El trabajo de Giorgio Morandi (1890−1964), uno de los pintores de naturalezas muertas más innovadores del siglo XX, no resulta fácil de clasificar. Sus enigmáticas composiciones de botellas, floreros y cajas continúan seduciendo a los espectadores con su aparente sencillez y su impresión subjetiva de irrealidad.

Morandi residió durante toda su vida en su ciudad natal, Bolonia, si bien pasaba los veranos en las montañas de Grizzana, en la región de Emilia-Romagna. Vivió y trabajo en su estudiodormitorio, un escenario singular, semejante a una naturaleza muerta, rodeado de sus objetos predilectos, que configuraba una y otra vez de maneras sutilmente diferentes, centrándose en las posibilidades infinitas que ofrecía la representación de artículos domésticos triviales.

Aunque Morandi dejó Bolonia tan solo en escasas ocasiones, fue un verdadero viajero a través del tiempo. Perspicaz estudioso de historia del arte, tuvo en cuenta múltiples referentes para formarse como creador. Una mirada atrás examina un aspecto específico del trabajo del artista: el papel que desempeñó la pintura de los Maestros Antiguos en su propia producción. A través del análisis de las naturalezas muertas que realizó desde la década de 1920 hasta la de 1960, la exposición examina las conexiones que pueden establecerse entre estas imágenes y las de los autores a quienes Morandi admiró y estudió. Esta indagación revela mecanismos relacionados no tanto con la influencia o la apropiación, sino más bien afinidades electivas compartidas con estos artistas que le precedieron.

Una mirada atrás investiga tres de sus antecedentes, que proceden de tres países europeos distintos, centrándose en las referencias premodernas anteriores al siglo XIX: la pintura española del siglo XVII y la tradición del bodegón; los pintores boloñeses desde finales del siglo XVI hasta comienzos del XVIII; y las naturalezas y las escenas de género del artista francés del siglo XVIII Jean-Baptiste Siméon Chardin. Morandi dotó sus imágenes de floreros, botellas y cajas de toda la teatralidad del Siglo de Oro español, del naturalismo del Seicento italiano y de la intimidad que Chardin imprimió al mundo de los objetos cotidianos.