A pocos días de dejar Erbil en el Kurdistán iraquí, nos parece útil tratar de sintetizar a grandes rasgos las perspectivas que se avizoran para las cuatro áreas del Kurdistán.

Desde un punto de vista pragmático, el Kurdistán iraquí es la zona más estable y va transitando hacia un nuevo periodo de equilibrio luego del referéndum de independencia de septiembre 2017. Ni Irán, ni Turquía, ni otras potencias regionales y occidentales poseen hoy el proyecto de alterar el Kurdistán iraquí. Es útil recordar que en 2003, Turquía, como aliado de la OTAN, quiso condicionar el paso de las fuerzas estadounidenses por el norte iraquí en pos de implementar una ofensiva hacia el territorio kurdo, condicionamiento al que se opusieron los Estados Unidos. Tanto el Gobierno central de Irak como algunas potencias occidentales (incluyendo Israel), siguen brindando un apoyo en materia de defensa aérea, de entrenamiento militar e inteligencia, los kurdos constituyendo un cuerpo de substitución (proxy) para la contención del islamismo radical.

Después de la excesiva ambición depositada en el referéndum de 2017 y de las importantes tensiones que se habían generado (el Gobierno central de Irak recuperó por ejemplo el distrito de Kirkuk), se reconstruyeron los enlaces diplomáticos y económicos con los países limítrofes. La presencia turca, que asegura la principal fuente de salida de la producción petrolera kurda, es clave al respecto. Incide también la de Irán, más aún con el paso de un régimen sunita a un régimen chiíta en Irak desde 2004, pero en menor medida que la influencia de Ankara. Por otra parte, la amenaza yihadista está contenida en el marco de una mejora generalizada de la situación en Irak. Los grupos islamistas, vencidos militarmente, se encuentran de forma remanente en Raqqa (Siria), Mosul y Bagdad.

Al interior de Irán y Turquía, el destino de la numerosa comunidad kurda sigue y va a seguir siendo el de una minoría en proceso de asimilación, sin ninguna perspectiva de autonomía y privada de derechos sociales y culturales. En el caso de Irán, los kurdos pueden usar su idioma y practicar su religión mayoritariamente sunita. En el marco de su política de debilitamiento de Irán - probablemente lo máximo que se puede pretender hoy de parte de la potencia norteamericana - los Estados Unidos no dudan en apoyar a algunos elementos perturbadores entre los kurdos iranís y otros grupos.

Sin lugar a dudas, la situación más problemática se encuentra hoy en día en el Kurdistán sirio del Rojava. En esa área, la comunidad kurda se encuentra entre una Turquía decidida a eliminarlos (operación Rama de Olivo y limpieza étnica del sector de Afrin) y un régimen sirio hostil. En 2018, la iniciativa del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) de incentivar una insurrección en algunas ciudades turcas agravaron el grado de represión de Ankara. Desde enero 2019, la decisión de Donald Trump de retirar las tropas norteamericanas de Siria (todavía no implementada) deja el Rojava aún más en una encrucijada. Entre la opción hipotética de habilitar una zona de exclusión aérea o un embargo comercial a Turquía si ésta continúa su ofensiva hacia el Kurdistán sirio, y la otra opción de establecer una alianza con el régimen de Damasco bajo la supervisión de Rusia, la segunda vía parece la más realista.

Estas perspectivas para el Rojava sirio no dejan de ser preocupantes de aquí a cinco años. Más allá de la base ideológica (marxismo, comunalismo democrático, feminismo...etc) que lo caracteriza y que abona a su combatividad, tanto su escasa potencia en el escenario de radicalización del régimen turco como los errores que cometieron últimamente, lo obligan a readecuar su conducta.