El artista coleccionista, archivista, conservador, documentalista de sus propias obras, se ha convertido, desde hace varios años, en una figura habitual y en ello Rodin representa su ejemplo perfecto.

Sin duda más por intuición que por reflexión, sintió lo mucho que su universo cotidiano era importante para la comprensión de su obra. De modo que lo guardó todo.

Decenas de miles de documentos manuscritos e impresos, libros y periódicos, que donó al Estado, en mismo tiempo que sus esculturas y sus colecciones, evocan, de forma extremadamente viva, más de setenta años de la vida privada, social y artística de Rodin. Gracias a ellos, nos encontramos en el propio centro de la creación.