No sé si a Alejandro Magno le hubiese gustado ser Mohamed bin Salmán, pero a la inversa sí hay amor. Las recientes acciones del joven príncipe de Arabia Saudita demuestran que, frente al espejo, él se ve como El Grande.

El Estado saudí moderno es una monarquía absoluta, cuyo rey, Salmán bin Abdulaziz, y sus predecesores, han venido aplicando de forma extremista los principios del islam.

En el mundo quedan muy pocos Gobiernos con un absolutismo tan angustioso, tanto a nivel político como religioso. La mayor parte de los derechos humanos y libertades fundamentales están prohibidos o seriamente restringidos en el país. En este sentido, el comportamiento, la vestimenta y la alimentación están sujetos a las restricciones que aplican la sharía o ley islámica.

Abdulaziz, diagnosticado demente senil, con 81 años ya tiene pocos momentos de lucidez. Así que su heredero al trono Mohamed bin Salmán se perfila como uno de los hombres más poderosos de Oriente Próximo. En su política exterior se ha lanzado a conquistar la región en el pulso que mantiene con Irán. A nivel doméstico acaba de lanzar una purga sin precedentes que ha llevado a prisión a decenas de príncipes, ministros, exministros y empresarios de su país bajo la acusación de corrupción. A nivel internacional pretende a Rusia y quiere ser menos dependiente de Estados Unidos.

Cuando la guerra del grupo yihadista Daesh en Siria e Irak vislumbra su final, aunque sea agónico, la gran guerra de religiones entre las potencias regionales chií (Irán) y suní (Arabia Saudita), se muestra como un polvorín tras las advertencias del heredero al trono saudí, Mohamed bin Salman, de responder a un posible «acto de guerra» por parte de Irán: le acusa de entregar misiles a Yemen y estar tras el lanzamiento de un misil contra Riad el pasado 4 noviembre.

El ministro de exteriores iraní, Javad Zarif, consideró falsas las acusaciones del príncipe heredero saudí y calificó de «bullying regional» su política exterior. Zarif que es la mano derecha del presidente Hasán Rouhaní, recordó que el ejercito saudí «bombardea Yemen cada día, ha matado a miles de inocentes, incluidos niños, ha hecho que se extienda el cólera y la hambruna, pero siempre acusa a Irán de todos los males».

¡Y casi tan antigua como el mundo! La pugna por el liderazgo en Oriente Próximo es un enfrentamiento entre suníes y chiíes. Arabia Saudí es la gran potencia suní y aspira a ejercer el liderazgo en todo el mundo árabe. Irán, de mayoría persa y chií, trabaja para extender su influencia en los países donde hay presencia chií, como Irak o el Líbano, donde son mayoría, pero también en Siria, Yemen o Bahréin.

Hasta ahora no ha habido un conflicto militar directo entre Riad y Teherán, pero la irrupción de Mohamed bin Salmán como príncipe heredero en Arabia Saudita, unida a la elección de Donald Trump en Estados Unidos, y al Gobierno más ultranacionalista de Israel, refuerzan la opción de una posible intervención militar en Irán. Aunque me decanto por la espiral de seguir buscando aliados por ambas partes en esta guerra de influencias. Arabia Saudita no está en condiciones de poder ganar una guerra militar, a pesar de disponer de mucho armamento, y de formar parte del eje EEUU-Israel. Por este motivo, el príncipe saudí se ha acercado a Putin.

La visita del rey Salmán a Moscú el pasado octubre confirmó el deseo de ambos de profundizar la cooperación a pesar de las diferencias que mantienen en Siria y el papel de Irán en Oriente Próximo. La prensa saudí calificó este viaje de «punto de inflexión» y refleja la rápida profundización de los vínculos a partir de la visita del príncipe Mohamed en 2015. En aquel momento el fondo soberano saudí se comprometió a invertir 10.000 millones de dólares en Rusia, un gesto que ahora se ha ampliado con la firma de contratos energéticos y de armas.

El Grande, al que acusan de no tener formación militar y ser solo licenciado en Derecho, no da puntada sin hilo. Mohamed bin Salmán no solo será el futuro rey: a sus 32 años es el ministro de Defensa más joven que el reino ha conocido y le respalda una gran parte de la población, los menores de 25 años, que son la mitad de los 30 millones de habitantes. Una población que demanda espacios de libertad y ocio, en una sociedad donde rige el islam más rigorista, la doctrina wahabista. El príncipe heredero ha prometido un país más tolerante con una interpretación moderada del islam.

El futuro rey ha comenzado una purga de sectores reacios a sus reformas, y tiene «detenidos» en el Ritz de Riad a once de los hombres más ricos del reino. Y no es un decir, uno de ellos, el príncipe Alwaleed bin Talal, tiene una fortuna estimada en más de 17.000 millones de dólares. El Gobierno afirma que los detenidos han sacado provecho individual de cientos de negocios con el Estado y que tiene «evidencias específicas de la criminalidad» de dichos actos. Hay en total más de 500 personas acusadas por delitos similares.

Es difícil no ver un intento por parte de MBS, como le llaman muchos, de utilizar la justicia a su favor para acabar con sus posibles opositores políticos. Teniendo en cuenta que las Cortes están bajo su control y el del rey. Encierra en una jaula de oro a sus rivales y así les pone sobre aviso del giro que quiere para su país: un Gobierno que no va a permitir quejas ante sus cambios económicos, un Gobierno que acaba de eliminar la ley que prohibía a las mujeres conducir.

Es una concentración de poder como nunca hasta ahora había tenido ningún príncipe heredero. La idea es tener más poder en un sistema que tradicionalmente exige la participación de muchos pesos pesados de la familia real, del poder religioso y de la burocracia para que las decisiones importantes salieran adelante. En Arabia Saudí se venera a los ancianos y la élite siempre ha sido inmune a la justicia. Los ajustes internos de MBS son una humillación pública para muchos y, más tarde o más temprano, tendrán un coste.

En su conquista del mundo, Mohamed quiere mejorar la imagen internacional de Arabia Saudita y colaborar en la búsqueda de inversores internacionales que impulsen el plan de reformas impulsado por él con el objetivo de diversificar la economía y reducir su dependencia del petróleo, bautizado como el plan Visión 2030. Este plan, aprobado en 2016, abre el capital privado de la petrolera estatal Aramco, de la que está prevista vender una parte para financiar una serie de proyectos centrados en el turismo y las nuevas tecnologías: por ejemplo un gran parque de entretenimiento en Riad o una ciudad futurista de más de 26.000 kilómetros cuadrados.

Todas estas reformas impulsadas por MBS son un gran salto cultural para su población y él quiere convertir a Arabia Saudita en el país más influyente del mundo árabe y, por ahora, en su caminar emula a Alejandro Magno: «Yo he venido a Asia, no con el propósito de recibir lo que vosotros me deis, sino con el de que tengáis lo que yo deje».

En esta lucha de poder entre Irán y Arabia Saudita, ¿cuánto tiempo seguirá Israel del lado de Mohamed bin Salmán?