Me siento en el tablero, oigo el rumor de la hoja en blanco posándose sobre él... Y me doy cuenta de que esto me apasiona...

Me emociona la arquitectura arriesgada, que nace sin conocer el final del proceso, como cada tensada nota de la infinita voz de Fátima Miranda.

Sueño con introducirme en la cámara anecoica de John Cage y experimentar ese vacío profundo que produce el silencio de una obra pulida, esencial, blanca.

Recorrer pausadas transiciones, los lentísimos intervalos de pares de Arvo Pärt, que con únicamente dos notas es capaz de recrear un universo sonoro completo.

También diluirme, fluir, en la densidad espacial de los ambientes de Sigur Ros, hasta desaparecer en sus complejos espacios sonoros, policéntricos, líquidos...

Repetir, seriar, combinar clústeres a la manera de Philip Glass, y convertirlos en abstractas envolventes como extendidas partituras en el lienzo de una fachada.

Mezclar, admitir contrapuestos, disfrutar en espacios híbridos en los que oír a Wim Mertens cantando en falsete y silbar mientras acaricia su fresco piano.

Reinterpretar referentes culturales propios, de nuestro mediterráneo, sintiendo la profunda voz de Mara Aranda tensada por unas vanguardistas dolçainas.

Que mis seguridades se vean golpeadas por re-percusiones espaciales, sintiendo la fuerza y libertad primitivas que el grupo Amores ofrece en cada actuación.

Investigar paisajes técnicos y formales como Ryuichi Sakamoto y Alva Noto producen en sus maravillosas interrelaciones musicales de absoluta abstracción.

Y crear imágenes que golpean las tradiciones establecidas, que hacen “ruido” entre la calma chicha de lo habitual, como el último disco de El Niño de Elche.

La arquitectura es pasión. No es una música congelada. No, Schopenhauer, no. Arquitectura y música son vibración, tensión, número, orden y ritmo.

Una obra de arquitectura es un pentagrama vivo, dispuesto a ser leído e interpretado. A la que le falta la vivencia directa. Como una partitura musical.

Puede ser muchas cosas. Depende de cómo se ejecute. Por eso debemos acceder a ella, y cuando logramos penetrar en su interior, el milagro se produce.

Los espacios, la luz, los silencios y los vacíos se revelan. Nos hablan, nos acarician y susurran, como cuando oímos una música, la sentimos y emociona.

Es entonces cuando la belleza aparece y nos inunda con sus ocultas relaciones matemáticas. Llegar a formar parte de ella. Por eso que me sigue apasionando...

Proponer, materializar y llegar a descubrir la secreta música de los espacios.