. En el bosque no hay tanta pandemia, pero sí la hay, ya que uno sólo puede acudir a la isla-selva y no al bosque en su antigua extensión, antes de su amputación sin posterior injerto. Al bosque en esplendor, antes del comienzo de su extinción.

Aun así, este bosque te acobija entre sus cercados brazos, te otorga el estatus del resto de especies que lo forman y en él habitan: una auténtica fiesta de una línea temporal distinta a la humana en la que se participa de forma efímera pero intensa. Aquí no es Nicanor el que habla, ni Federico, ni César, ni Rosalía cantan. No, el principal idioma que se escucha no es gutural.El bosque es refugio, pero no olvidemos que es un refugio mermado. Su tala es un expansor de enfermedades, un canalizador de pandemias y un catalizador de psicosis. Se aniquila el bosque a cada segundo, no precisamente a machetazos, sino ejecutado por muerte en la hoguera y maquinaria industrial. Y en ese descontrol estamos. Nada parece que vaya a cambiar. Incluso la preocupación ante un lógico decrecimiento económico es superior al nivel de adaptabilidad al espacio-tiempo del ser humano (antiguo sapiens).

Sólo si la naturaleza se conserva, es decir, si la dejamos tranquila y promovemos su recuperación en otros territorios, seremos más ante la necesaria mitigación del cambio climático. Pandemias y caciques políticos se diluirán en el fondo de una taza de leche con billetes… Es 13 de mayo, el encorvado hualle (Nothofagus obliqua), que ya ha comenzado su lento ciclo de «apellinamiento», pierde la hongosa hoja. Según unos debido al descenso de la luz diaria y a otros debido al descenso de Perséfone al Hades. O porque es otoño creen los que más.¡Que la muralla que es la crátera de la biodiversidad en el mundo no caiga! Si no, enfermaremos.