En los últimos años Barcelona ha llevado a cabo uno de los proyectos de remodelación viaria más innovadores y atentos a la mejora de la calidad del espacio urbano. La intervención en el Passeig de Sant Joan, obra de la arquitecta Lola Domènech, ha sido manejada con una gran osadía por su parte y ha logrado generar una propuesta profundamente humana, a pesar de la radicalidad planteada, que, gracias al tesón de la autora, terminó siendo aceptada por los responsables municipales.

El Passeig de Sant Joan es una de las vías principales del Ensanche barcelonés que Cerdà planteó de 50 metros de ancho: 25, en la calzada y 12,50, en cada una de las aceras laterales con grandes árboles alineados. La propuesta de Domènech persigue dos objetivos fundamentales: “priorizar el uso peatonal del paseo y convertirlo en un corredor verde urbano”.

Para conseguir estos objetivos, el proyecto cambia totalmente la sección transversal de la vía y aumenta exponencialmente los usos peatonales sin renunciar a la buena funcionalidad viaria, de lo contrario la propuesta no hubiera sido realista. Se ensanchan aceras; se aleja el tráfico de las fachadas; las bicicletas circulan en doble carril por el eje de la calzada; se crean salones bajo los árboles existentes a los que se añaden otros nuevos; unos pavimentos drenantes, que ocupan dos tercios de la acera, se resuelven con un pattern flexible y adaptable a los usos preexistentes y a los que vayan surgiendo, con el fin de incorporar fácilmente nuevas terrazas de bar, accesos a parking o áreas de juego.

Los espacios drenantes, continuos y zonificando ámbitos, constituyen el alma del paseo y en ellos se ha desplegado una gran cantidad de recursos tecnológicos avanzados y sostenibles que optimizan el consumo de agua, crucial en el clima mediterráneo de Barcelona.

Fui al Passeig de Sant Joan, me paseé por él, me senté y, como tantos otros ciudadanos tranquilos que lo utilizaban, me distraje dejándome impregnar por las sensaciones, múltiples y variadas, que “el lugar” me iba transmitiendo. Y digo a posta “el lugar” en vez de "espacio" porque creo que lugar es un grado más, un lugar es un espacio con atributos que lo substancian. En el Passeig de Sant Joan todo está tan bien trabado, es tan felizmente coherente que uno advierte que está ante una propuesta tremendamente positiva donde no se vislumbra ninguna arbitrariedad. Es un espacio – un lugar - humano, fácilmente aprehensible, que destila una gran naturalidad en su formalización y, sin embargo, es contundente y radical. La belleza que logra es tan lógica que uno se pregunta cómo es que nadie no lo había hecho antes. Pero no, antes no se había hecho o así lo creo yo. ¿Los que tienen poder de decisión sabrán aprovechar el camino que se ha abierto? ¿Creará modelo el proyecto de Lola Domènech?

Con esta propuesta todos ganan: los niños, los mayores, los vecinos (que hacen tertulia al fresco de las noches de verano en los acogedores bancos de los salones), los comercios y los bares (¡qué entorno tan agradable para desarrollar sus actividades!), las bicicletas e incluso los automovilistas atentos al cambio gratificante de atmósfera que se ha operado, perceptible conduciendo por el paseo.

Me gusta la acertada ambigüedad que existe. Por un lado, un orden con voluntad de bulevar que se acentúa con los altos árboles originales y la simetría de la vía y, por otro, el tratamiento paisajístico de matas bajas y arbustos que, con un controlado descuido, envuelven al paseante que se detiene en los bancos y le regalan sensaciones estacionales, colores, olores,… ambiente natural en la gran ciudad. En ese entorno urbano/natural he constatado que todo el mundo encuentra su adecuado lugar de privacidad, en grupo o individualmente. Las zonas se van sucediendo para conformar los diferentes usos llanamente, amablemente, sin que jamás se cree conflicto. Con todo, el espacio es contundente pero magníficamente controlado en los detalles.

La atmósfera lograda genera comportamientos cívicos destacables: unos leen, otros conversan, los niños juegan en los lugares habilitados o en cualquier ámbito, pequeños y adultos dibujan en las pizarras que el proyecto ha implantado, el tráfico urbano –pacificado, como le gusta decir a la autora- circula mitigado por la armonía impuesta y los contemplativos encuentran su lugar para meditar, incluso con el concurso de los pájaros.

Todas las gratificantes cualidades del Passeig de Sant Joan han conseguido en poco tiempo que sea considerado un lugar emblemático de Barcelona y situarlo en el mapa de referencias internacionales que merecen la pena tener en consideración.