Rafael Carneiro emerge como un talentoso representante de la nueva generación de pintores en la escena del arte contemporáneo paulista. Con el desarrollo de diferentes técnicas, y el refinamiento de su preferida (el óleo sobre lienzos de gran formato), sus trabajos conjugan trazos de diversas escuelas del arte con un resultado renovador y cautivador.

En esta nueva serie de pinturas y diseños que Carneiro presenta en Montevideo, las obras se originan en intervenciones o dibujos sobre imágenes impresas. En un segundo paso, las imágenes son escaneadas y transformadas en pinturas. La lógica de las intervenciones en estos casos es la de recrear, reiterar, o sabotear el significado original de las imágenes a través de intervenciones simples como vectores o líneas que conectan puntos de la imagen. El sentido de estos surge repentinamente, y aprovechan las oportunidades que ofrecen las propias imágenes o las que surgen durante el proceso. Al final, el desplazamiento de la imagen original, su impresión e intervención culminan en una pintura que busca igualar las diferencias lingüísticas en una especie de imagen fantasmagórica. Dando el mismo tratamiento de material a las diferentes partes (imagen impresa e intervenciones), las obras nos llevan a un limbo donde se baraja la cronología de la construcción de la propia imagen.

Al igual que en series anteriores, donde el artista reproducía espacios de depósitos industriales, capturas de grabaciones de cámaras de vigilancia, o collages compuestos por recortes de revistas vintage e imágenes de enciclopedias, la paleta de colores y la composición dispuesta en estos lienzos dejan en claro el gran rigor técnico de Carneiro y su capacidad de generar una sensación de dislocación en el espectador. Reina entonces una sutil ambigüedad de espacio, tiempo, simbología, y hasta de la propia materialidad de la pintura, que se ven replanteados perspicazmente.

De acuerdo con Pascal en su libro sobre Frontão tratando la naturaleza de la literatura y su persecución de las imágenes: «La narración no debe ser asumida por una primera persona (lo que, a cambio, caracteriza la forma del relato, que es personal y humano) porque el romance es un dragón. Es necesario que sea imposible al lector poner la mano sobre lo que él lee. La narración romana perdería su imprevisibilidad al someter la racionalidad desde un punto de vista. Perdiendo su imprevisibilidad, perdería el choque emitido por su propia violencia. Perdiendo su extrañeza perdería su fascinación… Para que el placer del texto continúe imprevisible, es necesario que el lector no sepa de dónde vendrá el deseo. El deseo no

puede afirmarse como YO, ni tener rostro; sólo puede desear, retar.»* Más que un ataque a la primera persona en la narración ese trecho revela una defensa de la imprevisibilidad en el trato con el lenguaje. En varias tradiciones poéticas la música siempre fue el elemento que introdujo el azar necesario para la salud del deseo. Su lógica externa entortaba la razón de los agujeros correctos, daba de imprevisibilidad y humor los descubrimientos. Como una cuna en medio de esas referencias, los trabajos propuestos pretenden funcionar como una especie de “Rebus” (enigma figurado que consiste en expresar palabras o frases por medio de figuras y signos, cuyos nombres producen casi los mismos sonidos que las palabras o frases que representan). Enigmas de imágenes que emergen de diferentes campos del lenguaje, como forma de caza, y adquieren en cada estación el aspecto de un arma distinta.