Esta muestra está dedicada a una historia hasta hace poco casi desconocida pero clave en la historia del siglo XX, ya que la documentación relativa a la II Guerra Mundial no fue desclasificada hasta mediados de los años 70: a la máquina de cifrado alemana ‘Enigma’.

Rápida y supuestamente indescifrable estaba en el epicentro de una guerra secreta entre el III Reich y un equipo de criptógrafos aliados -entre los que se encontraba Alan Turing– que trabajaban en Bletchley Park, la instalación militar británica. Su objetivo, descifrar la comunicación enemiga, no sólo dio a los aliados una enorme ventaja, sino que contribuyó de manera determinante a acortar la duración de la guerra. Se ha calculado que, sin los logros de los equipos de desencriptación, la guerra hubiera llegado a durar dos años más.

Y esta es también la historia de los hombres y las mujeres (las descodificadoras invisibles), las mejores mentes del país que trabajaron para el servicio de inteligencia británico en esta carrera contrarreloj para descifrar los mensajes codificados del III Reich.

Arthur Scherbius, ingeniero e inventor alemán, construyó en los años 20 ‘Enigma’, un aparato electromecánico de rotores para codificar mensajes, con la idea de que la utilizaran bancos y empresas comerciales para mantener en secreto sus comunicaciones. En principio no tuvo un éxito comercial importante, pero cuando Hitler rearmó Alemania en los años 30, se convirtió, con varias mejoras y modificaciones, en la máquina de cifrado estándar de los tres ejércitos alemanes, que basaban en ella la seguridad de sus comunicaciones por radio y que llegó a ser la más avanzada de su época. La dificultad extrema de descifrar su código era una pesadilla para los servicios secretos aliados y aseguraba una enorme ventaja militar al III Reich.

Para que dos operadores de Enigma se comunicaran, las dos máquinas tenían que estar configuradas exactamente igual. Los mensajes, una vez codificados, se enviaban por radio utilizando el código Morse. Quien interceptara estos mensajes, solo obtenía una serie de letras sin sentido. Sin embargo, un operador de Enigma con las claves adecuadas, al teclear esas series sin sentido, haría que se iluminaran en el panel de lámparas las letras del mensaje original y obtendría el mensaje descodificado. La configuración de la máquina se cambiaba diariamente, de manera que aunque se descifrara el código un día, al día siguiente había que empezar de cero nuevamente.

En una mansión al norte de Londres, en Bletchley Park, el servicio de inteligencia británico reunió en unas instalaciones conocidas como “Estación X” a las mejores mentes del país. Matemáticos, jugadores de ajedrez, lingüistas, ingenieros… fueron reclutados para descifrar, en una carrera contrarreloj, los mensajes codificados del III Reich. Hasta 10.000 personas, repartidas en tres turnos continuos, llegaron a trabajar de manera incansable en el más estricto secreto.

Sin embargo, aunque las mujeres constituían las tres cuartas partes del personal de la famosa estación, el trabajo que allí tuvo lugar se ha planteado siempre como una empresa fundamentalmente masculina. Alan Turing, Douglas Welchman, Dilly Knox… fueron decisivos en esta guerra en la retaguardia por el control de la información, pero hubo otros nombres que ahora empiezan a conocerse: Joan Clarke, Mavis Lever, Margaret Rock… Mujeres que formaron parte de los equipos que descodificaron los mensajes nazis.

Joan Clarke formó parte del equipo de Turing, llegando a ser la subdirectora de la cabaña 8. Su trabajo fue determinante para descodificar los mensajes de la armada alemana. Mavis Lever y Margaret Rock formaron parte del equipo dirigido por “Dilly” Knox, que rompió el código del Servicio de Inteligencia alemán, uno de los más complicados. El primer mensaje descodificado se leyó en 1941. Descubrir este código dio a los aliados una enorme ventaja a la hora de organizar el Día-D.

Matemático y criptólogo, fue pionero en los campos de la computación y la Inteligencia Artificial. Está considerado uno de los fundadores de la informática actual.

Alan Turing a la edad de 16 años. Imagen cortesía de Sherborne School UK', o 'Sherborne School UK'. Alan Turing a la edad de 16 años. Imagen cortesía de Sherborne School UK’, o ‘Sherborne School UK’. Con tan sólo 23 años, ya en Cambridge, donde se licenció con honores en matemáticas, Turing publicó un artículo que hace que sea considerado el padre de la computación. En él desarrollaba de manera teórica una máquina de cómputo universal, conocida como máquina de Turing. Después, gracias a una beca de investigación, se doctoró en la universidad estadounidense de Princeton. Allí rechazó una oferta trabajo para volver a su país, donde le sorprendió el estallido de la II Guerra Mundial.

Alan Turing y Gordon Welchman, matemáticos de Cambridge, trabajaban ya en septiembre de 1939 en Bletchley Park. Una de las aportaciones fundamentales de Turing en esta hazaña por descifrar los mensajes codificados nazis, fue una máquina que trabajaba sobre el texto del mensaje y que además descartaba las combinaciones menos probables, con lo que se acortaba considerablemente el proceso.

Al finalizar la contienda, trabajó en el Laboratorio Nacional de Física, fue director del Departamento de Computación de la Universidad de Manchester, diseñó ordenadores, escribió el primer manual de programación de la historia y el sistema de programación del primer ordenador electrónico de propósito general, construido en la Universidad de Manchester.

También sentó las bases de la Inteligencia Artificial, cuando, en un artículo publicado en 1950, planteó la pregunta ¿Pueden pensar las máquinas? Para Turing, si una máquina se comportaba en todos los aspectos como inteligente, entonces debía ser inteligente. Para dilucidar este punto, ideó lo que hoy conocemos como Test de Turing, aunque en su inicio se llamaba “El juego de la imitación”: si un interrogador humano no es capaz de distinguir si quien responde a sus preguntas es humano o máquina, cabe pensar que la máquina es inteligente.

Durante la Guerra Civil, el General Franco compró varias máquinas Enigma al ejército alemán. No pertenecían a la gama militar, más evolucionada y compleja, sino a la comercial. Sin embargo dentro de esta última, el modelo “K” era el más avanzado y se trataba de un equipo fiable y eficaz.

El encargado de recibir las máquinas y adiestrar a los operadores que las iban a manejar fue el miembro del Estado Mayor y jefe de la Oficina de Escuchas y Descifrado del Cuartel General de Franco, Comandante Antonio Sarmiento, cuyo nombre ha sido conocido hace poco. Escribió un informe sobre cómo usar las máquinas y la explicación de los ajustes necesarios para el correcto cifrado de los mensajes, en él detallaba la “fabulosa cifra” de combinaciones posibles que permitía la máquina.

La Guerra Civil fue la primera contienda en la que se utilizó Enigma. El propio director de Bletchley Park mostró interés en el estudio de la máquina española, como paso previo para comprender la alemana.