Hasta el 7 de mayo será posible admirar en el Museo de Roma (Palacio Braschi, Piazza di San Panteloe, 10) más de un centenar obras de esta estupenda mujer y artista que fue la romana Artemisia Gentileschi (1593-1653), que supo desafiar no solamente los cánones de su época, sino que también fue capaz de superar el feroz trauma de la violación, y la hostilidad de una sociedad que consideraba “rara” una mujer que no aceptaba dócilmente las reglas impuesta por una sociedad para la que el rol femenino era ser mero animal reproductor.

La muestra conduce a un viaje a través de la primera mitad del siglo XVII, siguiendo las huellas de una excelente pintora, dotada de una técnica extraordinaria, quien supo absorber lo mejor no solamente de los artistas de su época, sino también de los grandes maestros, escultores y pintores de la antigüedad, y que fuera además una de las intelectuales más refinadas de su tiempo.

La parábola humana y profesional de Artemisia no puede no apasionar ya que a través de sus trazos pictóricos de advierte, además, la fuerza, el tesón y el gran talento de una mujer dotada de un carácter y una voluntad a toda prueba. Una talento que le permitió ser la pionera de las mujeres que entraban en la famosa Academia de Artes y Diseño de Florencia, donde llegó desde Roma, poco más que adolescente.

Un tesón que le permitió, ya grande, aprender a leer, escribir y sonar el laúd, lo que le abrió las puertas del mundo intelectual; una voluntad que le permitió superar violencias, penurias económicas y abrazar esa libertad que le permitía escribir cartas apasionadas a su amante Francesco Maria Maringhi un noble tierno y refinado que fue su fiel compañero de vida.

La exposición, un centenar de obras provenientes de museos y colecciones privadas de todo el mundo cubre el arco temporal completo de la producción de la pintora y permite comparar su trabajo con el de los mayores artistas del período con quienes se relacionó en todos los lugares por donde pasó: Roma, Florencia, Nápoles, Venecia e incluso un breve (pero muy intenso) paréntesis londinense.

Junto a las estupendas obras maestras como “Judith que corta la cabeza a Holofernes” (del Museo de Capodimonte, en Nápoles); “Ester y Asuero”, del Metropolitan Museum de NuevaYork; “Autoretrato como sonadora de Laúd” del Wadsworth Atheneum di Hartford Connecticut se podrán admirar obras maestras de otros pintores de su tiempo, como “Judith”, de Cristofano Allori, a quien la pintora conoció en la corte del Cosimo Medici, o “Lucrecia”, de Simon Vouet, un préstamo de la Národní galerie v Praze de Praga.

Artemisia, la hija mayor de Orazio Gentileschi, creció y se nutrió artísticamente en el naturalismo de Caravaggio, mientras su formación técnica se asienta en el taller del padre, un estupendo pintor realista, de quién la joven asimiló el hábito de registrar todo lo que veía, como lo demuestra el cuadro “Susana y los viejos”, que pintara en 1610.

La Roma de sus años juveniles era una ciudad viva y vibrante que cambiaba constantemente: la reestructuración de las iglesias paleocristianas; la reestructuración de las calles, ahora más amplias y eficientes; la mejoría del sistema de circulación del agua y, en consecuencias, de nuevas fuentes. Todo esto atraía no solamente a numerosos peregrinos y turistas que advertían el encanto de la Ciudad Santa, sino también a muchos artistas entre ellos un pintor de poco talento, un tal Agostino Tassi, discípulo del padre de Artemisia. Este sujeto tendría una gran importancia (negativa) en la vida de la joven, ya que cuando aún no cumplía 20 años, la agredió y estupró. Para acertar la veracidad de la denuncia, la joven fue torturada, con instrumentos de su mismo trabajo, unos torniquetes para fijar la tela con el que le apretaron los dedos. El temperamento de Artemisia se demostró también en esta ocasión: mostrando sus dedos amoratados tuvo el valor de decirle a Tassi “este es el anillo que me diste y estas tus promesas”, ironizando sobre la vana promesa de matrimonio reparador del violador.

A pesar del trauma, en este difícil período de su vida, la artista realizó algunos de sus trabajos más importantes, entre ellos “Danae” (aproximadamente de 1612). Es complicado establecer con certeza qué artistas Artemisia conoció personalmente en ese momento en Roma, pero es evidente que asimiló los gestos expresivos, la luz dramática y los ángulos íntimos que caracterizaban el lenguaje visual de la pintura romana en ese período.

En 1613, después de la violación y el proceso (porque, aunque ella era la víctima, fue procesada igualmente), recién casada viaja a Florencia. Su marido es el pintor florentino Pierantonio di Vincenzo Stiattesi, que trabajaba para el Gran Duque de Toscana, Cosimo II de Medici, hombre refinado que supo darle a la ciudad un nuevo desarrollo, sobre todo en el ambiente artístico.

Artemisia vivió poco menos de 8 años en esta ciudad y, durante este período, llegó a ser una de las personalidades más destacadas del panorama de la ciudad, dominado en ese momento por la presencia de Galileo Galilei, mientras el mundo artístico vivía la influencia de Caravaggio.

La relevancia de su posición queda demostrada no solo por haber sido la primera mujer en la historia admitida en la Academia de Diseño, sino también por las personalidades artísticas de su entorno, por ejemplo Cristofano Allori, inventor de lo que en pintura se denominaría “poética de los afectos”. Además de ser padrino del hijo de Artemisia, Allori desarrolló un papel fundamental en la evolución de su estilo, induciéndola a que adoptara soluciones más elegantes y decorativas.

La celebre “Judith”, de Allori, con la intrigante imagen de la joven Mazzafirra, amante del pintor, que mira orgullosa desde lo alto de su estatura, mientras sostiene en sus manos la cabeza cortada de Holofernes fue una lección que no olvidaría la joven Gentileschi: el secreto de los oros y la tela de damasco que languidece y se levanta en la pincelada de Cristofano se advierte en la “Magdalena convertida”, de la Gentileschi.

Fundamental para el éxito profesional de Artemisia, que fuera de la influencia paterna logró un estilo propio, fue el escritor Michelangelo Buonarroti il Giovane, (tataranieto del pintor Miguel Angel1568-1646), su mecenas y protector. Él fue quien la hizo tomar contacto con la acaudalada familia Corsi, y sería Laura, esposa de Jacopo (fundador de la “Camerata dei Bardi”, lugar de encuentro de los nobles florentinos para discutir de música, ciencias, artes) quién le encargó una de las versiones de “Judith”.

Artemisia vuelve a Roma en febrero de 1620, pero su regreso no fue propiamente triunfante, ya que sus crecientes problemas económicos y el deterioro de su relación con la corte de los Medici la habían obligado a abandonar Florencia.

Su matrimonio había naufragado y su nueva pareja, Francesco Maria Maringhi, le había prestado el dinero necesario para el traslado. En Roma, nuevamente se ve envuelta en la relación siempre conflictiva con el padre y los hermanos, aunque ahora ya no vive con ellos, y finalmente es libre de gozar la Ciudad Eterna como nunca antes había podido hacerlo.

Entre los artistas de su entorno en ese período, probablemente quien más la influenció fue el francés Simon Vouet, aunque la artista aún se inspiraba en la pintura de Caravaggio, come demuestra su obra “Retrato de un confaloniero”, realizado en 1622 y también “Magdalena Penitente”.

Pero a pesar del dinamismo de Roma en ese período, a su reputación artística, a su gran personalidad y a la tupida red de relaciones, Artemisia no lograba obtener muchos encargos, ya que probablemente su pintura era apreciada sobre todo por su capacidad como retratista y a su habilidad en las escenas bíblica, pero no se la consideraba capaz de incursionar en los ciclos de frescos, o en las tablas de altar.

Decide entonces viajar a Venecia y aunque es difícil seguir sus viajes en este período, se sabe que entre 1627 y 1630 vivió en esta ciudad, y aunque no hay obras importantes que demuestren su estadía, se han encontrado numerosas cartas de literatos venecianos que celebran sus dotes pictóricas.

De Venecia, la pintora vuelve a Roma, donde se queda poco tiempo: el duque de Alcalá, en ese momento Virrey de Nápoles, que ya la había conocido y apreciado artísticamente en Roma, la invita a trabajar en su corte, donde realiza obras como “La Anunciación” (1630) y “El Nacimiento de San Juan Bautista” (1635), dos obras influenciadas por la obra romana del ya citado Simon Vouet y del clasicismo de Domenichino, que en ese período vivía en Nápoles.

En este periodo Artemisia conoce al español José de Ribera y en 1631 realiza tres telas para la Catedral de Pozzuoli, “La Adoración de los Magos”, “San Jenaro que aplaca las fieras en el Coliseo” y “San Procolo con Nicea”, tres obras en las que concilia aspectos del naturalismo de Ribera con el preciosismo cromático de las últimas obras de Vouet.

Por un breve período, en 1638, se traslada a Londres para cuidar al padre Orazio, en fin de vida. Vuelve a Nápoles y entre fines de 1639 y comienzos de 1640 debe hacer frente a numerosos encargos, entre ellos “El Triunfo de Galatea” y “Susana y los viejos”: son obras realizadas en sus últimos años de vida que demuestran el gran talento y valor de esta mujer extraordinaria que, a pesar del trauma sufrido, fue capaz de imponerse en un ambiente como el artístico que era, y aún seguiría siendo por mucho tiempo, patrimonio exclusivo de la figura masculina.