«En tiempos oscuros nos ayudan quienes han sabido andar en la noche»

(Ernesto Sábato)

Las ideas de Giordano Bruno (1548-1600), las relaciones que mantuvo con los poderes dominantes de su época, el proceso que lo condenó y su asesinato son hechos que conservan plena vitalidad y vigencia, máxime en el presente que vivimos, marcado por fuertes inclinaciones de proteccionismo económico, nacionalismos exacerbados, militarismos, fanatismos y autoritarismos en ascenso político y geopolítico. Esto último evidenciado, por ejemplo, en las estrategias diplomáticas y político-militares de Rusia, China, Estados Unidos, o en la expansión de los radicalismos religiosos en todo el orbe. La vigencia de la cosmovisión de Giordano, y de modo particular, de su conducta pública, merece ser un tema de análisis y re-actualización.

Si bien el componente experimental del bagaje teórico-práctico de Giordano Bruno ha sido ampliamente superado por el advenimiento de la revolución científico-tecnológica, la física clásica, la teoría de la relatividad y la física cuántica, es lo cierto que su figura histórica configura un legado positivo, visionario y aleccionador, sobre todo en el ámbito del humanismo.

Heliocentrismo y poder

Giordano defendió la tesis heliocéntrica de Nicolás Copérnico (el planeta Tierra gira alrededor del Sol), pero la radicalizó al sostener que el universo es infinito y que existen innumerables sistemas planetarios con planetas que albergan vida, moviéndose alrededor de otras estrellas. Esta visión es distinta a la aristotélico-ptolemaica, dominante en la época de Bruno, según la cual la Tierra se encuentra en el centro del universo, mientras los astros, incluido el Sol, giran a su alrededor (geocentrismo).

La discrepancia geocentrismo-heliocentrismo no era solo teórico-especulativa, sino también política y social. Mientras los poderes político-religiosos de la época favorecían la visión geocéntrica, varios científicos y pensadores –en cuenta Giordano– se esforzaban por acumular evidencias y razones a favor del heliocentrismo, y heredaban la hipótesis de Aristarco de Samos, quien en el siglo III a.C. había propuesto la idea de que la Tierra se movía alrededor del Sol. Aquella era una lucha que enfrentaba la inclinación centralista, autoritaria y teocrática con la libertad de investigación y la búsqueda de evidencias experimentales como prueba de los razonamientos teóricos.

En el universo infinito de Giordano, con todos sus mundos y formas de vida, rigen las mismas leyes físicas que operan en el plano terrestre. Esta perspectiva se acerca –guardando las diferencias, por supuesto– a la que exponen Hawking y Mlodinow en El gran diseño, donde se sostiene que el universo conocido es auto-contenido, sin fronteras, sin principio ni fin, y coexistente con universos paralelos. Giordano Bruno no planteó la idea de los universos paralelos, pero sostuvo un planteamiento transformador para su tiempo, que ha resistido la prueba del paso del tiempo y conserva en el siglo XXI su impacto y vigencia. Tal cosmovisión puede resumirse en los siguientes postulados: el universo es infinito; existen muchos tipos de inteligencia, tantas como realidades u objetos; por la libertad es posible el conocimiento y el autoconocimiento; la autonomía de la mente es la fuente de la capacidad de comprenderse y de comprender; el conocimiento es progresivo, no un dogma inmutable; la realidad es cambiante; a los científicos no se les debe imponer creencias, y la capacidad humana de fantasear e imaginar influye y modifica las condiciones materiales de vida.

Estos elementos de la cosmovisión bruniana conforman un bloque de pensamiento que transciende las épocas, a pesar de que en su siglo colocaron a Giordano al margen del ámbito doctrinal y político de sus verdugos; él se convirtió en una amenaza para quienes controlaban las ideas y emociones de las personas y pretendían manipularlas según intereses de corto y cortísimo plazo. Mientras Bruno pensaba en milenios y superaba los derroteros políticos del día a día, sus detractores lo hacían respondiendo a objetivos de coyuntura política.

Hoy se sigue discutiendo sobre la naturaleza infinita, finita o sin fronteras del universo, la existencia o no de límites a la expansión cósmica, la posibilidad de que existan otros planetas habitados; y en el ámbito del posicionamiento de ideas, sentires y percepciones, es notoria la presencia del pensamiento expuesto por Giordano Bruno en sus textos sobre la reforma de la mente y los modos de influir en el ánimo, los conceptos y las emociones. Mucho de lo que Bruno escribe se aplica en publicidad, mercadotecnia, política y otros ámbitos, a pesar de que muchos no han leído sus obras. Lo que en la época de Giordano se denominaba magia, hoy se llama mercadotecnia; a los actuales mercadólogos, líderes políticos y asesores de políticos y de dirigentes en general, les haría bien leer Las sombras de las ideas de Giordano o El arte de la memoria de Frances A. Yates, que resume de modo brillante la tesis de Bruno sobre el particular. Represión

Los verdugos del autor de La cena de las cenizas y Del infinito: el universo y los mundos, decidieron callarlo y hacer desaparecer cualquier rastro de su vida y de su obra. Giovanni Mocenigo, protector de Giordano durante algún tiempo, incapaz de comprender las innovaciones teóricas y prácticas de Bruno, lo denunció como si se tratara de un hechicero que enseñaba pensamientos influenciados por demonios. En tales condiciones el cardenal Roberto Belarmino se convirtió en el antagonista intelectual de Giordano. Belarmino, quien tenía a su disposición los instrumentos del poder establecido, impulsó la condena a la hoguera de Giordano Bruno y, pocos años después, también condenó a Galileo Galilei. El 27 de enero de 1593 se ordenó arrestar al pensador de Nola (Bruno nació en Nola, ciudad de la provincia de Nápoles, Italia), permaneció en prisión durante ocho años acusado de blasfemia, herejía, obstinación e inmoralidad. El 20 de enero de 1600 se trasladó su caso a los tribunales seculares, el 8 de febrero de ese año se dictó sentencia y el 17 del mismo mes fue quemado vivo en el Campo de Fiori, atestado de una multitud enardecida, ignorante, asustada, religiosa y fanática.

En la garganta de sus victimarios

Cuando las carnes de Giordano Bruno se derretían en el fuego avivado por sus asesinos, él se convirtió en precursor de la ciencia moderna y en símbolo de la libertad de pensamiento; ambos aspectos amenazados en estos días de ascenso de los nacionalismos, el proteccionismo económico, los irracionalismos y las seudo-ciencias. Giordano sobrevivió a sus victimarios y los continúa sobreviviendo; la historia de su tortura es brutal, violenta hasta la demencia.

Los herederos de quienes lo mataron –que aún conspiran en palacios, empresas, Estados y Gobiernos– jamás encontrarán el modo de justificar aquel asesinato. Giordano y su martirio se les atraviesa en la garganta. Su vida y su obra son una afirmación radical de aquello que niegan las diversas formas del paradigma del odio y sus imperios: la condición plural de la vida humana como rasgo estructural y fundacional de la historia e instrumento cardinal en la búsqueda del conocimiento.

Desarrollar la diversidad y el disenso es algo que rechazan el fascismo, el nazismo, el falangismo, el economicismo, el comunismo, el socialismo del siglo XXI y los fanatismos religiosos o de cualquier otra índole. Los odios, al intentar realizar su sueño demencial de la uniformidad absoluta, inducen prácticas deshumanizadoras, pero es esto, precisamente, lo que los lleva al fracaso. La concordia en la pluralidad; evolucionar a través de las diferencias; interactuar y comunicarse desde aquello que distingue y no a partir de lo homogéneo, son rasgos de la cultura de la libertad como raíz de la convivencia. Frente a esta lucidez histórica no hay oscurantismo ni odio que resista.

Giordano Bruno aún grita en el Campo de Fiori y en todas las plazas del mundo; mira, piensa, poetiza las maravillas de la vida, de su Universo Infinito y de la reforma de la mente; el fuego que lo consume es su libertad, su perenne conquista, su victoria frente a los oscurantismos de ayer, de hoy y de mañana.